Revista Deportes
FICHA DEL FESTEJO:
Ganado: Cinco toros de Guadalest, uno de ellos reglamentariamente despuntado para rejones, desiguales de presentación y juego. Anovillado el soso primero y el reservón segundo, y con más cuajo el resto del encierro, destacando por su juego y algo más de picante los lidiados en cuarto lugar así como el sobrero del mismo hierro que cerraba plaza y que sustituía al titular tras lastimarse éste en una aparatosa voltereta en el primer tercio.
Manuel Manzanares: metisaca, rejón muy trasero y contrario y tres descabellos terminando el toro echándose (silencio).
David Fandila ‘El Fandi’: estocada tendida (dos orejas); estocada (dos orejas y rabo).
Joaquín Galdós: estocada (dos orejas); estocada (dos orejas y rabo).
Plaza: Coliseo de Almedinilla. Algo más de media entrada en tarde de temperatura agradable y leves rachas de viento que no molestaron a la terna.
Regresaban el pasado lunes los festejos mayores al Coliseo de Almedinilla tras un paréntesis de tres años desde que el 1 de mayo de 2014 se inaugurara como recinto taurino este multifuncional edificio. Y lo hacían con una corrida de toros mixta con tintes triunfalistas donde los haya, gracias a un público con ganas de diversión y que salió más que contento a tenor del flamear de pañuelos en el que se convirtió la tarde.
Hasta aquí, nada que objetar, máxime cuando, como reza el dicho «el que paga manda», sin pasar por alto que cuando en otros puntos de las geografía patria hablar de toros es casi algo prohibido, una localidad con algo más de 2.400 habitantes, curiosamente unos pocos más que las localidades de su coqueto Coliseo, organice una corrida de toros gracias al apoyo de un Consistorio que siempre, o al menos hasta la fecha, ha apostado por la Fiesta de manera decidida.
De ahí que antes de valorar lo sucedido en el ruedo y el resultado artístico del festejo, sea conveniente esta puntualización, ya que en caso contrario, la tormenta de trofeos que consiguieron dos de los acartelados, nada más y nada menos que ocho orejas y dos rabos, no tendría una justificación aparente.
Resultado numérico que, a buen seguro, se podría haber incrementado de estar algo más acertado Manuel Manzanares, encargado de abrir la tarde ante un ejemplar anovillado y nada colaborador, al que hizo mucho daño el primer y único rejón de castigo. Con las banderillas y unos caballos a los que se le notó la falta de experiencia, Manzanares erró en demasía, destacando en un primer encuentro de poder a poder con un ajustado quiebro y el toreo de costadillo con el que colocó a su antagonista en suerte. El rejón de muerte, muy trasero y el uso del descabello enfrió a un público que silenció al caballero tras una actuación de muchos altibajos.
Tras este preámbulo de rejoneo, llegaba uno de los momentos más esperados de la tarde, ya que por fin y tras no pocas gestiones en años anteriores, David Fandila, actuaba en Almedinila, localidad en la que residen varios amigos del matador granadino y en la que actuó en sus inicios como novillero sin caballos. En su línea, Fandila encandiló al respetable con un variadísimo saludo capotero --larga cambiada de rodillas, verónicas, chicuelinas y media verónica de remate--, para luego volver a subir el termómetro con un tercio de banderillas, marca de la casa, en el que destacó un ajustadísimo par al violín.
Con la muleta y tras un trasteo de rodillas que parecía vaticinar una faena de cierto interés, el de Guadalest empezó a perder fuelle, por lo que Fandila tuvo que recurrir a la media altura y su consabido repertorio de molinetes, adornos y tandas en las que con cierta monotonía intentaba dar forma a una faena sin chispa alguna. Eso sí, mató bien y los pañuelos poblaron el tendido, al igual que en su segundo, tras otra faena de similar corte en la que, ahora sí, se pudieron ver los mejores pasajes de la tarde cuando en varias tandas de derechazos de trazo lento y mucha ligazón, aderezados con unas ajustadísimas bernardinas y otra estocada de efecto fulminante.
Completaba el cartel Joaquín Galdós, que pasó desapercibido en su primero, un precioso ensabanado, con el que el joven matador no encontró la tecla adecuada para estructurar y dar forma a la faena, pese a que lo intentó por ambos pitones sin llegar a cuajar una tanda estimable, a excepción de varios adornos y detalles sueltos que, en su conjunto, no fueron merecedores, ni de lejos, de los trofeos concedidos.
En el sobrero que cerraba plaza, Galdós volvía a evidenciar un error en el planteamiento de la faena de muleta, no dando la distancia que el animal venía pidiendo desde el primer tercio. Faena muy larga y encimista ante un toro que protestaba cuando el peruano le presentaba la muleta sin la más mínima pausa entre tanda y tanda, y en la que nuevamente se pudieron ver detalles de cierto peso y aroma torera en adornos y largísimos pases de pecho, recurriendo en este caso a las cercanías, dejándose incluso rozar en varias ocasiones la taleguilla con los pitones.