¡He vuelto al género fabulístico!.
En esta ocasión, lo hago con un relato que está más cerca del arquetipo original, y de hecho, coge tantos de sus estereotipos, que si no fuera por su longitud, complejidad y mi particular estilo; tal vez podría hacerse pasar por una de las fábulas clásicas, o al menos en lo que a características se refiere; ¡y no, no exagero!; de hecho, es suficiente con decir que, aunque previamente a su redacción, muy intencionadamente había escogido cuales iban a ser mis protagonistas (para que se asimilasen lo más posible al tópico), mientras escribía, me dio por investigar, ¡y cuál fue mi sorpresa cuando redescubrí que Esopo había escrito, al menos, dos fábulas con exactamente los tres mismos animales como protagonistas! (aunque, para mi alivio, con mensajes e historias diferentes)… sin duda eso significaba que iba por el buen camino.
Así pues, siguiendo las ideas que ya había marcado anteriormente para el resurgimiento de este género en Universo de A; mantengo la fábula en prosa y la moraleja en verso; también una notoria ambigüedad, ambivalencia, y multiplicidad de posibles interpretaciones; y, por supuesto, múltiples homenajes al tipo literario original.
¡Y por cierto, con esta publicación ya se cumple un año desde que la sección Grandes Relatos tomó definitivamente el control del blog!, ¡larga vida a esto!.
Dicho todo lo anterior, sólo me queda invitaros a descubrir….
El asno y los suyos
En otros tiempos, hubo un asno al que sus circunstancias existenciales le condujeron a llevar una vida de carnívoro.
Por ello, habiendo crecido y sido educado en eso, no resultaba nada extraño que sus mejores amigos fuesen igualmente zoófagos: un león y una zorra.
A los tres los unía, especialmente, una afición en común: aquello que, lógicamente, más gustaba y deleitaba en este mundo a sus instintos primarios: la caza.
Y es que, si por separado ya eran buenos en ello, juntos se convertían en el terror de aquellos bellos parajes, de los cuales bien podrían eliminar toda vida si sus estómagos diese tanto de sí….
Aunque cierto es que, en alguna que otra ocasión, la vanidad y osadía de aquel trío (que sólo por la falta de oposición directa y manifiesta, ya se creían dueños de aquellas tierras) no había estado lejos de poner, por vulgar fanfarronería y simplona jactancia, en peligro la cadena alimentaria de aquellos lugares… no obstante, si bien no eran tan estúpidos como para llegar hasta ese extremo; sí disfrutaban, de vez en cuando, haciendo gestos de exhibición de su supremacía, que dejasen esta cuestión clara a todos los que allí habitaban, y que no lo olvidasen… hablando claro: el mensaje no era que llevasen a cabo una masacre porque lo necesitasen (es decir, satisfacer su obligación biológica de alimentarse), sino, simplemente, porque podían; no siendo el amontonamiento del exceso de lo cazado el verdadero espectáculo, sino la podredumbre posterior, su desaprovechamiento gratuito (a lo que hay que sumar, que si a uno o varios carroñeros despistados -que claramente no eran de la zona, pues los que sí lo eran, sabían que no había ni que pasar cerca de semejante hecatombe, que no era sino un altar al envanecimiento del triunvirato-, se les ocurría siquiera acercarse… en poco tiempo serían incorporados a la pila de cadáveres).
Era, además, la práctica anteriormente descrita, una coerción también dirigida a múltiples sentidos; pues, por ejemplo, aunque se pudiese evitar la visión del tremebundo holocausto; el olor de los cadáveres en descomposición acababa expandiéndose por aquel paraje; y aunque se pudiese obviar eso, sería casi imposible no encontrar, en todo aquel paisaje natural, a alguien que no comentara el último acto barbárico del trío, y que incluso lo exagerara (quizás, tal vez, dándoselas de superviviente)… etc.
