HIPERMETROPÍA
En la Sección Latitud de Visions du Réel 2020 se presentó Leur Algérie (Lina Soualem, 2020), primer largometraje de una joven actriz francesa a la que hemos visto en películas como À mon âge je me cache encore pour fumer (Rayhana Obermeyer, 2016) y Mereces un amor (Hafsia Herzi, 2019). Francesa de tercera generación de inmigrantes argelinos, Lina Soualem ofrece un retrato íntimo en torno a su familia, y especialmente a sus abuelos paternos, que llegaron a la localidad de Thier desde Argelia en 1950. Tras 62 años de matrimonio la abuela, Aïcha, toma la decisión de separarse de su marido, Mabrouk, un hombre lacónico que rara vez habla sobre su pasado. Esta separación, que es relativa porque ella sigue haciendo la comida, supone sin embargo una liberación, la necesidad de un espacio de independencia que nunca ha tenido: "Ahora puedo invitar a mis amigas, en casa de tu abuelo no podía hacerlo". Aïcha tenía solo 15 años cuando se casó, y representa a las mujeres argelinas que ni siquiera se planteaban ser o no felices en su matrimonio. El intento por conseguir extraer recuerdos concretos o emociones es difícil, porque ni Aïcha ni Mabrouk están acostumbrados a expresar sus emociones. Pertenecen a otra generación diferente, que emigró hasta Francia para trabajar, que nunca se sintieron realmente integrados y que vivieron desde el exterior la independencia de Argelia. Pero la pregunta de por qué después de la independencia nunca volvieron a su país tampoco queda realmente respondida.La segunda generación, la de los hijos nacidos ya en Francia, la representa el padre de Lina, el también actor Zinedine Soualem, mucho más reconocido como secundario en éxitos del cine francés como Una casa de locos (Cédric Klapisch, 2002) y Bienvenidos al Norte (Dany Boon, 2008). En el documental él adopta la forma de una especie de puente entre los abuelos y la nieta, una generación que entiende la emigración de sus padres, que conecta con las raíces argelinas pero al mismo tiempo entiende la necesidad de la tercera generación por tratar de comprender y descubrir de dónde proviene. Se echa en falta una mayor presencia de Zinedine Soualem, porque su comprensión ayuda a completar el vacío de la falta de expresividad de los abuelos: "Cuando llegaron a Francia ya no tenían infancia, no tenían nada. Pensaban que venían a trabajar y regresar a casa".
Lina Soualem consigue una película que encuentra en la intimidad, aunque no extraiga demasiado información de sus abuelos, una historia conmovedora que remite a la colonización desde el punto de vista de los trabajadores que nada sabían, ni nada querían saber, de política. De alguna forma, sin embargo, la separación que decide llevar a cabo Aïcha es un acto de rebeldía en su vejez, una conciencia de que necesita pasar los últimos años de su vida consiguiendo esa independencia que nunca tuvo. Cuando la directora visita el pueblo en el que nacieron sus abuelos, establece contacto con los orígenes de su familia, pero esta conexión no está mostrada en la película. Su visita sirve más que nada para enseñar a los dos abuelos un pueblo en mitad del desierto al que la independencia de Argelia y los años posteriores no ha hecho prosperar.
Como un híbrido entre ficción y documental, Zaho Zay (Maéva Ranaïvojaona, Georg Tiller, 2020), ganador de una Mención Especial en en FIDMarseille 2020 y presente en la Sección Artists & Auteurs de CPH:DOX 2021, establece un diálogo entre la imagen y una voz en off femenina que ofrece una representación de la mujer en la sociedad patriarcal de Madagascar. El relato que narra la voz de la actriz Nabiha Akkari, que ha trabajado en películas como Happy end (Michael Haneke, 2017) construye una ficción de una hija hablando a su padre, el asesino de los dados, que se desplaza por el país matando mujeres, ejerciendo el poder opresor. El padre, que se supone que mató a su propio hermano, está interpretado por el tío en la vida real de la directora Maéva Ranaïvojaona, y ejerce un poder de fascinación en su hija, que al mismo tiempo lo detesta y lo admira (quizás en una forma de representación de un sentimiento personal hacia Madagascar).
