Revista Cultura y Ocio

Falsas victorias

Por Lparmino @lparmino

Falsas victorias

La rendición de Breda, 1635, Velázquez
Museo del Prado - Fuente


Detrás de los gestos condescendientes y las buenas maneras de la educación superior todavía se adivina la bruma del horror y las miradas perdidas de los que sufren. Y es que hasta en las guerras existen las clases: los que miran desde la comodidad del palco y los que deben sufrir la muerte, la mutilación y la sangre propia o ajena en el oscuro escenario del terror. Una vez que la contienda finaliza, el telón se baja y los directores de las compañías salen a felicitarse mutuamente por las buenas y armoniosas corografías de sus ejércitos. El siglo XVII fue el de la guerra en Europa, con una potencia en declive, la española, que luchaba a duras penas por mantener una hegemonía ya perdida. Uno de sus principales frentes de batalla se encontraba en Flandes, donde los holandeses protestantes combatían por su independencia frente al poder español católico. En junio de 1625 las tropas holandesas, con Justino de Nassau a la cabeza, se rendían en la ciudad de Breda ante los ejércitos españoles dirigidos por el genovés Spínola. Se ponía fin a un largo asedio en las peores condiciones posibles, tanto para situados como para sitiadores. La victoria, un hecho sin trascendencia ninguna, fue festejada en España como una de las más sonadas en la historia del fatigado y apaleado país. Sin embargo, Spínola había ofrecido unas condiciones de paz especialmente ventajosas a los herejes holandeses. Ya nadie quería luchar en una guerra absurda y prolongada hasta el infinito. La distancia del tiempo y del espacio confirió aires triunfales y suntuosas aunque falsas envolturas a las miserias más crueles y nauseabundas de la guerra. Leer más en La liebre muerta

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