Parece la instantánea congelada de una lluvia de flores y hojas, un jardín flotando en gravedad cero. Se llama Giardino Calante, Falling Garden.
Cortesía de steinerlenzlinger.ch
Lo instalaron una pareja de artistas suizos, Gerda Steiner y Jörg Lenzlinger hace una década ya, para la 50 Bienal de Venecia, la famosa exposición internacional de arte contemporáneo.
Quienes vivieron el Falling Garden en persona no han olvidado la emoción. Para quienes lo conocemos tan sólo en imagen, es también una experiencia, un tremendo golpe visual y un millón de sensaciones mezcladas. Hipnotiza.
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Falling Garden fue montado en el mausoleo de un Dux veneciano del siglo XVII, una tumba monumental de mármol y columnas dentro de la Iglesia de San Staë. Según los autores, la mejor manera de visualizar la obra era tumbándose boca arriba. Para ello, colocaron una enorme cama redonda sobre el sepulcro propiamente dicho, en el centro del mausoleo. Allí se echaban los visitantes, perdiendo la noción del tiempo, extasiados y completamente abstraídos de cualquier otra realidad.
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Los elementos de Falling Garden no son casuales ni al azar. Son una colección de muestras botánicas de muchísimas y distantes partes del mundo: semillas de baobab australiano, hierbas de Corea del Sur, apio de Canadá, rosas de Suecia, espinas de Almería…
Un cuadro botánico tridimensional, suspendido y en caída desde una cúpula de suntuoso mármol italiano. La Naturaleza recreada, deconstruida y, de alguna manera, consciente. Eso dicen quienes estuvieron ahí.
Cortesía de steinerlenzlinger.ch
La web de los autores es otro descubrimiento. Todos sus trabajos, las instalaciones efímeras y los trabajos permanentes, están documentados y explicados por ellos. Montajes similares a Falling Garden han sido llevados a muchas otras partes del mundo, cada uno con argumento e inspiración diferente, pero todos produciendo el mismo asombro y emociones de todo tipo en los espectadores.
Cortesía de steinerlenzlinger.ch
Pero hoy se trata de recordar este acontecimiento que ahora cumple 10 años, o de conocerlo quien no supiera de su existencia. En todo caso, dejarse llevar por la maravilla extraña, la sinrazón de flores que flota y tiene sentido en tu otra mente.
Cuentan Gerda Steiner y Jörg Lenzlinger que cuando el visitante se tumba y mira, el jardín piensa por él.
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