Ha concluido con su capítulo diez “Fariña”, seguramente la mejor serie policíaca de las televisiones españolas en toda su historia, bastante cercana a la realidad del narcotráfico gallego y a sus protagonistas de los años 1981-1991, pero deja incógnitas ocultas tras las brillantísimas realización e interpretaciones.
Una de ellas sería cómo siguió el comercio del hachís y la cocaína una vez caídas las cabezas del narcotráfico, y cómo se produjo la metamorfosis paralela en el Campo de Gibraltar, que pasó también del contrabando de tabaco al de hachís, y ahora al de cocaína.
Pero el mayor vacío de esta serie digna del mejor Hollywood es que no dedicó ni un minuto a las redes de distribución de la droga que realmente mató a decenas de millares de jóvenes en Galicia y en toda España.
La heroína, que sigue ajusticiando hoy a sus adictos y cuyo origen es asiático, viaja por caminos diferentes a los de los narcos de “Fariña”, cuyo hachís era africano y su cocaína centroamericana.
El triunfo sobre los narcotraficantes de estas dos drogas se hizo visible cuando el grupo de madres que reunió Carmen Avendaño en “Érguete” (Levántate) entró en el Pazo Bayón de Laureano Oubiña tras su confiscación legal y transformación en centro de rehabilitación de drogodependientes.
Pero ni hachís ni cocaína matan directamente. Esclavizan, especialmente la cocaína, e influyen sobre la conducta del consumidor. Pueden destruir familias y matar a terceros por imprudencias, por ejemplo, conduciendo vehículos.
Pero los muertos con las jeringuillas contaminadas en las venas o por sobredosis los produce la heroína; y sus principales redes de distribución al menor en toda España, antes y ahora, son familias gitanas a las que los gitanos decentes y la policía son incapaces de controlar.
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SALAS