Revista Opinión

Fábulas Locas, (Lo Primero Que Se Te Ocurre Antes De Domir): King Kong Vs. Don King

Publicado el 14 diciembre 2018 por Carlosgu82

En realidad (por ignorancia o conveniencia), lo qué ocurrió durante la filmación setentera, sobre el fornido mono, fue esta (si no, pues no):

Fábulas Locas, (Lo Primero Que Se Te Ocurre Antes De Domir): King Kong Vs. Don KingCorría el caudaloso año de 1976; King Kong (por segunda vez consecutiva) atemorizaba a la cuidad de Nueva York. Resistiendo las ráfagas de las ametralladoras Springfiel, propinadas por los helicópteros que lo copaban desde lo alto de las azoteas de la notable urbe. Parecía que volverían a darle el mismo fin al desvalido mico. ¡Nada parecía detener la furia del hombre blanco, qué -según la tradición Holibudense, – pagaría cara su osadía!

Todo sería como siempre, la bella expone a la bestia, quién la salva en heroico sacrificio (digamos), casi romántico… Pero…¡No lo puedo creer!

¡Milagro!…

En esa hora desesperada, la nada se materializó en un milagro celestial. Los helicópteros se alejaron como por arte de magia; los soldados bajaron sus armas, y el productor de la película se comió las uñas, en un esfuerzo por recobrar su calma habitual (se necesitaba más que un milagro para que pudiera recuperarla).

En tanto, las cámaras seguían filmando el prodigioso suceso.

¿Milagro? ¡No! O más bien… Influencias encumbradas.

Ya que de entre el humo y la sangre, apareció una figura rolliza, con los canosos cabellos en punta; altos, muy altos. Él cual, lucía un sin fin de anillos y collares de oro. Sonriendo. Siempre sonriendo con sus blancos colmillos de marfil.

Detrás de la singular estampa, surgieron ocho fulano de pesadilla. Ocho gorilas (quienes sumando a nuestro peludo héroe, ya eran nueve). Todos ellos con la diestra metida entre sus coloridas chaquetas; y que al menor asomo de un ademán de su patrón de cabello recio, descargarían lo que ocultaban sobre cualquiera. ¡Sin importar nada! Incluyendo, a un gorila de más de treinta y cinco metros de alto.

Aquel siniestro Dandi, tomó del talle a la heroína de la película, y empezó a hablarle al hercúleo primate, con frases como: “Eres bueno en lo que haces.”; “Tú necesitas de un… ¡Representante!”; “Te doy la exclusiva”….; “¡Una mansión!” O propuestas, como: “Tú propio yate con embarcadero privado”; “Mujeres. Vino. Dinero, joyas, … ¡Oro!”; “Un billón de dólares, sólo en publicidad…”; “35% para ti; y el resto, nosotros lo manejamos…” y otras bellezas más así.

La lengua de aquel encumbrado, se deshacía en sueños salidos de la realidad; pasando de lo creíble a lo increíble. Tan ágil, tan expresiva, tan hábil como ponzoñosa, que parecía aquel Genio surgido de alguna lámpara mágica; que concedía todos los deseos que evocaba con su nutrida labia. El Toque de Midas, hecha apéndice gutural. Mientras, los ocho guardaespaldas esperaban ansiosos, apretando el puño dentro de sus vistosas solapas; y los ojos, atentos a la señal de su amo.

Jamás se les volvió a ver -más qué en el bar del Hotel Waldot Astoria

Al finalizar el ensoñador discurso, Kong, furioso, alzó un rugido que hizo cimbrar las raíces de todos los árboles de Central Park, meció frenéticamente los edificios de alrededor; e incluso, rompió en resplandeciente pedazos los cristales de más de mil automóviles estacionados en las aceras vecinas. Todo saltó o se estremeció al sentir el lascivo estruendo alardeado por la garganta del corpulento macaco. ¡Todo! Menos el genio terrenal y sus leales esclavos; quiénes, permanecieron firmes ante el enorme animal; sin mostrar emoción alguna, con las escondidas gruesas detrás de sus anchas solapas.

Mientras, las cámaras de la producción, seguían plasmando en el celuloide cuanto detalle se exhibía.

Ahora, era inevitable el terrible fin; ya que la señal esperada hizo su aparición en la mano alhajada. Por lo qué, el octeto entero, se abalanzaron pica-hielo en mano, contra su desarmada víctima; quién no tuvo tiempo de reaccionar contra los más de trescientos pinchazos qué recibió antes de caer al suelo. No satisfechos con ello, los agresivos ganters patearon repetidamente su rostro; propinándole el tiro de gracia, alzándolo en libe sobre sus ocho cabezas de piedra, para después arrojarlo por la borda; hacia el vacío. Todo esto, bajo el ojo complaciente del de cabello parado; quién, forzó a la actriz a seguirle; desapareciendo con ella entre el humo y la sangre de la víspera.

Entre tanto, los ocho canchanchanes se quedaron allí para asegurarse de no dejar huellas o testigos que los delate en su reciente cometido crimen.

Hubiera sido una sensación de taquilla: el de un film de acción concluido en uno policíaco. Pero como dije anteriormente, los ocho raqueteros, instintivamente, al ver el set de filmación grabando la escena ya planeada por el productor y el otro “King”, terminaron golpearon a los camarógrafos y técnicos; aplastando los micrófonos y destrozando las cámaras cinematográficas. Rematando su pusilánime acto al arrojándoles puños de billetes al rostro de los qué recién vapulearon; sin antes escupirles el consabido: “You don’t see nothing! (¡Tú no haz visto nada!). Para luego, desaparecer por donde su patrón lo hizo.

Ninguno de los hostigados hizo el intento por seguirles o llamar a la policía. Sólo se limitaron a lloriquear en silencio; y otros más, ha buscar entre sus destrozados aparatos cualquier vestigio de salvamento de éstos. Pero los rollos de película fotosensible se encontraban expuestos y velados; por lo qué, las tomas del increíble milagro, se habían perdido por un destello de violencia.

Por esto, la trama tuvo que ser contada con estricto apego a la idea original; y el final inesperado, fue cambiado por uno de los alternativos; muy parecido al de la primera versión de los años treintas. Y el enorme cadáver, que ya hacía en la plazoleta al pie de los dos rascacielos mellizos, fue maquillado; haciendo parecer los pinchazos de pica-hielo como balazos de grueso calibre. Además, de que el doble de la estrella principal (Kong), fue despedido, al pretender un aumento de salario, al enterarse éste que el director pretendía hacerlo pasar como el sustituto del inmolado.

De los ocho sujetos, la heroína y del personaje misterioso, jamás se les volvió a ver -más qué en el bar del Hotel Waldot Astoria-, conviviendo con otros fenómenos deportivos más sensatos que nuestro protagonista. Aun así, los ocho simios con picahielo en mano seguían solapándolos en sus vistosos sacos, en espera del ademán ansiado proveniente de la mano de su principal.

¿Milagro? ¡No! O más bien… Influencias encumbradas


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