¿Fosilizan los ecos? Quizás las palabras, las viejas palabras pronunciadas hace casi medio millón de años en la sierra de Atapuerca, no se las llevó completamente el viento. Acaso su huella podamos encontrarla hoy día en los oídos que las escucharon.
Bajo el título de "El origen del lenguaje: la evidencia paleontológica", el Dr. en Biología y profesor del Área de Paleontología en el Departamento de Geología de la Universidad de Alcalá de Henares D. Ignacio Martínez Mendizábal, impartío en la tarde de este último viernes de octubre una conferencia en la sede de la UNED de Guadalajara. Ignacio (Nacho para los amigos) ya me era conocido por haberle escuchado el curso pasado en una conferencia organizada por la AMPA del CEIP "El Doncel"; en aquella ocasión habló de los yacimientos de Atapuerca a un público variopinto al que logró mantener atento superando las dificultades que presenta un auditorio formado por niños de varias edades, padres y profesores. Me sorprendió agradablemente que dedicara un poco de su precioso tiempo libre a este público infantil y que se ganara su atención con una presentación muy didáctica y adaptada a los más jóvenes oyentes. Los niños asistieron sorprendidos a sus relatos y anécdotas manifestando su asombro ante las evidencias de canibalismo en los huesos fósiles; en aquellos momentos un deje de espanto apareció en alguna que otra madre preocupada por la posible sensibilidad herida de los pequeños (como si en los cuentos infantiles no hubiera una bruja que quisiera devorar a Hansel y Grettel, o madrastras que deseaban cocinar a sus hijastros..). Recibió como pago una artística pluma y nuestros vibrantes aplausos.
Entre aquel público yo me sentí secretamente interpelado cuando nos explicaba sus primeros trabajos en las cuevas de Atapuerca y mencionaba las tareas e limpieza de las galerías, lugares en los que se aventuraban frecuentemente "aquellos muchachotes de Burgos" para divertirse explorando las cavidades o buscando dientes de oso, botín que era relativamente fácil encontrar en las antiguas cavernas. Yo fui uno de aquellos "muchachotes" pues en 1978 había acudido junto a unos amigos de mi hermano Luis a explorar las cuevas. En realidad conocía desde años atrás aquella pequeña sierra tan cercana a Burgos pues era un lugar al que acudíamos con frecuencia a merendar con mis padres en su recién estrenado seat 127. Habíamos paseado por la trinchera del ferrocarril a menudo y nos habíamos topado varias veces con la entrada enrejada de la Cueva Mayor. Algunos de nosotros, mejor informados, nos instruían sobre la existencia de ciertos trabajos de excavación relacionados con grabados antiguos y restos prehistóricos; pero la zona presentaba un aspecto de total abandono, lejos de las protecciones, estructuras y andamiajes de la actualidad. Así que vivimos nuestra particular aventura espeleológica entre cuevas y cavidades cuya localización no recuerdo pero que muy bien pudo realizarse en las proximidades del Sancta Sanctorum del Paleolítico: la especialísima Sima de los Huesos.
De aquellas grutas por las nos arrastramos salí preso de una gran angustia calustrofóbica y poseedor de un pequeño trozo de estalactita (no quedaba ninguna entera, pues los techos habían sido sistemáticamente esquilmados por otros "mozalbetes burgaleses" y, antes que ellos, por las autoridades de la capital que se llevaron toneladas de aquellas piedras singulares para adornar los estanques del parque de Campo Grande en Valladolid y un estanque en el burgalés paseo del Espolón.
Este viernes, sentado en una esquina de la pequeña Sala de Medios de la UNED, en el Centro San José, volví a encontrarme con el profesor Ignacio M. Mendizábal. Con la experiencia de sus años de profesor de instituto y sus múltiples conferencias sobre el tema enseguida enganchó al auditorio en esta exposición sorprendente sobre las evidencias paleontológicas del origen del lenguaje humano. Con un lenguaje claro y sencillo, pero sin renunciar al rigor científico, comenzó su disertación metiéndose en el bolsillo al auditorio gracias a un desarrollo muy didáctico repleto de bromas, metáforas y anécdotas sugerentes que hacían que fuera una delicia adentrarse en un terreno que parecía acotado para especialistas.
