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Por WILFREDO CANCIO ISLA
- El reconocido arquitecto Nicolás Quintana, fundador del movimiento arquitectónico moderno en la Cuba republicana, falleció este martes en Miami a consecuencia de una pulmonía. Tenía 86 años.
Nicolás Quintana durante una conferencia el pasado febrero en la Casa Bacardí de la Universidad de Miami.
Por WILFREDO CANCIO ISLA
- El reconocido arquitecto Nicolás Quintana, fundador del movimiento arquitectónico moderno en la Cuba republicana, falleció este martes en Miami a consecuencia de una pulmonía. Tenía 86 años.
Amante inconmensurable de La Habana, la ciudad que soñaba reconstruir y desandar en el futuro, Quintana simboliza el espíritu de una generación de intelectuales y artistas que exaltó en el exilio la memoria cultural de una época de esplendor y prestancia cubanas, destronados tras la llegada al poder de Fidel Castro en 1959.
Quintana murió a la 1 a.m. del martes en el Hospital Baptist de Kendall, en el suroeste de Miami, luego de batallar por más de 20 días contra una infección sanguínea que derivó en una pulmonía doble.
Con su muerte desaparece no sólo un arquitecto excepcional y un profesor virtuoso, sino también un incansable forjador de proyectos, convocatorias y quimeras relacionadas con Cuba y la cubanidad.
Hobre culto y sensible, arraigado a las raíces populares más genuinas, Quintana era en sí mismo un testimonio vivo de la cultura contemporánea. Recorrió el mundo y se codeó con las personalidades más renombradas del siglo XX, desde Le Corbusier, Pablo Picasso, Albert Camus y Jean Paul Sartre hasta los cubanos Fernando Ortiz, Wifredo Lam, José Lezama Lima y Lydia Cabrera. Se inspiró en Nicolás Guillén, en Amelia Peláez y en René Portocarrero. Y también en Tata Güines.
“Lo quise y lo admiré mucho, porque era una persona genial, dotado de una inteligencia fuera de lo común”, manifestó Isabel Miniet de Quintana, su esposa por los últimos 45 años. “Era una persona dedicada a cumplir íntegramente lo que consideraba su misión con Cuba”.
Una profesión predestinada
Nacido en 1925 en La Habana, en el seno de una familia acaudalada, Quintana cursó sus primeros estudios en el Colegio de La Salle. Se forjó bajo la influencia del padre, el arquitecto Nicolás Quintana, dueño de la prestigiosa firma Moenck & Quintana, de manera que su entrada a la Escuela de Arquitectura de la Universidad de La Habana, en 1944, estaba casi predestinada.
En 1949 el gran maestro del modernismo, el alemán Walter Gropius, visitó La Habana y entabló una fructífera relación con Quintana, quien entendió por primera vez el balance ecológico como criterio esencial para una visión arquitectónica y urbanística. Gropius y posteriormente el arquitecto español José Luis Sert serían sus pilares para conformar las nuevas concepciones renovadoras de la arquitectura cubana.
“Nos dimos cuenta de que, antes de lanzarnos en una copia estéril del modernismo internacional, teníamos que detenernos y pensar sobre lo nuestro”, confesaría Quintana años después. “Hicimos así una arquitectura con el oído pegado a la tierra, cubanísima”.
Al frente de la firma Moenck & Quintana tras la muerte del padre, ocurrida en 1950, se vio motivado a participar en la Junta Nacional de Planificación de Cuba, una plataforma de desarrollo urbano que se creó por iniciativa del arquitecto Nicolás Arroyo.
Desde 1955 Quintana asumió la dirección de los planes maestros para el centro turístico de Varadero y la ciudad histórica de Trinidad, en colaboración con Sert. En Varadero fue responsable del diseño del Hotel Club Kawama y del Residencial Yacht Club.
De todos los arquitectos de la llamada Generación del 50, fue acaso Quintana el que trabajó con más ahínco para desarrollar una conciencia urbanística en el país.
Para 1958 su firma había sido encargada por el economista Felipe Pazos para construir el nuevo edificio del Banco Nacional de Cuba, pero pronto la propuesta se desvaneció al calor de la realidad revolucionaria del país.
