
La ilusión consiste en pensar que el porvenir nos pertenece, cuando somos, también nosotros, pertenencia. El cuerpo nos ata, nos retiene, nos vincula, de una forma tan umbilical que sin él no seríamos. Pensamos en la muerte como la disolución del yo, como si la muerte fuera asunto que sólo nos incumbiera a nosotros. Se discute si la muerte es liberación o condena, cuando no somos nada para ella. En realidad, no hay avance. Se mueven las ruedas, las saetas, las luces, no la fuerza que las anima. Se mueve el transeúnte, el internauta, no lo que les impulsa a vivir aceleradamente. Seguimos en el mismo sitio, anclados, plantados, perteneciendo a la tierra y a sus leyes. Hay quienes quieren escapar de la aleatoriedad, de la temporalidad, incluso de la mortalidad, pero haciendo uso de medios corruptibles y temporales. No, las fuerzas progresivas no pueden contrarrestar las regresivas. ¿Cómo podría contrarrestar el progreso aquello de lo que se sirve? La novedad del primer reloj mecánico no consistió en su capacidad para contrarrestar la fuerza de la gravedad sino en generar la ilusión de que había sido contrarrestada. No es más que eso, ilusión.