Este relato, narrado de forma íntima, configura una parte poética de la historia, que también recibe influencia de géneros como el western o el cine negro. De hecho, el texto fue escrito por el poeta y escritor malgache Raharimanana, después de que la película estuviera editada. Los dados que utiliza el padre asesino como elemento de azar que establece si una mujer será asesinada o no, marca también la conexión con la parte documental, como representación de que estar en la cárcel en Madagascar, donde el sistema judicial tiene grandes fallas, es una cuestión también del azar. Se puede tener la mala suerte de permanecer encarcelado durante años antes de que finalmente se celebre un juicio que no tiene todas las garantías para el reo.
En la parte narrativa, la conexión se establece a través de la condición de la narradora de vigilante en una prisión, de la que se muestran imágenes reales del hacinamiento, que provienen de la investigación realizada junto a una ONG dedicada a denunciar el sistema penitenciario en Madagascar. Mientras el padre criminal deambula libre por la isla, los presos que están en esta cárcel, en sus diferentes grados de culpabilidad, demuestran una injusticia flagrante. A veces hay cierta dificultad en la conexión de la parte poético-ficticia con las imágenes reales de la prisión, hay un distanciamiento entre ambas propuestas que no termina de encontrar el puente narrativo o emocional que las una. El título de la película significa "Soy yo", que es lo que dicen los presos cuando los guardias pasan lista al comienzo del día. En cierto modo, Zaho Zay describe un país en el que el colonialismo ejerce todavía una especie de influencia que resulta trágica. Como ocurría en la película que comentábamos antes, las generaciones nacidas en otros países, de padres emigrantes, como Maéva Ranaïvojaona, tienen una percepción del pasado como algo misterioso, un muro impenetrable que es difícil discernir.
Como parte de la programación de Cinema du Réel, Les prières de Delphine (Rosine Mbakam, 2020) es un relato contado en primera persona por una amiga de la infancia de la directora. Esta relación de amistad permite establecer una intimidad que es muy importante para la película, porque a lo largo de ella Delphine, la única protagonista, cuenta buena parte de su vida y de su condición de mujer africana, se muestra en una absoluta apertura emocional que revela detalles íntimos de su experiencia vital. Delphine ejerce la prostitución en Bruselas, donde vive con su hija, pero el camino hasta llegar a esta situación es complejo y también es el reflejo de los horrores de ser mujer en Camerún.
Delphine fue violada cuando tenía 13 años una noche que volvía a su casa, y cuando se lo contó a su padre, éste la rechazó convencido de que había sido ella quien había provocado al violador. Su hermana estaba en un hospital embarazada porque su padre tampoco quiso que otro niño naciera en su casa, y para ayudarla económicamente, Delphine comenzó a prostituirse. Casada con un hombre mayor para tener una cierta estabilidad, acabó emigrando a Bélgica donde su situación, sin embargo, no ha acabado siendo mejor. El sueño de la Europa que ofrece trabajo se rompió en una realidad mucho más dura, en la que Delphine debe hacer lo mismo que hacía en Camerún para poder sobrevivir.
El documental es un retrato-entrevista con Delphine, cuya fachada emocional del principio se va deshaciendo lentamente, en los distintos encuentros con la directora. Rosine Mbakam, camerunesa también que actualmente vive en Bruselas, establece esos lazos de amistad desde el momento en que muestra la preparación de algunos momentos de la entrevista o la interrupción que provoca la llegada de la hija de la escuela. Esas irrupciones del exterior en el relato de Delphine funcionan como elementos que refuerzan la historia, que vivifican la grieta que sufre el personaje. A veces da la sensación de que hay algunos apuntes de dirección, pero que no estorban, porque de hecho la directora muestra cómo la entrevistada sigue una estructura en su relato, aunque quizás no hacían falta noventa minutos para desarrollar la entrevista. A través de un plano estático, una sola protagonista y un solo espacio, Rosine Mbakam construye una visión desnuda y compleja del drama que viven muchas mujeres africanas.
