A la muerte siempre la han acompañado distintos rituales que son adaptados según la cultura en tiempos determinados de la historia, sin duda de gran interés para historiadores ya que permite entender cómo era vista la muerte en distintas civilizaciones…
Los orígenes de los rituales funerarios se remontan a la época del hombre prehistórico, específicamente a la de los neandertales, en muchas excavaciones se han encontrado fosas rudimentarias donde se observan esqueletos acompañados de distintos objetos como vasijas o instrumentos de caza. También los paleontólogos han estudiado las pinturas rupestres que estos impregnaban en paredes rocosas, donde claramente existía un tipo de ritual, donde ya había una creencia de vida después de la muerte, puesto que observaban la muerte como el paso de la vida terrenal a una espiritual. La tendencia de dar ofrendas a las personas fallecidas surgió de China y Egipto, esta costumbre fue adoptada por los árabes tiempo después alrededor del siglo VIII, unos años más tarde esto se extendió a través de los moros por la Península Ibérica.
Hay que tener en cuenta que la celebración de los rituales funerarios está condicionada por el tipo de creencias religiosas y su sentido sobre la muerte. Por lo que podemos encontrar todo tipo de ritos como velatorios, modos de enterramiento, incineraciones, monumentos y sacrificios. Estos rituales aparecen por la necesidad que tiene el ser humano de preparar y despedir a sus seres queridos, pero también por contar con la satisfacción del espíritu del fallecido entre otros. Otro de los puntos en común es la creencia del alma y el espíritu, que deja el cuerpo para ir a otro plano más espiritual, debido a esta razón, el humano es la única especie que entierra a sus difuntos.
La amputación de las falanges
En el Valle de Baliem, la zona occidental de la provincia de Papúa, Nueva Guinea, vive la etnia Dani ‘ndani’, una tribu indígena que habita la isla desde su descubrimiento. Aunque hoy es un pueblo frecuentado por turistas, los Dani siguen manteniendo muchas de sus tradiciones, siendo una de las más curiosas la relacionada con la muerte.
Como muestra del dolor que sienten por la pérdida de un familiar, los miembros de la tribu, en especial las niñas y mujeres, se amputan uno o varios dedos de la mano. El ritual de amputación se lleva a cabo durante el sepelio y es ejecutado por el sacerdote. Aunque a veces puede ser otro familiar cercano o el mismo individuo el que ejecute el corte. Media hora antes de la amputación, el sacerdote ata un trozo de cuerda de cáñamo alrededor del dedo para insensibilizar la zona. Tras la separación, las heridas se cauterizan para evitar el sangrado y con el fin de formar una nueva superficie callosa y redondeada, parecida a la yema del dedo. Los dedos cortados son atados a un collar hecho de cabello humano entrelazado y colocados alrededor del cuello del cadáver antes de ser sepultado.
Según los antropólogos, esta práctica también tiene como objetivo alejar al espíritu del muerto que podría ‘sentir añoranza’ por su familiares, importunándolos con su visita. Además, llevándose una parte de ellos, el fantasma se sentiría tranquilo y no intentaría hacer ningún mal a los vivos.
Dicho ritual ha sido prohibido y detenido parcialmente en Nueva Guinea, pero aún abundan las personas sin dedos en las regiones interiores del país, una muestra de que la costumbre se sigue practicando.
Canibalismo Endógeno
Aunque el pensamiento de consumir carne humana resulta detestable para la mayoría de las culturas, para ciertas tribus amazónicas el consumo de los miembros fallecidos es un acto de fortalecimiento y unidad. El pueblo Yanomami, por ejemplo, se reúne en un ritual en el que consumen el cuerpo del fallecido. De esta forma, asumen como propia la fuerza vital del individuo.
Dicha práctica es conocida como “endocanibalismo” y según reconocen los antropólogos, se trataba de un ritual muy extendido en algunas culturas consideradas primitivas. Según los investigadores, estos “festines de cadáveres” eran llevados a cabo como una forma de establecer un vínculo permanente entre los vivos y los muertos. Se trataba de una especie de catarsis colectiva de la tribu, una forma de expresar su pavor y miedo asociado con la tragedia y el intento por sanar este dolor. En un sentido ampliamente cultural, este ritual simboliza que la vida del individuo muerto continua fluyendo gracias a sus compañeros, amigos y familiares. Algunos antropólogos sugieren que entre los pueblos que practicaban el endocanibalismo, esto era visto como algo que los muertos esperaban de los vivos, un gesto final de buena voluntad de la tribu y la familia.
