Revista Cine
Director: Francois Truffaut
Ahora en mayo, después de su paso por Cannes (¡!), HBO va a estrenar "Fahrenheit 451", nueva adaptación de la novela homónima de Ray Bradbury. No estoy seguro si es una película o si es una miniserie, pero el caso es que actúa Michael Shannon y parece más que obvio que interpretará al implacable jefe del protagonista. Desde luego, este acontecimiento activó en mi memoria la urgencia por ver la otra adaptación, la estrenada hace poco más de cincuenta años (¡50 años!), la dirigida por el gran Francois Truffaut.
La grandeza de la novela de Bradbury radica (dejando aparte su calidad narrativa, literaria y sustancial) en su capacidad para suscitar gran cantidad y variedad de interpretaciones, que pueden centrarse en lo político, en lo social, incluso en lo psicológico y lo filosófico. Lo más poderoso, lo que más me llegó, fue el pesimismo y la desilusión con que Bradbury describe las relaciones interpersonales, frías, gélidas, cuasi robotizadas (curioso e irónico: humanos que parecen obedecer y cumplir, mecánicamente, sus funciones biológicas), elocuente y contundente síntoma de un mundo, de una sociedad cada vez más deshumanizada, más presa, maleable y ensimismada a medida que ciertas tecnologías y autoridades venden ideas de libertad, de legitimación del "yo", del "yo" como ocio y el ocio reemplazando el pensamiento, el sentimiento, la identidad. La relación del protagonista con su esposa me llegaba a desesperar, como si de verdad estuvieran vacíos por dentro. Por lo mismo, la chica que de verdad se dedica a observar y sentir el mundo que la rodea parecía un auténtico ángel, un oasis de humanidad en un gris desierto de asfalto y almas muertas. Y que el conflicto del protagonista, esa crisis existencial que lo condena a librarse de las cadenas de la frivolidad y la indolencia, se origine cuando la chica esa le pregunta si es feliz, no deja de ser triste y precioso a la vez, porque no es algo que la gente piense o cuestione mucho, simplemente lo asume, y lo asume porque la felicidad es pura parafernalia publicitaria creada para mantener en movimiento los oxidados engranajes del mercado (porque el mercado lo domina todo y ¿qué mejor que un empleado feliz que gaste su sueldo en algún negocio de los tantos conglomerados que controlan quién sabe cuánto?). El caso es que Bradbury imagina un futuro en donde los libros están prohibidos porque, claro (aunque la excusa dada sea otra), la cultura abre fronteras, expande el pensamiento, enriquece el mundo de uno y de todos, y el gobierno (no queda claro, lo cual es un acierto, si es un régimen totalitario o si, miren ustedes, en ese futuro la gente elige como gobernantes payasos estúpidos y demagogos) sólo quiere que su población siga dormida, dopada, anestesiada, y qué papel juegan los nuevos medios de comunicación, ¿eh?, ¡si hasta el común de la población se convence, cae hechizada por esta ilusión de libertad individual!
Así las cosas, pienso que la película de Truffaut es una excelente adaptación y que captura perfectamente el componente existencial del libro, la pesadilla del individuo ante un sistema cuyo totalitarismo se construye a través del ocio y la desinformación rodeada de un exceso de banalidad; del ser humano que no puede hablar, pensar y sentir por cuenta propia en una sociedad uniforme, complaciente, conformista, enajenada y apática que calla y que si abre la boca es para escupir mierda intrascendente y superficial, lo cual podría ser aplicable a los días actuales sin duda alguna (despotrica contra Netflix y, ¡uf!, ya verás la que te va a caer). Truffaut, por lo demás, dirige con una potente y exquisita puesta en escena, en donde hay espacio para la sugestión y lo sensorial y la delicadeza formal tanto como para las escenas más furiosas y enloquecidas y salvajes (por ejemplo, cuando la vieja se quema a sí misma: qué portento de escena, por dios). Ya el arranque es todo un prodigio de contenido y estilización: de dominio de la cámara, del montaje, de la atmósfera. Y vaya sentido del humor el de Truffaut (por ahí se ve arder un ejemplar de Cahiers du cinema); brillante el manejo del desconcierto, magnífico el tratamiento de la extrañeza. Gran película, demonios, y qué ritmo, qué manera de fluir y de volar, de hilvanar acontecimientos con admirable agilidad. A veces la película misma es como el fuego: comienza de a poco y, de repente (porque el fuego es voraz), ¡zas!, el in crescendo dramático que te explota en la cara, inclemente.
En cualquier caso, para qué tanto análisis: "Fahrenheit 451" es una excelente película, mucho más punzante, apasionada, furiosa (¡nunca apaguen su furia!), arriesgada y subversiva de lo que parece. Y Julie Christie hace dos papeles y los interpreta de maravilla (considerando lo mal que me caía en la novela, su encarnación de la esposa de Montag me pareció extraordinaria, porque humaniza a su personaje y de hecho esa ceguera suya, mas que repugnante, gracias a ella y el tratamiento de Truffaut, me genera compasión: la pobre vive una tragedia ¡y no se va a enterar, su conciencia soterrada y aplastada bajo toneladas de banalidad!).