No me canso de ponderar el esfuerzo que mi chica hace por mí. Ella dice que está enamorada y que, por tanto, no le cuesta ningún trabajo hacerlo. Lo entiendo porque yo también estoy enamorado de ella y sé a qué se refiere pero, aún así, tiene un mérito alucinante que siga a mi lado. A estas alturas podría haber abandonado y nadie le habría culpado de nada. Está renunciando a su vida. En ese sentido es como si el maldito cáncer se estuviese cobrando no una, sino dos vidas.
Os presento a “Galleta”, una muñeca que ha fabricado mi chica y a la que ella misma le ha tomado las fotos. Ya es toda una experta en el arte de iluminar una escena con un flash, así que no debo ser mal profe, la verdad. Claro que ella sí que es una alumna aventajada porque es inteligente y, cuando quiere, sabe estar atenta y no se le escapa ni una. Otras veces deja que la desconcentración reine en su cabecita y entonces la cosa se complica pero por regla general suele estar a lo que hay que estar y como tiene una memoria prodigiosa pues recuerda cada detalle con una nitidez increíble.
Su vida ya no es suya. Es una prolongación de la mía. No hace nada que no tenga que ver conmigo. Me cuida día y noche. Lo más importante de todo es que mantiene el espíritu arriba para que el ambiente en casa no decaiga y, entre los dos, conseguimos que haya risas y bromas. Nos hemos propuesto amarnos con alegría hasta el final, sin caer en la melancolía ni la languidez, amarnos con una mirada valiente a nuestro propio presente, a nuestra cruda realidad para concluir que la mejor medicina es, precisamente, ese amor solidario y auténtico que no va a curar la enfermedad pero va a hacer más humana la caída.
El cariño mutuo, el respeto, la solidaridad, las inyecciones que me pone, las medicinas que me guarda en bolsitas y me administra 5 veces por día, la cocina diaria, la limpieza de toda la casa, colada incluida, el buen humor, el trato con mi familia, el increíble apoyo de la suya, la organización de la agenda (que es más compleja de lo que parece con tanto médico aquí y allá), la compra de frutas y verduras (porque al súper vamos juntos), los mimos de cada tarde mientras estoy en el sofá y ella me trae todo lo que le pido: que si una coca cola, que si una sábana porque tengo frío, que si el ventilador porque tengo calor, que si el mando, que si un te, que si un plato de fruta cortada y pelada, etc. etc., el silencio cuando nota que estoy agotado, sus hobbies para que yo no me crea que está desesperada y más sola que un dedo, la atención que pone cuando le hablo, lo atenta que está por si necesito algo… Todo lo hace por y para mí. Me hace sentir importante y cuidado. Con ella cerca sé que estoy en buenas manos. Sabe comportarse como enfermera, esposa, amiga, mujer, amante, compañera, socia y cómplice. Ella es todo eso junto y más.
Ahora bien, el callejón sin salida en el que está metido mi chica es terrorífico y yo no puedo hacer nada para ayudarla más que poner buena cara, sonreír todo lo que pueda y decirle lo mucho que la amo. Parece una situación cursi y de lo más dulzón con tanto amor por aquí y risas por allá pero es lo único que mantiene el barco a flote. Y como nos agarramos el uno al otro, solo espero no arrastrarla hasta el fondo cuando me hunda. Ambos debemos tener la fuerza suficiente como para saber soltarnos definitivamente cuando llegue el momento de hacerlo. Eso es lo más importante de todo, que en este naufragio solo se hunda uno.
Por ahora a seguir fabricando muñecas y haciendo fotos. Mientras nos sigamos queriendo y respetando de esta forma tan pura y sincera, estoy seguro de va a merecer la pena vivir la vida.