Discrepancias con el Che Guevara
Quintana y su socio Miguel Angel Moenck se vieron una mañana ante el flamante presidente del Banco Nacional designado por el gobierno revolucionario: Ernesto Ché Guevara. El edificio se iba a construir en el terreno que hoy ocupa el Hospital “Hermanos Amejeiras” en La Habana.
Tras varios desencuentros y porfías con el Che, que lo amenazó personalmente con la cárcel o el paredón de fusilamiento, Quintana abandonó Cuba en enero de 1960 con su familia, su colección de arte y hasta sus automóviles.
Tenía entonces 35 años y pensó que aquel “laboratorio macabro de estupideces” no podría prolongarse por mucho tiempo. La última persona que lo despidió en la partida -que él no vislumbraba como definitiva- fue su mentor Fernando Ortiz, con un ejemplar dedicado de Una pelea cubana contra los demonios.
Quintana solía decir que él había salido de Cuba, pero que nunca se había ido de allí.
Forzado al exilio, se estableció en Venezuela, donde diseñó el plan maestro de la ciudad de Caricuao. Posteriormente se trasladó a Puerto Rico para desarrollar una extensa labor constructiva , que comprende más de 100 proyectos urbanísticos, mercados, edificios de condominios y centros comerciales.
En reconocimiento a su extraordinaria contribución a la arquitectura puertorriqueña, recibió el Premio del Senado del Estado Libre Asociado de Puerto Rico.
En 1986 vino a Miami. Se desempeñó como profesor adjunto en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Miami y a los 71 años fue nombrado profesor en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Internacional de la Florida (FIU), donde impartió clases hasta su retiro, en el 2010.
“Ya en silla de ruedas, él estuvo yendo con muchísimo entusiasmo a dar sus clases en la universidad”, recordó la viuda. “Era algo que disfrutaba profundamente”.
Un proyecto para salvar La Habana
Fue en FIU donde Quintana emprendió en el 2004 uno de sus más ambiciosos proyectos de creación: “La Habana y sus paisajes”. La investigación pretendía establecer las bases para rescatar la capital cubana de sus ruinas y reconstruirla respetando sus tradiciones urbanas.
Con desbordante entusiasmo, Quintana dirigió el estudio durante dos años. El proyecto involucró a un equipo multidisciplinario de 25 especialistas, y recibió un amplio volumen de fotografías y documentos enviados a título personal por profesores, arquitectos y colaboradores desde Cuba.
“Este proyecto justifica mi propia existencia”, me dijo durante una entrevista a fines del 2005. “Partimos de lo que existe para darle continuidad a una ciudad que ha estado paralizada en el tiempo… No queremos que la reconstrucción sea una carga para las futuras generaciones”.
El libro resumen del estudio, en inglés y español, contará con más de 400 páginas de textos e ilustraciones, y añadirá un CD que permite un recorrido virtual por la ciudad. Para ese volumen Quintana escribió una historia de La Habana que recoge su experiencia de 50 años en la arquitectura y el urbanismo.
Trabajaba hasta altas horas de la madrugada, impartía conferencias sobre el tema y no escatimaba esfuerzos para comunicarse con arquitectos y estudiantes que seguían sus pasos desde la isla.
“Para mí esto no es un pasatiempo, sino una razón de vida y un acto de amor por Cuba”, me confesó el arquitecto.
Otro de sus proyectos inconclusos es la realización de un complejo escultórico dedicado al prócer independentista cubano José Martí en la ciudad de Los Angeles.
Además de su viuda, lo sobreviven sus hijos Nicolás, Jorge Luis, Pablo José y Miguel Angel, y ocho nietos.
Los servicios fúnebres se realizarán este miércoles en la Funeraria Caballero-Rivero-Woodlawn, ubicada en Bird Road y la 82 Ave, en Miami, entre las 6 y las 11 p.m. El jueves habrá una misa de recordación en la Iglesia St. John Apostol, sita en 7377 SW, 64 St, South Miami. Cumpliendo su última voluntad, sus restos serán cremados.