AFROSCOPE
La protagonista de Madame F. (Chris van der Vorm, 2019) es la activista Ifeoma Fafunwa, que trabaja para denunciar los abusos que sufren muchas mujeres a manos de los hombres en una sociedad eminentemente patriarcal en Nigeria. Lo hace dándoles voz a través su obra teatral "Hear word!", que representa con un grupo de mujeres en diversas poblaciones aisladas como Makoko, un barrio flotante dedicado principalmente a la actividad pesquera. De hecho, lo primero que debe hacer para poder iniciar su reclutamiento de mujeres de la comunidad que quieran participar en la obra es pedir permiso a las autoridades religiosas del barrio, todos hombres, que le permiten trabajar a cambio de dinero y alcohol. Se trata de un patriarcado impuesto tan enraizado que ni siquiera son capaces de ver la hipocresía que supone permitir que un hombre tenga varias esposas, pero se considere un pecado que una mujer esté con más de un hombre.
El director holandés Chris van der Vorm realiza su tercer documental teniendo como protagonistas a estas mujeres, de las que Mrs. F espera no solo que sirvan de voz a las reivindicaciones de un mayor respeto, sino que tomen conciencia de su derecho a ser respetadas. Es un trabajo que tiene una pretensión mucho más profunda que la exposición externa, porque tiene que ver con la transformación interna. La posición de superioridad del hombre se comprueba de hecho en algunos sucesos que suceden en Mokoko mientras se graba el documental, como el intento de violación de una joven, amparado en una cierta impunidad. Es el trabajo colateral del director, que muestra los ensayos de la obra teatral pero al mismo tiempo ofrece una variada representación de este patriarcado.
La obra tiene también el objetivo de modificar la conciencia de los hombres, de hacerlos partícipes de la injusticia que se comete con las mujeres. Pero cuando los miembros del consejo de autoridad del barrio o el mismo párroco que hemos visto momentos antes afirmar que en las Sagradas Escrituras se establece que la mujer debe estar al servicio del hombre se muestran conmovidos por la obra y reflejan su toma de conciencia, no podemos evitar que hay algo de hipocresía. Porque la realidad es otra, como afirma Madame F. en uno de los ensayos, cuando aborda el tema de los abusos sexuales. "Somos diez mujeres aquí y ninguna podemos decir que no hemos sufrido abusos antes de alcanzar la mayoría de edad". La lucha sigue siendo necesaria.
LA TERCERA RAÍZ
En esta sección que mira desde Latinoamérica hacia las raíces africanas, encontramos Pacífico oscuro (Camila Beltrán, 2020) que participó en la Sección Oficial del Festival de Locarno. A través de un poema escrito por la propia directora, colombiana formada cinematográficamente en Francia, este cortometraje experimental reflexiona sobre la necesidad de reivindicar las raíces africanas en una parte de la sociedad colombiana. De hecho, Cali es la ciudad con mayor porcentaje de población afrodescendiente en el país. Están concentrados en el este de la ciudad, en el distrito de Agua Blanca, y todos proceden de la costa del Pacífico, que se encuentra a 200 km. Esta población fue traída hace siglos desde Angola, Congo y Guinea como esclavos. Y se da la circunstancia de que la población femenina duplica a la masculina.
La pérdida progresiva de las referencias africanas de alguna manera deja incompleta las vidas de sus descendientes. Por eso algunas de las mujeres que forman parte de la comunidad reivindican la música del Pacífico como un estilo que se sostiene precisamente en esas raíces. Es el caso de Elena Hinestroza, una mujer que perdió a sus padres cuando era adolescente y tuvo que huir de los grupos armados que asediaban el pequeño pueblo en el que nació. Ella vive en Cali y compone esa música que conecta con sus ancestros, y a ella Camila Beltrán la convierte en narradora. A través de la noche, el momento en el que las mujeres pactaron con las fuerzas ocultas para cantar, el Pacífico intenta recuperar a su gente: "La noche de la resistencia y de la reexistencia". La fotografía de Sylvain Verdet refuerza ese carácter mágico de una historia que trata de reflejar, aunque con resultados solo parciales, la condición de ser mujer.