Sin embargo, la armonía de la terna no era tan perfecta como pudiera parecer; pues desde hacía un tiempo, el asno había descubierto que disfrutaba devorando vegetales, y lo que es más, que en realidad la carne no le gustaba mucho realmente; era algo que había comido, porque era lo que conocía y lo que le habían dicho que debía tomar… pero una de las cosas más importantes que se deben aprender y entender en la vida, es que no necesariamente aquello que nos dicen que debemos ser y/o hacer es realmente lo que más se ajusta a nosotros, nos conviene, va a motivar, o más gozo nos va a dar… y el asno estaba empezando a aprender esa importante lección.
Pero no cabe esperar que el autodescubrimiento (aún menos cuando ya se tiene una vida formada o asentada; y ya no digamos cuando se está en lo alto de la cadena alimenticia), con la consiguiente e inevitable posterior autoaceptación (sea esta realizada en mejor o peor modo), sea un proceso fácil… y efectivamente, para el asno tampoco lo fue.
Bien es cierto que en el fondo de su ser, siempre se había preguntado porque no recurrían a un festín que estaba tan extremadamente a mano, ahí, parado, tentador, como esperando a ser devorado, cuya apetecible fragancia a veces transportaba el viento para culminar la provocación; en vez de tenerse que esforzar y agotar tanto persiguiendo presas, con resultados variables e inciertos. Cierto es que no se atrevía a exteriorizar esos pensamientos, e incluso los reprimía para sí mismo, pues comer plantas era cosa de herbívoros, y esa era, a todas luces, una raza inferior, la prueba clara de ello era que no eran capaces de cazar, sino débiles abúlicos que tenían que depender de lo que les daba la naturaleza, en vez de, simplemente, salir a buscarlo… eso cuando no acababan sirviendo de alimento a otros.
Sin embargo, sucedió que un día, estando el asno especialmente hambriento, la brisa le trajo unos aromas particularmente deliciosos, y cuando el viento posó sobre su hocico los rastros de unas briznas del jugoso manjar, el cuadrúpedo abandonó todo reparo, y se entregó al deleite con la recién descubierta exquisitez….
Y aunque le preocupó la fruición que había sentido, rápidamente la acalló recordando que, ¿acaso no se veían en ocasiones los carnivoros obligados a tomar materia vegetal? por malestar digestivo, provocarse el vómito, incorporar fibra o nutrientes en su dieta, evitar una obstrucción intestinal… la realidad es que los depredadores también necesitaban comer plantas….
Pero la cosa, inevitablemente, fue a más, y finalmente, le quedó claro que no comía hierba por razones medicinales; así que empezó, en secreto y discretamente, una dieta omnívora. Sería difícil decir si fingía para sí mismo o para los demás, pero lo que sí está claro es que lo hacía para encajar, para que su grupo, su gente, quienes había conocido desde siempre, no lo mirasen mal; pues conocía sus prejuicios respecto a la alimentación vegetal.
Esta situación se prolongó un tiempo, hasta que un día, simplemente, se hartó de disimular, de negarse a sí mismo y su naturaleza; además, ¿por qué tenía que hacerlo? ¡no le gustaba la carne sino las plantas! no era nada malo; y como, de hecho, no hay nada más natural que compartir el haber realizado un descubrimiento maravilloso con quienes se tiene afecto, se decidió a confesarse con sus dos mejores amigos, el león y la zorra.
Al principio, sus dos íntimos compañeros de correrías creyeron que estaba bromeando, y se echaron a reír, ¡lo que les contaba sonaba tan ridículo!; pero a medida que veían que insistía o que daba un argumentario muy elaborado y meditado, la cosa comenzó a ponerse seria:
-Y analizándolo bien -prosiguió el asno con su discurso- ¿qué necesidad hay de matar a un animal como nosotros?, con vida, emociones, piel, piernas… como las nuestras, ¿no estamos acaso hermanados con ellos?.
-¿Y acaso las plantas no tienen también vida? -argumentó astutamente la zorra-, ¿y qué sabes tú de sus emociones?, que no las veas no significa que no existan, de hecho, puede que sean más profundas precisamente porque no las muestran, especialmente al estar más imbricadas con la tierra, ¿y no son sus raíces como piernas y su corteza como piel?, ¿crees acaso que les gusta morir?, ¿que no sufren su destrucción?, mira ese árbol de allí: mis ancestros ya lo conocieron, y también lo harán mis descendientes, así pues, ¿por qué su vida es menos respetable que la de cualquier animal, cuando estas son infinitamente más cortas en proporción?.