Comenzó analizando las fuentes de información de que disponemos para establecer el posible uso del lenguaje en la lejana prehistoria, en especies tan alejadas de nosotros como los anteccesor o los posibles preneandertales de la Sierra de Atapuerca: desde las evidencias óseas que el gran desarrollo del área de Broca y Wernike (íntimamente relacionadas con el lenguaje) han dejado en los huesos temporales de los cráneos, pasando por la estructura y situación del hueso hioides (necesario para la fonación humana) en homínidos y primates, o teniendo en cuenta los grabados de tipo simbólico que aparecen (muy frecuente en la especie Cromagnon pero escasa en los neandertales), hasta considerar la talla sofisticada de instrumentos de sílex como prueba de organización mental superior que implicaría existencia de un lenguaje elaborado. Pero, como apunta Mendizábal, ninguna de ellas tiene carga probatoria suficiente para certificar que aquellos antepasados nuestros hablaran.
Con ironía y humor nos relató las fantásticas expectativas que él mismo se creó cuando, ante la posibilidad de contar con los recién aparecidos cráneos de la Sima, se prometía un estudio y descubrimiento pionero que demostraría a la comunidad científica mundial la existencia de lenguaje basándose en la anatomía de los órganos articulatorios de los que formaban parte unos huesos excepcionalmente bien conservados. "Trabajo de una semana" -se dijo- y éxito seguro. En divertida parodia de su propia vanidad nos relató su abatimiento al comprobar que era imposible concluir nada relevante a partir de esta vía. Con las orejas gachas tuvo que confesar a su colega y colaborador José Luis Arsuaga (con el que llegó a escribir varios libros sobre este y otros temas) que era imposible concluir por la vía del estudio del aparato fonador que aquellos homínidos de Atapuerca emplearan el lenguaje oral.
Pero, tras esta decepcionante conclusión, en una de esas intuiciones geniales que, por aparentemente sencillas, no se le ocurren a nadie imaginó un punto de vista diferente que podía dar la respuesta anhelada a la pregunta de su vida: ¿Los preneandertales hablaban? ¿Miguelón, Agamenón, y el resto de homínidos de la Sima de los Huesos se comunicaban oralmente entre ellos?Para comprender el novedoso enfoque, hay que retrotraerse a la vampírica imagen (la noche siguiente sería la noche de Halloween, perdónesenos la irreverente comparación) del extraordinario matemático Claude Shannon, que propuso un modelo para la comunicación (inicialmente para la comunicación electrónica entre ordenadores) que resultaba muy útil también para la comunicación humana: ¿Por qué centrarse en el aparato fonador (transmisor) y no en el receptor (oído) que fosiliza tan bien (es mayoritariamente oseo) y de cuyos modelos en Atapuerca disponemos con una calidad excepcional?
Ambos procesadores son igualmente necesarios y determinantes en la comunicación oral. De las características y funcionamiento de uno se infiere necesariamente las características y funcionamiento del otro. Esta revelación, ocurrida según cuenta, en el transcurso de una conversación de cafetería con un colega experto en acústica dio lugar a un estudio brillante sobre las características diferenciales de la audición en los distintos mamíferos. Y, con el sorprendente premio gordo en la dinámica evolutiva, de que la audición humana es tan específica que la estructura de su oído le hace óptimo candidato a poseedor de un lenguaje oral. Y esta estructura en los humanos primitivos es prácticamente idéntica a los actuales. La conclusión parece clara.
