Por Nila Velázquez | [email protected]
(Publicado originalmente en diario El Universo, Guayaquil, el 28 de Septiembre, 2013)
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En un país imaginario, los bomberos tienen como misión quemar libros, ya que según las autoridades, la lectura produce infelicidad, llena de angustia y cuestionamientos, y los ciudadanos se vuelven diferentes porque los libros los impactan de diversas maneras y el gobierno quiere que sean felices, sin dudas, sin preguntas y que rindan en sus trabajos.
Montag es un bombero que está casado con Mildred y, como ella, está convencido de que son felices y de que el gobierno hace lo posible para que lo sean, por lo que hay que seguir sus ideales. Cuando conoce a Clarisse, una joven acostumbrada a pensar y cuestionar, llega un momento en que Montag se pregunta si es realmente feliz y le gusta lo que hace.
Un día le toca ir a quemar la casa de una mujer anciana que tenía muchos libros, antes de hacerlo toma uno para llevárselo a escondidas. La anciana se niega a perder los libros y a salir de la casa y cuando ve que se cumplirá la orden, decide tomar los fósforos y ser ella misma la que prende el fuego.
Montag empieza a preguntarse qué es ese algo tan valioso que hay en los libros que lleva a la gente a adoptar extrañas actitudes. Se acuerda de un anciano profesor de Literatura que conoció en un parque y tomando la Biblia de entre unos libros que había ido escondiendo, va a buscarlo y le plantea sus dudas acerca de si será necesario que los libros se conserven. El profesor comparte su inquietud y se propone buscar a varios académicos que son sus amigos y están exiliados.
Cuando regresa a su casa, encuentra a Mildred, con unas amigas, hablando frivolidades, se molesta y saca un libro de poemas y lee uno en voz alta, provocando distintas reacciones: enojo, sorpresa y hasta llanto. Cuando conoce el incidente, el viejo profesor le hace ver que ha actuado con imprudencia. Regresa a su trabajo, suena la señal de alarma, sale hacia el lugar en que debe actuar y descubre que es su propia casa. Allí se encuentra con su jefe que le confiesa que fue él quien hizo la denuncia, pero que las amigas de Mildred lo habían hecho antes, y le ordena que queme su casa y los libros, y como no lo hace, empieza a golpearlo y le quita un dispositivo que Montag usaba para comunicarse con el profesor y le dice que con eso seguirá el rastro hasta encontrarlo. Montag se enfurece y lo quema vivo, luego escapa y aunque lo buscan intensamente, no lo encuentran. Él y el profesor han ido al bosque y encontrado a un grupo de personas. Son los “hombres libro”, académicos e intelectuales, que se han impuesto la misión de memorizar libros con el fin de conservar su contenido para que no se pierda la sabiduría que encierran y poder transmitirla a otras generaciones, cuando cambien las circunstancias.
Esta historia la contó con maestría Ray Bradbury, en 1953, en su obra Fahrenheit 451, título que alude a la temperatura a la que arde el papel de los libros. La llevó al cine el director Francois Truffaut.
Al recordarla, me he preguntado si, más allá de la ficción, llegará un momento en que tengamos que convertirnos en personas libro.