Revista Educación

Fármacos sin límite

Por Rosinauriarte
FÁRMACOS SIN LÍMITE
La medicalización como reacción automática al síntoma social es el eje de una serie de estudios que analizan las consecuencias de la respuesta química a problemas varios.
Por EUGENIA ZICAVO

Publicado en Revista de Cultura

La medicalización de la sociedad es un fenómeno creciente: cada vez más, problemas no médicos pasan a ser definidos y tratados como tales, siendo instrumento de intereses de mercado vinculados a la expansión de la industria farmacéutica y biotecnológica. La construcción de nuevas enfermedades, el aumento en la prescripción de medicamentos, el encasillado diagnóstico de sentimientos como la tristeza o comportamientos como la timidez (que hasta hace poco se consideraban estados no deseables pero no por ello patológicos) han derivado en una suerte de farmacologización de la vida cotidiana. Un ajuste químico ­con o sin receta­ que aspira a compensar las exigencias de una sociedad que ha refinado los márgenes de su "norma", volviéndola cada vez más excluyente. Los criterios de salud y enfermedad han ido variando según la época y las culturas: las enfermedades también son un producto histórico, una construcción social no exenta de luchas por la imposición de sentidos, en la cual los laboratorios y sus intereses económicos han pasado a ser actores decisivos.
En su libro Medicalización y sociedad , Adrián Cannellotto y Edwin Luchtenberg compilaron una serie de artículos de diferentes autoras, que analizan el proceso de medicalización en la Argentina. Entre ellos, Graciela Natella examina el aumento de la prescripción y consumo de psicofármacos en el campo de la salud mental y la expansión del registro de nuevas enfermedades, en la cual el difundido Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM) de la Asociación Americana de Psiquiatría resultó un instrumento fundamental: en su primera versión consignaba 106 trastornos, llegando a 357 en su última edición.
Por su parte, María Epele explora las consecuencias de la articulación entre medicalización y criminalización del consumo de drogas en poblaciones marginadas y cómo el dispositivo judicial-policial-sanitario confluye con las lógicas de opresión político-económicas que afectan el acceso al derecho a la salud.
Epele es también autora de Sujetar por la herida , una etnografía sobre drogas, pobreza y salud, publicado este año, en el que aborda los complejos vínculos entre los usuarios de drogas y los sistemas de salud y las tensiones entre "enfermedad" y "delito".
La administración de psicofármacos a niños con problemas de conducta o aprendizaje es analizada por Beatriz Janin, que toma como eje el diagnóstico más extendido actualmente entre los niños en edad escolar: el trastorno por déficit de atención, con o sin hiperactividad, que permite ubicar diversas conductas infantiles bajo un mismo rótulo, con su correspondiente tratamiento farmacológico.
No es una novedad que las instituciones disciplinarias como la escuela necesitan cuerpos dóciles. Pero si antes debían esforzarse para administrar dispositivos que resultaran efectivos, hoy la sumisión a la norma se logra con una pastilla. Los niños la toman para "portarse bien", para no molestar. Los padres los mandan al colegio medicados, en vez de buscar respuestas alternativas (en EE.UU. están medicados aproximadamente el 10% de los niños menores de 10 años).
A propósito del escenario descripto por Janin, es preciso recordar que las representaciones de la infancia dependen de cada momento histórico, así como la tolerancia o condena social hacia ciertos comportamientos infantiles. Por ejemplo, cuando Erasmo de Rótterdam escribió su manual para el comportamiento de los niños en 1530, el modelo valorado era el de la infancia piadosa, disciplinada y obediente.
La imagen del niño era negativa.
La teología cristiana elaboró una imagen dramática de la infancia: el niño como símbolo de la fuerza del mal. Durante siglos, filósofos y teólogos expresaron un verdadero miedo hacia los niños; si había interés en su educación, era porque se los creía malos por naturaleza.
A la luz de la historia, caben plantearse algunos interrogantes: ¿Cuáles son hoy las condiciones culturales en las que se determina una patología según la cual los niños inquietos, distraídos o que no muestran interés en la escuela son diagnosticados como deficitarios o trastornados? ¿No será que la educación que reciben no les resulta tan estimulante? ¿Se habrá instalado un nuevo temor hacia la infancia? La oferta actual de medicamentos está en sintonía con una de las demandas de la sociedad contemporánea: las soluciones inmediatas. Rápidamente, los fármacos hacen desaparecer los síntomas incómodos permitiendo mantener los patrones de rendimiento esperados (tanto para los adultos como para los más chicos). A cada nueva "enfermedad" le corresponde un novedoso remedio especializado; a cada nuevo síntoma, un profesional presto a recetar. La promesa está instalada: la quietud, la atención e incluso la felicidad esperan en el mostrador de la farmacia. Tienen la forma de una pastilla, sólo hace falta comprarla.


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