-Y si eso es así, y lo es -tomó la palabra, grave y digno, el león-, ¿no es también cierto que si no fuese por los nuestros, los carnívoros; los herbívoros, muchos de ellos bastante más voraces que nosotros, bien podrían acabar con quienes nos dan vida a todos con el aire que respiramos?, ¿no nos ofrece también la vegetación la sepultura con la que además la alimentamos?; y siendo así, la barbarie de comérsela, ¿no es casi como devorar a uno de nosotros?; en cambio, ¿qué nos es lo cazado? nada, no tienen ni nuestros usos ni nuestras costumbres; y, aparentemente, su único propósito es estar ahí para servirnos de alimento. A ello nos lleva también nuestro instinto, posiblemente porque esa es la naturaleza de nuestra anatomía, lo que exige y acepta nuestro organismo.
Sin embargo, el empeño y la insistencia del asno por pasarse a una dieta herbívora continuó; y lo único que consiguieron fue estar de acuerdo en el desacuerdo, pues ninguna de las partes era capaz de aceptar cómo era la otra o su estilo de vida… de modo que, tras un monumental enfado, de esos que suelen destruir relaciones para siempre, el anteriormente temido trío se disolvió.
Ante semejante situación (y tras mucho dudar, debido a los prejuicios que sentía hacia ellos, y que le venían de las compañías que había frecuentado hasta el momento) el jumento decidió probar a integrarse con herbívoros (sentía que seguía necesitando formar parte de un grupo, se ponía la excusa de la supervivencia, pero obviamente, se trataba de algo más que de ese nimio pretexto…), especialmente con aquellos que consideraba más de su especie, e iniciar una nueva vida con ellos… pero tal opción, en no demasiado tiempo, se acabó demostrando poco o nada viable; así, aunque los hubo que nunca le creyeron (¿qué les garantizaba que todo aquello no era una de las perversas trampas de la terrible terna, con el objetivo de superarse a sí misma en la próxima, y más atroz que nunca, matanza?, y aunque fuese verdad, ¿acaso, del mismo modo que habían cambiado los gustos del asno de un día para otro, no podían volver a hacerlo nuevamente con la misma facilidad?); sería injusto no señalar, que al principio pudo obtener la confianza y complicidad de algunos (especialmente de aquellos que le habían visto degustando vegetación); y quizás hubiera podido formar parte del colectivo… pero al final, su desdén y displicencia acabaron por ponerle en contra de todos y viceversa.
La realidad es que el asno sentía un profundo, y apenas disimulado, desprecio hacia ellos (en eso se había formado, no te vas a comer a quien admiras o consideras un igual); aunque al principio intentó adaptarse al estilo de vida de su nueva comunidad, lo cierto es que no soportaba su victimismo, debilidad, sentido de la indefensión, el carácter pusilánime, endeble, pasivo, indolente, cuando no directamente apocado y cobarde… percibir todo esto, no hacía sino que sintiese que se confirmaba aquello que siempre había oído y pensado sobre ellos, es decir, que los herbívoros eran, y merecían, ser presas, seres menores, sujetos a la voluntad de los cazadores… además, para alguien que antes había sido depredador, era especialmente difícil asumir esa nueva condición de objeto de caza, es más, le resultaba imposible la sola idea de caer tan bajo, y de hecho, se negaba en rotundo a semejante indignidad.
Sería difícil decir cuál era el problema del asno: si que realmente, en el fondo de su ser, no se aceptaba a sí mismo con todas sus consecuencias; que los demás no le aceptaban a él y su modo de ver el mundo… o quizás era una pescadilla que se mordía la cola. En cualquier caso, no tardó en darse cuenta de que los gustos en común pueden ayudar a iniciar una relación, pero no a mantenerla, para eso se necesitan valores y caracteres paralelos… es decir: que le gustara comer vegetación no lo convertía a él en parte del grupo de los que también lo hacían, ni a ellos en sus iguales; algo que terminó quedando claro para todos.
