E n 1965, la enorme cantante Amália Rodrigues (no portuguesa, sino universal) estrenó un fado compuesto por ella misma, 'Extraña forma de vida', que así principia: 'Fue por la voluntad de Dios / Que vivo en esta ansiedad'.
Eran años de dictadura en la Península Ibérica y archipiélagos aledaños. Años, aquí, de nacionalcatolicismo y nacionalsindicalismo, una burbuja fascistoide y ultramontana, con la aquiescencia no sé si medrosa, beneplácita, sojuzgada o cobarde de un pueblo gris marengo.
Viajar, politiquear cenando, beber de noche, comprar libros, ver cine, exposiciones o teatro -la libertad, en suma-, era una aspiración asediada por la censura, el qué dirán, el sereno, la autoridad (civil, militar y religiosa), el peso brutal de la patria y la estabilidad hormigonácea del régimen.
¡Quién lo dijera! Una pandemia de proporciones jugosamente elásticas (según a quién y cuándo conviene) nos ha llevado al estado de sitio, con las libertades fundamentales cercenadas. Socapa de preservar la vida humana, la superioridad decreta una vida gusana y todos los días hay que consultar la ordenanza, o te la recordará el heroico soplón del tercero.
No sé si puedo salir a la finca, a hacer alguna tarea filoagrícola. ¿Estará permitido desbrozar linderos forrados de bardas? Me inclino a pensar que sí. Este virus caprichoso lo mismo se propaga mediante receptores OE (ortiga escandalosa) o ZHP (zarza hijaputa). Desinfectemos, con recios guantes.
Ya puesto, limpio un pedazo del prado lindante. Lucía asalvajado y fue menester una campaña de infantería contra el avance de los escajos. Dicen que esto del coronavirus nos hará mejores: a ver si el vecino aprende que la reciprocidad es alegría. Por casualidad, disuelvo un pequeño vivero de avispas asiáticas. O no han oído el toque de queda o pasan de las FME, fuerzas multadoras del estado. Casi todas huyen despavoridas; una se rompe la jeta contra mi visera de plástico.
Bajo los pinos piñoneros piso una vértebra de mi querida Tara. A saber qué tunelador lo ha desenterrado. La vértebra me susurra qué tal están los niños. (Aunque ya van para los 30, Tara nunca abandonaba al más frágil.) 'Olmo, chapado en Milán, pero bien' - le digo. Más temo por Sandra, que la noto alicaída porque no ve una senda franca. Con una pincelada de resina, el aire me trae su respuesta mastina: 'La niña es fuerte.'
Por la radio se da autobombo el que nos (des)gobierna. ¡Albricias! Se ha percatado de que España es un gran país. Antes no, pero ahora que está el, sí. Perora una soflama patriótica y se me viene a la mente el rostro angelical del canalla Torra. Hasta hace 2 días, un prohombre con el que negociar a pachas. De varios miembros del (des)gobierno no se supo más; los habrá fumigado el coronavirus. Por algún capricho del cerebro, el tostón del tal Sánchez me recuerda el vocablo 'mendacidad'.
Lo dice mucho el patriarca moribundo de 'La gata sobre el tejado de zinc'. Un cáncer le come los intestinos y está hasta las pelotas de silencios, falacias y dobleces. El médico le oculta el diagnóstico 'por ética profesional', el enfermo rechaza la morfina 'para mantenerse lúcido' y la familia anda enfangada en un ominoso drama sureño. Puro Tennessee Williams, inexplicable fruto de un hogar más que disfuncional. Mendacidad. No pocas veces me asfixian los engaños y monsergas de una sociedad degenerada. Creo que el nazismo era eso: que te impongan la unanimidad y que delates al prójimo.
Ignoro el motivo de que los pinos no hayan tenido este año procesionaria. (Pensándolo bien, ya van varios años que las avellanas se caen sin madurar, en cambio los magostos han sido fabulosos.) Varias ramas gordas invaden el paso comunal y hay que podarlas. No, hoy tampoco viene el ecologista de guardia, pero sí, hoy tiene disculpa por la orden estricta de agazaparse en el trastero. La peña está muy preocupada por los ancianos, esos que vegetaban porque nadie quería saber nada de ellos, esos que salían a colación como perfectos destinatarios de la 'eutanasia'. Hoy son herencia viva de una dignidad insepulta. Metáforas mendaces.
Algunas ramas son muy altas y tengo que subir a una escalera precaria para aplicarles la sierra de pértiga. La escalera se flexiona, la sierra se dobla, mis rodillas tiemblan y el conjunto es un baile de San Vito acojonante que los físicos denominan 'resonancia'. Un terremoto en México DF, en 1985, causó enorme destrucción por culpa de la resonancia. Ya vale de pasar miedo en las alturas, sigo abajo con la motosierra. Ruge como una guadaña con hambre atrasada.
Ya en casa, antes de confinarme con el firme propósito de no ver programas de tontainas rebuznando consejos para no aburrirse, me detengo en una obra de Isabel Garay. Recia escultora vizcaína, se me escapó de entre los dedos hace 4 años, días después de regalarme una sugerente pieza de cerámica. 'Libros fósiles' - decía ella. Esos libros engullidos por el olvido que nos afean la prisa.
Extraña forma de vida. 'Corazón desbocado... para, deja de latir; si no sabes a dónde vas, por qué te empeñas en correr'. A la pobre Amália Rodrigues, la Revolución de los Claveles la condujo al ostracismo 'social' por sus vínculos con el dictador Salazar. Cuando ella murió, 20 años después, Saramago tuvo la tardía gentileza de admitir que había donado fondos a los comunistas en clandestinidad. Mejor guardo la motosierra.