La ministra de Empleo quiere mandar a los curritos españoles a casa a las 6 de la tarde, supongo que una hora antes en Canarias o habría que denunciar inmediatamente el agravio comparativo. Sin encomendarse ni a Dios ni a la virgen del Rocío, Bañez soltó en la Comisión de Empleo del Congreso algo que ya había dicho en campaña su jefe Rajoy allá por el mes de junio, cuando se batía el cobre en la segunda campaña electoral del último año. Y no sólo Rajoy, también la había reclamado Ciudadanos y el PSOE y los sindicatos y hasta el repartidor de pizzas. Que los horarios laborales en España son un disparate mundial y que, para mayor escarnio, la hora oficial peninsular sigue aún ajustada a la del Berlín nazi es algo que ya se sabe hasta en el Polo Norte.
Sin embargo, nada se ha hecho nunca para remediar eso ni por parte del Gobierno ni de las empresas ni de los propios sindicatos. Así pues, no descubre nada la ministra ni aporta nada nuevo a uno de esos debates cansinos y guadianescos a los que somos más adictos en España que a dormir la siesta, causa, según algún estirado medio inglés, de todos los males de la economía patria. En realidad, la propuesta de Báñez equivale a agarrar el rábano por las hojas para no entrar en el fondo de la cuestión, la que verdaderamente importa: la reforma laboral. Ella es la principal culpable de que conciliar vida familiar y laboral sea hoy una quimera, en tanto promueve la contratación temporal y fomenta la realización de cantidades industriales de horas extraordinarias que en su gran mayoría ni siquiera se abonan a quienes las trabajan.
Se trata, además, de una reforma que desequilibró en perjuicio de los trabajadores la negociación colectiva, el ámbito natural para que empleados y empresarios pacten las condiciones de trabajo, incluidas las relativas al horario. Por eso, la grandilocuente propuesta de la ministra apelando a un pacto nacional resulta algo forzada y fuera de lugar. Hay, no obstante, algo mucho más complicado de cambiar que la reforma laboral si queremos acabar algún día con una jornada de trabajo de sol a sol aunque eso no nos haga más productivos que nuestros vecinos europeos.
Es la arraigada cultura laboral de un país en el que quien se va a casa antes que el jefe es un gandul merecedor de entrar en la lista del próximo expediente de regulación de empleo. Esto nos lleva a pasar horas y horas en el puesto de trabajo perdiendo literalmente el tiempo sin aportar nada a la empresa, sólo nuestra sin par presencia de currito abnegado.
A la ancestral costumbre de pasarnos media vida en el curro, hay que añadir la no menos arraigada desconfianza en el trabajo en casa que permiten las nuevas tecnologías de la información que, sin embargo, sí usan cada vez más las empresas para mantener al trabajador siempre atado a sus obligaciones laborales. Con todos estos ingredientes más lo que supone ser un país turístico y los horarios que ese hecho implica, tenemos una radiografía de la jornada laboral en España mucho más compleja y que va mucho más allá de la hora a la que plegamos que tanto preocupa a Báñez.