No creo que la brillantez en la escritura sea algo que pertenezca a la carga genética de una persona, así que jamás se me ha ocurrido pensar que los hijos de los escritores a quienes admiro (o a quienes no puedo valorar porque no he leído, pero disfrutan del aplauso generalizado de la crítica) deban ser comparados con sus progenitores, ni para bien ni para mal. Y aún menos cuando su producción es todavía incipiente, como ocurre en el caso de Berta Marsé.
He terminado el volumen Fantasías animadas (con una ilustración de cubierta que llama mucho la atención, aunque no guarda relación alguna con los relatos contenidos dentro), y lo cierto es que he salido razonablemente feliz con la experiencia. No deslumbrado (mentiría si usase esa palabra), pero sí satisfecho. La historia de los Pons (con su humor particularísimo), los conflictos que rodean al perro Don Vito (que es atropellado mientras su dueña disfruta de unas largas vacaciones), las maldades de las dos niñas que juegan en casa de su vecinita (la cual se termina vengando de ellas con una revelación inesperada), las conexiones cinematográficas de “El bebé de Rosa” (donde una película de Polanski se une al destino de sus protagonistas) o la larga búsqueda para descubrir quiénes son las Prosperinas (que pertenecen al pasado desconocido de una anciana a la que un tumor cerebral está erosionando) conforman una propuesta narrativa bastante sólida, que me ha gustado recorrer.
No descartaría leerme el siguiente libro de esta escritora.