Al Doctor K le sentó fatal que ya no le llamasen como tertuliano para hablar del covid por televisión. Le había costado coger el gustillo a la cosa, pero ahora preparaba sus intervenciones, como un mago el conejo de su chistera, decidido a asombrar con sus ocurrencias, no siempre atinadas, a los habitualmente mediocres interlocutores que le acompañaban en la mesa; a los idiotas que lo estaban viendo por la pantalla y a los memos que hacían memes a su costa, tras alabarlo o insultarlo, en las redes sociales. Con la última bomba informativa todo había pasado. Estaba a la intemperie y su fama se había esfumado porque la actualidad se había ido a velocidad de misil, y sin fecha de vuelta, hacia la guerra de Ucrania.
Era orgulloso y soberbio. Se reconocía arrogante y prepotente. Llegado a un punto tan alto, no se iba a rebajar fácilmente a ser de nuevo un divulgador científico de medio pelo que ni siquiera era profesor titular de la universidad en la que enseñaba. Tenía que haber una posibilidad para seguir en la cresta de la ola y no recaer en la purria de los seres anónimos.
Barajaba un abanico de posibilidades. Podría entrar en un laboratorio de bioseguridad y llevarse prestada alguna cepa patógena para luego esparcirla alegremente en el lugar adecuado. No, no era tan iluso o malvado como para creer que podría acceder a las cepas letales que se conservaban en laboratorios hipervigilados de nivel 4 (RG4) que poseían las grandes potencias en parajes secretos. Por otro lado, recurrir a las cepas comunes de la gripe humana, de la gripe aviar o de la porcina no iba a atraer sobre él la atención que buscaba. Les faltaba el morbo que se requiere para asustar y magnetizar a la chusma.
Descartado lo de las cepas, había que pensar en otras opciones para garantizarse el famoseo. No se veía haciendo el teleidiota en una isla desierta junto a gañanes descerebrados de aire macarra y chonis horteras a tiempo completo. No, tampoco era lo suyo mezclar mejunjes varios para que un tribunal de estirados cocinillas le diera el visto bueno para poder pasar a la siguiente fase. Menos se veía como un monologuista graciosete, de aire espabilado y displicencia adolescente, autoparódico llegado el caso, pero muy orgulloso de ser cínico y agudo. Lo de ser streamer, youtuber, influencer y todas esas cositas modernas terminadas en "er", le aburría muchísimo, ya que no quería esclavizar su tiempo y su vida a una pantalla, haciendo cabriolas para disfrute de un montón de paniaguados vampiros del talento ajeno. Era tarde para el fútbol y no siendo jugador, árbitro o entrenador de campanillas, no lo llamarían para comentar partidos, aunque sin duda lo haría mejor que esos tartamudeantes tuercebotas.
La cosa se había puesto complicada y decidió llamar a su amigo Fiz Arou, el afamado y ocurrente detective de la siempre deslumbrante Kaskarilleira.
- Neno, se me ha acabado el chollo de tertuliano. ¿Se te ocurre algo que palíe mi desventura?
- Ah, con que al final te iba la movida y mira que te resistías al principio.
- Va, pero dime algo que se te ocurra para seguir marcando territorio. Ahórrate las chorradas que ahora molan, ninguna me convence.
- Hay una cosa que aunque esté en la onda...
- Ya te he dicho que no quiero nada de eso.
- ¿Y montar un partido populista, doc?
- ¿Qué me dices, chorvo?
- Claro, crear un partido populista te haría estar de moda y petarías un montón. Podrías llamarlo Partido Patriótico Despótico, porque el rollo patrio engancha a las masas, o quizás podrías llamarlo PA.P.AYA. (Partido Populista AntiYanqui), sonaría ecologista y le podías pedir a Putin que lo financiase. No le parecería mal tener algún apoyo en Occidente ahora que está tan demonizado y nos machacan con documentales diciéndonos que es muy malote.
- Como si no lo supiéramos desde hace más de 20 años. Ahora dime, ¿crees que hay caladero de votos con ese partido?
- Con el PAPAYA, seguro. Es cuestión de encontrar un lema adecuado tipo "todo lo imperialista y malsano es culpa de los americanos". Nada une tanto como un enemigo fácil y distinguible al que echarle la culpa para dejar de sentirte que eres un capullo, sobre todo si eres de los que en las películas de vaqueros siempre vas con los indios. Los plastas sectarios de uno y otro lado se apuntarían encantados, necesitan una figura de autoridad que los amamante y ampare.
- Un padre castrante que se dice.
- O una madre amamantadora, doc, como la Luperca de Rómulo y Remo. Eso es lo que les va a esos julais. ¿Te atreves con el asunto?
- No, no me veo como amamantador o castrador.
- No, tú lo que tienes que hacer es montar el tinglado y ya encontrarán ellos a su pastor, a su duce, a su caudillo, a su fuhrer, a su conducător, a su gran líder, a su estimado líder, a su brillante camarada...
- Mira que eres chapas, esa es una liada del quince y suena muy religioso. Pensaré en otra cosa. Abur, Fiz.
- Cuídate, boquerón. La próxima vez te cobraré la sesión, que no me gusta pencar gratis.