Tras esta revelación al estilo de Pablo de Tarso camino de Damasco, emprendió una intensa labor de investigación y búsqueda de publicaciones y estudios sobre la audición de los mamíferos. El profuso estudio de estos materiales ha llevado a este profesor de biología a ser un gran experto en la fisiología de la audición. Entró de lleno a investigar el mundo de las audiometrías, la acústica diferencial, la anatomía del oído... Recopiló audiometrías de cuantas especies las tuvieran, que nos son muchas (las audiometrías a animales, requieren pacientes procesos de acondicionamiento operante para ser fiables, los que hemos asistido a una audiometría con niños pequeños lo sabemos). Comenzó esta parte de su disertación con la audiometría de un elefante indio. A partir de ella explicó los conceptos de dB, umbral, frecuencia de óptima percepción... Los elefantes, como se percibía claramente en la diapositiva, tienen una curva de audición en V con un pico de máxima inteligibilidad en frecuencias bastante bajas. Esto le llevó a explicarnos la curiosa relación existente entre la distancia interauricular (por tanto del tamaño de la cabeza y por extrapolación tamaño corporal) y la emisión/mejor percepción en tonos graves o agudos. Con maña de prestidigitador nos enseñó una gráfica prácticamente lineal que relacionaba tamaño corporal con frecuencia de emisiones/audición en los mamíferos: cada especie agrupaba sus emisiones en relación proporcional inversa al tamaño. Así un ratoncito emite agudos chillidos, mientras que un elefante barrita en tonos graves. Resultó muy divertido que nos recordara como adaptamos nuestro lenguaje los humanos (el tono) a las diversas situaciones: impostamos la voz para aparentar seguridad y dominio ante un auditorio ("¡Ojo: somos animales poderosos, de mayor tamaño!") y la agudizamos en el baby-talk cuando hablamos con niños pequeños ("¡Tranquilo: soy un inofensivo animalillo!").En su estudio, el equipo del profesor Mendizábal, abarcó todo el rango de los mamíferos encontrando tres patrones diferenciados en los perfiles de audición: Perfiles en V, con un pico de óptima percepción en torno a una frecuencia concreta (por ejemplo en el elefante, que además lo tiene desplazado hacia las frecuencias más graves como hemos explicado), Perfiles en W con la aparición de dos picos claramente separados (caso de los monos que oyen mejor a un Khz, pero luego, hasta los 5 Khz oyen peor) y el característico perfil de los humanos en U (cuyo ancho de banda, dado por la base de la U, coincide con la zona entre picos menos sensible de los monos). La explicación que se ofrece a estos patrones particulares las buscaron estos investigadores en los diferentes hábitats en que viven los animales. Estudiaron las características sonoras del bosque y la sabana llegando a la conclusión de que los picos en agudos son necesarios para transmitir información a larga distancia en el bosque donde, pese al ambiente de ruido de fondo, las hojas hacen reverberar el sonido logrando se percibido desde muy lejos, pese a la baja calidad. En cambio en un ambiente de sabana, con mucho menos ruido de fondo, la información sonora no necesita llegar muy lejos (la vista suple al oído en las largas distancias) siendo un ambiente óptimo para mejorar la calidad de información usando un ancho de banda de frecuencias corto en un espacios corto. Se llega así a la conclusión de que el medio sabana condicionó el tipo comunicación humana separando su desarrollo evolutivo de ramas afines que permanecieron en el bosque.
Quedaba, pues, por demostrar que nuestros antepasados primates y sus ramas evolutivas divergieron en sus anatomías auditivas adaptándose al medio mediante su posicionamiento en la sensibilidad a las frecuencias y en la amplitud de las mismas. La hipótesis a probar es que el ser humano (y sus predecesores los Homo heidelbergensis) tienen un ancho de banda de percepción óptima netamente mayor que el resto de especies y que esa amplitud se relaciona directamente con el lenguaje al permitir el uso de fonemas alejados entre sí en la escala de frecuencias lo que les hace más fáciles de discriminar. Se concluirá que ese perfil solo puede obedecer a que, efectivamente, se estaba empleando una fonación compleja necesariamente relacionada con el uso de un lenguaje sofisticado.
