Oporto tiene algo de colonial, o mucho, que también es posible. Portugal resulta siempre atractiva para un excursionista despistado que termina por escuchar fados en el centro de una ciudad que ya se ha volcado también con el turismo. La mayoría de los rincones de Oporto, trasladan a uno a una época pretérita, no demasiado lejana, con el encanto trasnochado de locales como en el que esta mujer cantaba en directo a los comensales. La memoria otoñal es selectiva y se deja guiar fácilmente hacia el recuerdo nostálgico de cierto tiempo pasado que no fue necesariamente mejor. Además, la imagen no es evocadora de nada más allá de un establecimiento ajado por el uso y no excesivamente moderno; el puente sobre el Duero queda mucho mejor y adorna más el espacio, pero no provoca el sentimiento que me despierta la fotografía de nuestra entrada de hoy. Y se preguntarán por qué les cuento hoy este rollo, y no hay razón alguna, más allá de esta melancolía estacional que nos contagia un poco a todos, como esa naturaleza que amarillea con este tiempo inusualmente caluroso. Además, hay luna llena. Pasado mañana, el puente.