Llegados a ese punto, el borrico difícilmente podía barajar más de estas elecciones vitales: adaptarse incondicionalmente a la nueva colectividad y no ser juzgado por aquello con lo que se alimentaba, aunque teniendo que asumir unos valores, un sentido de la inferioridad, además de un estilo de vida que le repugnaban y despreciaba; o retornar al antiguo clan, volver a estar en lo más alto, ser temido y respetado, pero teniendo que abandonar, dejar de lado lo que realmente le gustaba… ambas opciones implicaban renunciar (o al menos a una parte) a sí mismo.
Por supuesto, había una tercera posibilidad, la más difícil, pero también la más valiente e inteligente: continuar solo y libre por su cuenta; asumiendo y aceptando quien era con entera naturalidad, y lo mismo respecto a los demás; siendo él mismo, sin plegarse a lo que otros dijeran que tenía que ser… ¿y si en ese camino acababa encontrando a otros seres afines? (ya fueran carnívoros, herbívoros, omnívoros… porque que no se hayan conocido aún, no significa que no existan, cada sujeto puede tardar su tiempo en encontrar su propio grupo con el que sentirse cómodo), pues genial, bienvenidos sean; ¿y si no?, pues no pasa nada, no es imprescindible… y es que, a la hora de la verdad, cada quien tiene su propio camino marcado en la vida, que hay que hacer solo; pues es muy iluso creer que no es así, o que los demás son la fuente o solución a nuestros problemas; ya que estos últimos, a menudo, están dentro de nosotros, así que somos también nosotros quienes tenemos que resolverlos; pues ya dice el proverbio que la caridad bien entendida empieza por uno mismo; por lo que, sólo tras aceptar a quien uno es, se puede tener en consideración a los demás.
Lamentablemente, el burro apenas valoró esta última alternativa, necesitaba a otros para reforzarse, saber quién era, un sentido de la pertenencia… aunque fuera a su propia costa.
Al final, se empeñó en volver con aquellos que había dejado inicialmente, y que no le iban a aceptar; básicamente porque lo cierto es que él, no sin falta de cierto cinismo, pretendía algo incompatible, imposible: seguir estando lo alto de la cadena trófica, pero sin hacer nada de lo que implicaba, beneficiarse de los derechos pero no cumplir con los deberes, es decir, tener privilegios.
Además, desde la perspectiva de los carnívoros, aquello ya era demasiado: el asno no sólo cargaba con la vergüenza de haber sido parte de los inferiores herbívoros (aunque él se negara a admitir que eso era así), sino que, para colmo, consideraban, ello no le había aportado nada de la conocida virtud de la humildad de ese grupo, ¡ni siquiera mostraba la más mínima contrición o propósito de enmienda!, a decir verdad, muy por el contrario, sentían que sólo se había engalanado de una superioridad moral insoportable, y su desfachatez, mediante actos, palabras… etc, en continuar con un tipo de vida que no aprobaban, resultaba intolerable.
Un día, de nuevo en compañía de sus antiguos camaradas, el león y la zorra; estando además la naturaleza en pleno éxtasis de irresistible, sabrosa floración; el borrico se empecinó especialmente en continuar con la alimentación vegetal, además de en convencer a sus compañeros de las virtudes y cualidades de esto; a lo que ellos reaccionaron diciendo:
-Pues bien, ya que tanto te gusta ser herbívoro, justo es que te tratemos como a uno de ellos; y así, podrás abonar las plantas que tanto amas.
Y en cuanto esto fue dicho, saltaron sobre el asno y lo devoraron.
Moraleja
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No lo vayas a olvidar:
no hay mejor,
no hay peor;
por ello lo que hay en ti debes descubrir,
para a algún sitio en la vida conseguir ir;
mas con quien no lo vaya a aceptar,
no se hay que esforzar,
no se hay que molestar,
con tal es siempre mejor dejar estar.
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