Quizá TIEMPOS ACIAGOS sea la novela con mayor carga de fantasia de la saga. Quizá, más que fantasía, podríamos pensar en Espada y Brujeria, posiblemente. Escribí la novela con esa intención, la de realizar un personal y muy particular homenaje a este género, que tanto me ha dado. Os dejo aquí un pequeño extracto, amigos. Podéis adquirir la novela en el enlace siguiente: TIEMPOS ACIAGOS EN KINDLE.
Capítulo XII: Bela Ortoga.
Ciudadela de Oerta, Octubre de 1204 A.D.
La lluvía caía con furia en la noche gélida. Las fogatas que iluminaban el perímetro de la ciudadela habían sido reemplazadas por amplios fanales en los que las llaman bailoteaban al son del viento. El grupo de cinco individuos montados a caballo permanecía frente a la puerta aguardando con paciencia. El agua de la lluvia resbalaba en sus rostros impasibles como si de un puñado de estatuas ecuestres se tratase. Ni siquiera los corceles piafaban ni cambiaban de posición. Por fin las puertas se abrieron y un numeroso grupo de soldados rodeó a los jinetes. Un trueno retumbó a lo lejos. Alexander apareció bajo el grueso portalón a paso lento. Vestía sobre su armadura completa una amplia capa con el emblema de la Hermandad. Comprobó con la mirada que el círculo de soldados rodeaba por completo a los recién llegados y se aproximó hacia el líder. Éste descendió. Era alto y delgado, vestía ropas oscuras sobre una armadura igual de oscura. Su rostro parecía tallado sobre mármol: anguloso, pálido e inexpresivo. Sus ojos parecían tan muertos como la piel de su rostro, pero mantenían un leve brillo maligno.
-Mis respetos, noble General -dijo mientras inclinaba la cabeza en señal de respeto. Su voz era tan fría como la palidez de su rostro anunciaba.
-¿Quién eres y qué deseas? -preguntó Alexander con dureza.
-Paz y amistad -contestó el recién llegado-. Mi nombre es Bela Ortoga, señor de estos dominios.
-Estos dominios pertenecen al Rey Hilmice I, y por mandato suyo las reclamamos.
El vampiro ignoró el desafío.
-Tengo un presente -continuó con su voz sobrenatural-. Un regalo que albergo nos ayude a terminar esta estúpida guerra.
Alzó la mano y uno de sus acompañantes desmontó y depositó a los pies de Alexander una amplia cesta de mimbre cubierta por un lienzo.. Retiró el lienzo, introdujo la mano y alzó una cabeza inerte. Tras la máscara de horror que mostraba los rasgos de Agocs se dibujaban levemente, desfigurada por las heridas y la descomposición.
-Mi señor, os ofrezco la cabeza del traidor Agocs -anunció el vampiro-. Mantenemos la esperanza de poder establecer una paz que nos beneficie a ambos.
Alexander observó la cabeza un instante.
-Agocs era un siervo vuestro -replicó- ¿Es acaso éste el destino de aquellos que pactan con vosotros?
El vampiro se aproximó a Alexander.
-Acudís a nuestras tierras con fuego y acero -reprochó-. Asesináis a nuestros aliados, cometéis actos impíos sobre nuestros súbditos. Nos arrebatáis mediante traición esta ciudadela, arrasáis nuestros pueblos y nos despojáis de nuestros súbditos ¿Y encima nos insultáis?.
-Es curiosa tu percepción de la situación -afirmó Alexander mientras se aproximaba desafiante.
Apenas varios palmos de terreno separaban a inmortal y vampiro, y mantenían las miradas clavadas en un duelo de voluntad titánico. A su alrededor la lluvia caía con fuerza y el viento agitaba sus ropas como si ambos formasen parte del epicentro de un terrible huracán.
-Mi padre combatió junto a los ancianos de tu estirpe -dijo Basil Ortoga-. Mi familia habita estas tierras desde el principio de los tiempos ¿Acaso debemos reconocer a un patético rey mortal? Jamás conseguiréis dominar las montañas: el norte del paso de Oiutz nos pertenece desde hace siglos, el sur pertenece a la familia Lugani, más terrible, poderosa y antigua que la mía. ¿Acaso tú, joven Inmortal, auxiliado por un puñado de soldados advenedizos, podrás arrebatárnoslos?
La voz del vampiro había crecido en rabia a medida que pronunciaba las últimas palabras. Alexander mantuvo la mirada clavada en el rostro impasible de su interlocutor:
-Desde el albor de los tiempos los Inmortales hemos velado por el mantenimiento del Equilibrio y del Velo -contestó Alexander-. Somos la Hermandad de los Hombres Libres, una compañía leal a la Orden del Fénix, donde combaten bajo nuestro emblema licántropos, humanos e Inmortales. Y durante milenios nuestra Orden a impuesto la paz y la ley. Y ha llegado el tiempo de imponerla en estas tierras.
El vampiro retrocedió lentamente con la mirada en alto, y cuando llegó a la altura del corcel montó con agilidad.
-Son tiempos aciagos los que corren, no lo olvides -amenazó el vampiro-. Mi padre combatió en los Tiempos Antiguos. Los grandes señores de las familias de todo el mundo me envían numerosos presentes en muestra de sumisión y respeto. Mis dominios se extienden a ambos lados de las montañas, a lo largo de varios reinos humanos. Generaciones de reyes se han postrado a mis pies. Mi poder domina criaturas de este mundo y de otros infiernos, criaturas que al verlas enloquecerías de terror. Y vosotros no sois más que niños que nos amenazáis con una rama endeble en la mano. No lo olvides, porque nosotros no os olvidaremos.
Los corceles giraron y el círculo se abrió para permitir el paso al extraño grupo. Alexander regresó a la fortaleza.
-Atrancad las puertas, redoblad la guardía -ordenó-. Preparaos para lo peor. ¿Dónde se encuentran los Audaces?.
La lluvia arreció y un relámpago iluminó la silueta de un numeroso grupo de jinetes que observaban la ciudadela a lo lejos. Un grito desgarrador se extendió por toda la región, como un aullido terriblemente agudo surgido desde algún lugar de los alrededores. Un aullido que heló el corazón de los defensores de la ciudadela.
-¿Dónde se encuentran los Audaces?.
Un nuevo relámpago iluminó los alrededores. Las extrañas siluetas habían desaparecido.”