Y así, un equipo interdisciplinar encabezado por Mendizábal, pero también asistido por su esposa (encargada de la paciente realización de tomografías a los cráneos de la Sima) y en colaboración con un equipo de expertos en telecomunicaciones; reconstruyeron el aparato auditivo de los homínidos de la Sima (y de algún que otro australopitecus africano, para lo que tuvieron que trasladarse a Sudáfrica) y mediante sofisticados programas de simulación informática virtualizar cómo escuchaban realmente. Las conclusiones a que llegaron resultan sorprendentes: por un lado, gracias a los algoritmos aplicados al programa, descubrieron que la configuración del canal auditivo potenciaba o silenciaba ciertas frecuencias. Es decir, el oído de un chimpancé no puede oír como un humano porque ni siquiera le llegan con claridad algunos de los sonidos que este percibe con nitidez. Se trata del ancho de banda particular de la especie homo y que es notablemente más amplio y está ligeramente desplazado en su comienzo con respecto a otros primates.
Concluye Mendizábal que, el lenguaje ya estaba presente en los hombres de la sima Atapuerca (estando a la espera de otras especies acaso más antiguas por encontrar y cuyo aparato auditivo sea susceptible de análisis). Que ese lenguaje era complejo y básicamente utilizaba los mismos fonemas que empleamos en la actualidad (el llamado banana speech). Que el lenguaje es resultado de un lento un proceso evolutivo de adaptación determinado por el modo de vida (sabana) iniciado por la especie hace millones de años. Que existen indicios en otras especies de cierto inicio evolutivo en este sentido (los Tota, Chlorocebus aethiops, por ejemplo; aún no disponiendo de un cerebro apropiado para ser pre-verbales pero habitando en un medio de sabana que propicia la capacidad del lenguaje pueden articular y comprender tres palabras distintas para huir de tres depredadores: serpiente, leopardo y águila).
Un deje de crispación aparece en Ignacio M. Mendizábal cuando explica, ante la sesión de preguntas, el desagrado que le producen aquellos que le intentan rebatir apelando a la indemostrable cuestión de que si bien parece demostrado que los hombres de la sima poseían las complejas estructuras necesarias para el lenguaje no necesariamente las empleaban o lo hacían para otra cosa... A estos habría que recordarles que, allá por el siglo XIV, un fraile franciscano llamado Guillermo de Ockham escribió:
"en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable".Y la irritación de Ignacio Mendizábal pasó la "Navaja de Ockham" ante el rostro del díscolo auditor.
NOTAS:
- Podéis encontrar una referencia a esta conferencia (pero de una exposición anterior, en abril de 2009) en un reportaje del periódico digital Guadaqué. Impartida en el ciclo "Jueves de la ciencia" den la UNED, Guadalajara.
- En este video, producido por el Museo de la Evolución Humana, en Burgos, tenemos reproducida prácticamente la totalidad de la conferencia (diapositivas incluidas). Sería muy útil como repaso y recuerdo de su magnífica intervención. data de 1912 y es un poco largo, pero para apuntalar conocimientos y asegurar la comprensión de los aspectos que no quedaron claros es muy interesante.
¿Hablaba Miguelón? Las palabras que no se llevó el vientoPublicado el 26 jul. 2012 (1h 12m)
En 1992 se descubrieron en el Yacimiento de la Sima de los Huesos los restos de Miguelón junto a varios cráneos y otros restos de la especie Homo heidelbergensis. El MEH dedicó el ciclo Charlando con los investigadores 2012 a los 20 años del descubrimiento de Miguelón para saber más de la especie Homo heidelbergensis. En este vídeo Ignacio Martínez, miembro de las excavaciones e investigaciones de la Sierra de Atapuerca desde 1984 y parte del equipo que baja a la Sima de los Huesos desde hace más de 20 años, nos habló de los últimos estudios sobre la capacidad anatómica del Homo heidelbergensis para producir y percibir los sonidos emitidos hoy en día por los humanos modernos, en lo que son las evidencias más antiguas del habla humana. La conferencia llevó por título ¿Hablaba Miguelón? Las palabras que no se llevó el viento.