Existe una diferencia abismal entre este ritual y la práctica que algunos pueblos tenían de comer a sus enemigos vencidos. Para el otro caso, devorar al enemigo simbolizaba la apropiación de sus atributos, especialmente su fuerza y ”magia”.
Durante este ritual la tribu rezaba sobre el cadáver y lloraba lamentando su partida. En medio de la ceremonia un brujo cortaba las tiras de carne y las ofrecía a los presentes que tenían algún tipo de relación con el fallecido. Los restos del cuerpo eran incinerados después del ritual. Aunque el ritual ya no está generalizado, ya que los pueblos que tradicionalmente lo hacían se adaptaron a las costumbres modernas, algunos rumores dicen que el endocanibalismo todavía se sigue practicando en algunas partes de Melanesia, Papua Nueva Guinea y el pueblo Wari en la selva amazónica de Brasil.
El Famadihama o “procesion de los huesos”
Para el pueblo malgache de Madagascar, el rito funerario no acaba nunca ya que, desde que el muerto fallece, los familiares deben reunirse cada 7 años para sacar en procesión sus restos.
Reunidos, extraen los restos y los limpian y perfuman para envolverlos en sabanas de color blanco inmaculado. Después, proceden a sacarlos de procesión, cantando, bailando y honrando el cuerpo con todo tipo de regalos, entre los que se incluyen fotografías, comida o alcohol. Tras la procesión, los restos se vuelven a poner a descansar junto con todos los regalos recibidos. Dentro de 7 años repetirán el ritual.
Para el pueblo malgache, el espíritu de los fallecidos no se libera con la muerte, sino con la descomposición total y natural del cadáver. Un proceso que puede llevar varias décadas con sus consecuentes procesiones.
El entierro celestial
Los budistas tibetanos no creen en la resurrección, sino en la reencarnación y la vida eterna, por lo que para ellos el cuerpo humano es solo un cascarón vacío. Por ello, ofrecen el cuerpo de los difuntos a los buitres. Los buitres son los “daikinis”, considerados ángeles que bailan entre las nubes. Estos son los encargados de devorar la carne y completar el ciclo de la vida, de igual modo que lo hacen con el resto de especies del planeta.
Tras el fallecimiento, los monjes lamas rezan los cantos del “libro de los muertos” durante tres días para ayudar al alma del difunto a cruzar los 49 niveles del “bardo”, estado intermedio que precede a la reencarnación en la rueda de la vida. Después, los familiares recogen el cuerpo y ascienden por los empedrados caminos hasta las montañas, donde tendrá lugar el entierro celestial.
El culto a la Santa Muerte
Como todo culto tiene sus rituales y símbolos, pero sobre todo está muy arraigado en la cultura mexicana donde tiene millones de seguidores, estos creyentes también la han llevado a los Estados Unidos con sus secretos, enigmas y misterios.
Aunque no se tiene certeza absoluta de los orígenes del culto, en México desde hace más de tres mil años existe la adoración a la muerte. Las antiguas culturas la concebían como algo necesario y que le ocurre a todos lo seres por naturaleza. Comparaban los ciclos de la noche y el día, o época de lluvias y sequías, con el ciclo del vida y muerte.
Uno de los pueblos antiguos más devotos a esta deidad fueron los aztecas, que llevaron al límite la adoración a la muerte. Comenzaron a representar a la vida y la muerte en figuras humanas descarnadas por la mitad. Estas imágenes simbolizaron la dualidad entre lo vivo y lo muerto, lo que llevamos dentro.
La colonización española logró disminuir la devoción a la muerte, pero no pudo erradicarla. El culto permaneció oculto hasta el siglo XIX cuando la represión fue tal que los católicos mandaron quemar cualquier imagen de la Santa Muerte. La iglesia Católica condena esta veneración, aunque a la mayoría de sus seguidores no les importa esta aparente contradicción entre la santificación y el culto pagano. Gracias a esto, muchos seguidores llegan a erigir su propio altar en su casa o negocio para pedir protección.
Los devotos a la Santa Muerte, se acercan a su imagen para pedir favores comunes, relacionados con el amor, trabajo… pero también tienen fines malévolos como venganza o muerte de sus enemigos. Dicen que la “niña blanca” les cumple todo, siempre y cuando le hagan ofrendas que incluyen puros encendidos y pan. El culto a La Santa Muerte, le ofrece un lugar a todos aquellos que son rechazados por la Iglesia Católica. Homosexuales, alcohólicos, drogadictos y criminales.
Cada 20 de agosto en Tepatepec, Hidalgo, los adoradores hacen un peregrinaje a donde se conserva la imagen más antigua de la Santa Muerte. Los seguidores llegan de todas partes de México.
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