En la noche del jueves pasado, a eso de las 04:30 de la madrugada, la Vica y un servidor se encontraban durmiendo como dos lirones. Debido a lo gélido de nuestro apartamento, tenemos costumbre de enterrarnos bajo sábana, colcha y dos mantas, y debido a la música del puticlub de al lado, yo tengo costumbre de dormir con tapones, así que podéis imaginar lo plácida y tranquilamente que nos encontrábamos roncando cada uno con nuestros respectivos sueños.
Pues en esas estábamos hasta que, a esas horas tan intempestivas, yo sentí medio en sueños medio en realidad a alguien por la casa. Abrí los ojos hasta hacer de ellos una rendija, y hete aquí que, vi recortada en el marco de la puerta del dormitorio, la silueta de un hombre.
Mientras pregunto “shu” (“qué” en árabe), me quito los tapones y enciendo la luz de la mesilla, y veo a un tío (joven, moreno, alto) con una bolsa de plástico en la mano que se queda mirando. Ya no recuerdo su cara bien, pero no se cual de los dos estaba flipando más. Al sentir que algo pasaba, Vica salió de debajo de todas las capas y también lo vio, y fue en este momento cuando el hombre se debió de dar cuenta que la había cagado y se lio por peteneras.
Mientas soltaba varios “asif asif” (lo siento, lo siento), el chaval tomó las de Villadiego, y nos ha dejado a la Vica y a mi medio atontaos. Salimos al salón, estaba el ordenador, el dinero del bote y demás, con lo cual hemos llegado a la conclusión de que el susodicho se equivocó de casa y ya está, y que tampoco había que darle muchas vueltas.
Así que a cerrar la puerta –esta vez ya con llave, que para una noche que se nos olvida nos salen amigos por todas partes- y a volver a sopar, que hay que trabajar. Cosas que pasan por no cerrar las puertas…