El progreso puede definirse como el paso de lo necesario a lo posible. Donde antes nos precipitábamos al vacío ahora podemos navegar, donde antes podíamos recorrer veinte kilómetros ahora avanzamos dos mil, donde antes no podíamos ahora podemos. No vamos a entrar aquí en el reverso del progreso, en los manidos debates de si el progreso en realidad esconde una faz oculta y oscura, como aquellos muñecos de apariencia entrañable que se volvían diabólicos en la noche, o las dobles máscaras que aterraban a nuestros ancestros. Tan sólo, advertir que aquellos que hacen del progreso una religión, esto es, que convierten la Ciencia y la Técnica en objeto de veneración, viven todavía en ese estadio infantil de fascinación. La ilusión consiste en pensar que a través del progreso el ser humano puede escapar a su destino. Pero el lobo que todos portamos acabará imponiéndose a las precauciones del hombre. De eso no hay duda.
La ilusión consiste en pensar que el porvenir nos pertenece, cuando somos, también nosotros, pertenencia. El cuerpo nos ata, nos retiene, nos vincula, de una forma tan umbilical que sin él no seríamos. Pensamos en la muerte como la disolución del yo, como si la muerte fuera asunto que sólo nos incumbiera a nosotros. Se discute si la muerte es liberación o condena, cuando no somos nada para ella. En realidad, no hay avance. Se mueven las ruedas, las saetas, las luces, no la fuerza que las anima. Se mueve el transeúnte, el internauta, no lo que les impulsa a vivir aceleradamente. Seguimos en el mismo sitio, anclados, plantados, perteneciendo a la tierra y a sus leyes. Hay quienes quieren escapar de la aleatoriedad, de la temporalidad, incluso de la mortalidad, pero haciendo uso de medios corruptibles y temporales. No, las fuerzas progresivas no pueden contrarrestar las regresivas. ¿Cómo podría contrarrestar el progreso aquello de lo que se sirve? La novedad del primer reloj mecánico no consistió en su capacidad para contrarrestar la fuerza de la gravedad sino en generar la ilusión de que había sido contrarrestada. No es más que eso, ilusión.