Revista Expatriados
Soy amante empedernida de la tortilla de patata y del pan con tomate, en un bar de los de toda la vida, pa desayunar (con café) o de apetitivo (con una cañita bien tirada). Nada me llena más de satisfacción que un domingo con una paellita de marisco cerca del mar, en una de las magníficas playas que tenemos en nuestra exuberante costa. Si hay algo capaz de hacerme perder el sentido es el aroma embriagador de un buen jamón, con su vinito tinto, en la serranía andaluza rodeada de romero y jaras.
En comparación con el carácter de otros europeos y de los ciudadanos del resto del mundo el de mis compatriotas me parece envidiable: orgullosos como buenos toreros, socarrones -hacemos guasa de cualquier situación por catastrófica que sea- y nos reímos de nosotros mismos a la primera de cambio; perseverantes y soñadores como pocos, siempre dispuestos a echar el resto para lograr nuestros sueños, estoicos cuando es preciso; amigos de nuestros amigos, lo dejamos todo cuando nos necesitan...
¿Y qué decir del idioma? El castellano es uno de los más ricos del planeta. Una lengua con la que defenderse y fascinar dentro y fuera de nuestras fronteras. Milenario y en constante renovación, lleno de sutiles matices y de palabras de extraordinaria belleza, como llevan siglos demostrándonos los hombres de letras patrios y exportados. Aquí tenemos a Don Quijote, la biblia de los humanos, la de la gente con los pies en la tierra...
Nunca. Nunca -de verdad- hubiese creído que alguien pudiese dudar de mi 'españolidad', de mi inconsciente y pasional patriotismo... por eso, la perplejidad me invade en las últimas semanas.
¿Qué digo perplejidad? me molesta, me aturde, me supera, me sobrepasa, me corroe, me fastidia... me jode -con todas las sílabas que me otorga el español- hasta la médula sentirme extranjera en mi país sólo porque no me dejo contagiar por la fiebre colectiva que conlleva un mero acontecimiento deportivo: la 'furia roja' o, lo que es lo mismo, la participación de la Selección Española de Fútbol en el Mundial.
Que no me gusta el fútbol, que no me divierte ver a más de una veintena de tíos en gallumbos dándole patadas a un balón, metiéndose codazos, soltando gargajos sobre el mismo césped donde luego se tiran... que no me ilusiona ni me siento identificada con la masa humana y habitualmente etílica que se pinta la cara y se viste con la camiseta del equipo coreando himnos y atronando con sus 'oeoeoés', que no soy capaz de entender cómo un futbolista puede copar las portadas de todos los periódicos de tirada nacional con la cantidad de problemas reales que merecen estar en primera plana y preocupar a la opinión pública... que 'la roja me la trae floja' y que no creo merecer el destierro por ello.