Revista Deportes

"Fantasmas", cuento oval de Tuboramix

Por Tarrako @angelllcp
He conocido a Tuboramix porque ha tenido el detalle de comprar mi novela, "Placaje Alto", y charlando me ha contado que escribía cuentos ovales, así que no he podido evitar publicar el último que escribió para la página de Rugby UAS, que no será el último que publico aquí.   "Anda termina, vamos a tomarnos algo", es la última frase del cuento, y la última que se escucha en cualquier vestuario rugbístico. 
Gracias Tuboramix.
Fantasmas 
Escrito por Tuboramix on 06 Noviembre 2011.
Los ecos de los últimos comentarios de mis compañeros se pierden en mi cabeza mientras me tumbo, alguien apaga las luces, dejo que la oscuridad y el silencio me rodeen, me gusta terminar así los entrenamientos, tendido en el césped, dejando que el olor a tierra, humedad y césped se mezclen con el de mi sudor. Acompaso mi respiración y miro al cielo, jirones de nubes ocultan la luna a medias, saboreo el momento mientras mis músculos, fatigados después del esfuerzo a los que les he sometido, se van enfriando y me empiezan a pedir una ducha bien caliente. 
Es hora de levantarse, acabar el ritual de todos los entrenamientos, sólo se escuchan a lo lejos las risas del vestuario, me encamino allí y recojo un oval que se ha quedado cerca de los palos, me agacho y lo sujeto con suavidad, lo acaricio, siento su tacto… alguien me mira, noto que una mirada se me clava, es como un interruptor que se me enciende y programa una alerta en mi cerebro que me hace levantar la vista, entre sombras, rodeado por la niebla que empieza a caer y formar una fina película sobre el césped, me parece distinguir la silueta de un jugador. ¿Quien se ha quedado aquí? Pienso mientras intento reconocerlo, no se parece a ninguno de mis compañeros… Es una figura alta, con el pelo medio largo, no distingo bien sus facciones, sus pantalones parecen viejos y su polo lleva un cuello raro. Ya hemos terminado. Le digo mientras me acerco. Entonces lo veo bien, es un chico joven, pero su mirada parece que tuviera cien años, la barba, escasa, y el pelo parecen reflejar la poca luz de luna que consigue filtrase entre la niebla y las nubes. Me quedo mirándolo, quieto, callado, tratando de averiguar donde he visto yo antes esa cara. Me recuerda a alguna de esas caras que se ven en las fotos de viejos jugadores, viejos tiempos de gloria, que adornan el club, pero no consigo acordarme. 
Su mirada se dirige al balón que llevo entre mis manos, se fija en él, y me hace un gesto para que se lo pase, lo miro, durante un instante, y se lo envío, pero me quedo perplejo al ver que, de manera sobrenatural, el oval pasa entre sus manos y lo atraviesa como si fuera humo. Un escalofrío me recorre el cuerpo y mi cabeza me dice que salga de allí corriendo a todo lo que me den mis piernas, pera estas no responden, me quedo como un pasmarote delante de la aparición sin saber qué hacer, sin saber que decir. 
Me fijo de nuevo en su mirada, en la inmensa tristeza que refleja, mientras mira al balón, al campo y a los palos. Comprendo entonces lo que quería decirme hace un instante, una vez más, una última carrera, un último ensayo, volver a sentirse vivo. Recojo el oval y me coloco justo donde él, desafiando la ley de impenetrabilidad de los cuerpos, dejo que su figura, traslúcida, se fusione con la mía, como si llevase un traje medio transparente, él parece comprenderme y trata de adoptar mi misma postura mientras superpone sus manos a las mías, entonces, comienzo a correr hacia la zona de marca, hago un par de amagos, de fintas, un contrapié por aquí, otro por allá, me recorro el terreno de juego entero y cuando llego a la línea de ensayo, me tiro como un loco para plantar el oval. 
Me levanto y busco con la mirada a mi extraño compañero, que durante toda esta carrera desenfrenada, ha sido como un traje puesto sobre mi y veo en sus ojos la alegría inmensa del niño que ha jugado por primera vez, esa mirada que distingo en mis compañeros cuando acabamos de jugar o entrenar, ese brillo, que me refleja el espejo, después de cada batalla. Los aplausos de mis compañeros más jóvenes, rompen el hechizo y el fantasma desaparece, miro hacia atrás y varios de ellos sonríen y se burlan de mi, ¿Qué hacías? Me preguntan entre risas, ¿Ganar la copa del mundo? Anda que… 
Me voy al vestuario, sonriendo, con la alegría de la mirada del fantasma clavada en mi corazón, allí, un viejo amigo, fiel apoyo en mil batallas, me pregunta donde estaba y que por qué había tardando tanto. Estaba haciendo feliz a un fantasma, contesto, tras un par de segundos. En silencio, nos miramos, sabe que hablo en serio, sonríe. Anda termina, vamos a tomarnos algo. 

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