Por Efraín Trava
Las luces se mantienen encendidas, aunque cada diez o quince minutos se vuelven más tenues. La gente, unas tres mil personas, disfrutan de la frescura en el ambiente: cerveza, hachís, mota, ácidos, speed. Música de The Melvins, Dälek, Isis y otros que son indistinguibles; todos pertenecientes a Ipecac, nombre de la firma discográfica que tienen en común. Nos inunda la gorda e inmunda expectativa, los asistentes sabemos bien lo que implica estar frente a Fantômas. Mike Patton (Mr. Bungle, Faith No More, Tomahawk, entre otros) liderando el grupo, en el que también figuran Dave Lombardo (Slayer), Trevor Dunn (Mr. Bungle, Secret Chiefs 3) y Buzz Osbourne (The Melvins). El sitio parece idóneo. Lo que normalmente funciona sólo como bar —uno enorme— ha sido acondicionado para recibir este circo nocturno. Los muros amarillentos se hacen más brillantes con los focos multicolores regados por todo el techo del lugar. La bandita está por doquier, se ve una miríada de tremendos personajes, atuendos punkys, darkys, hippies, retros, rockers, poppers, tinta china, pelis porno y un corto etcétera. Cruzo todo el lugar, me acerco al baño para echar la última antes de que Fantômas irrumpa en la plataforma. Por tercera vez atravieso el umbral del cuarto de los azulejos. Aquí la luz ya no escasea, sino que es excesiva. Las miradas ya se dejan ir como brocas, son pausadas y hasta meditadas, el sístole y diástole pupilar. Primera impresión: dos gigantes pálidos con cabellos amoratados se disponen al mítico y típico acto de autoindulgencia: propinarse sendas rayas de coca. Intercambio una miradilla con el del popote, él sonríe mientras lenta y coordinadamente se acerca el tubito a la nariz e inclina el cuerpo hacia el polvo níveo, ay, el polvo angelical. Disimulo y con la misma coordinación me abro la bragueta mientras me arrimo al mingitorio. Afuera los gritos y silbidos son cada vez más estridentes. La banda se está impacientando, ya está puesta a tono, sólo necesita explotar con la música multiforme de F. Salgo del recinto sagrado y gusaneo entre la gente para acercarme lo más posible al proscenio. Las luces se han ido, el ruido se esparce como una dulce epidemia. Un largo sonido de gis in crescendo comienza a invadir la turbiedad de la atmósfera, anestesiándola aún más. El inverosímil letargo se hace sentir durante tres larguísimos minutos, sólo eso: gis brutal, ruido blanco, silbidos, gritos selváticos, por momentos ninguno aquí sabe dónde está. Algo va a pasar. La oscuridad pone a la banda a tope. Luego, las primeras luces, los sonidos electrónicos sustituyen el gis, timbres, sirenas. Ahora las luces son policíacas. Del caos surgen los primeros sonidos familiares, la tarola y los platos de Lombardo. Le sigue Patton con gritos ininteligibles, la vorágine de sonidos anuncia que el festín ha comenzado. De pronto todo se vuelve altibajos entre silencios y sonidos. Patton produce ruidos guturales ayudado de una máscara de oxígeno mientras Dunn juguetea con su bajo y una muñeca de plástico amputada y montada en él. Lombardo unas veces talla y otras más azota sus baquetas contra los platos. Súbitamente todo viene a la calma, sólo un tarareo y el piano en tercer plano evitan la extinción del grupo entarimado. A estas alturas, las sustancias, el hacinamiento y el extraño mantra producido por F. mantienen a la banda en una suerte de hipnosis colectiva. No hay silbidos y hay, en verdad, poco movimiento.
Pronto el estado inanimado se rompe. F. se dispone a ejecutar una pieza épica de su segundo disco The Director’s Cut. Ese trabajo compuesto por quince adaptaciones de soundtracks originales de películas que van desde El bebé de Rosemary hasta Cabo de Miedo, pasando por El Padrino, entre otros. El resultado es tan virtuoso como la originalidad de Mancini, Morricone, Herrmann y otro corto etcétera. La rola es “One step beyond”, inspirada en la serie de televisión homónima. La versión original es de Harry Lubin Orchestra, música suavecita, bien alterada por los Fantômas. La atmósfera ahora es, por decirlo de una forma, y sin afán de ser pretencioso con los adjetivos, terrorífica. Acá abajo la banda prende un porro tras otro, un toque tras otro, y yo disfruto de la aromaterapia. Después de esto transcurren los minutos con tesituras de distinta índole, con diálogos cortados de Patton en portugués, en español, en alemán y en inglés. Con latigazos de música fragmentada, vocalizaciones improvisadas, pianos en segundo plano que decoran los ambientes psicóticos, la realidad inextricable de la obra de Fantômas. Todo a media luz, hasta el final, la despedida acompañada de una suave melodía para atenuar el aterrizaje forzoso. Sonidos optimistas de un órgano mucho más cándido que el alarmante piano de hace unos minutos. Acordes limpios y predecibles. El piso sólido de la certidumbre. No se necesita nada más, por ahora.
Ya en el exterior repaso la experiencia y me enfrento a la realidad de siempre: mi memoria enclenque arrasada nuevamente por los hechos.