Revista Cine

FCAT 2022 - Parte 2: Formas de violencia

Publicado el 04 junio 2022 por Enprimerafila
El Festival de Cine Africano de Tarifa. FCAT aborda ya el final de una semana en la que se han podido ver en la ciudad gaditana unas sesenta películas que conforman una panorámica del cine que se realiza en África o que tiene relación con el continente. Una veintena de estos títulos también se pueden visionar en la plataforma Filmin, una selección demasiado corta de la programación de un festival que no se puede considerar realmente híbrido, lo cual es incomprensible tratándose de películas que, en su mayor parte, llegarían con dificultad a los circuitos comerciales tradicionales y que por tanto necesitan la mayor difusión posible. Aunque el Festival de Cine Africano concluyó ayer sus proyecciones, con la ceremonia de clausura y la entrega de premios, las películas se pueden visionar en Filmin hasta el domingo 5 de junio. 

Este es el palmarés de FCAT 2022: 

Premio Mejor Largometraje de Ficción: Faya Dayi (Jessica Beshir, 2021).Premio Mejor Documental: Les voix croisés (Xaraasi Xane) (Raphaël Grisey, Bouba Touré, 2022).Premio Mejor Cortometraje: Microbus (Maggie Kamal, 2021).Mención Especial Cortometraje: Egúngún (Oliver Nwosu, 2021). Premio Mejor Actor: Benjamin Kongbo Sombot, Nestor Ngbandi Ngouyou y Aaron Koyasukpengo por Nous, étudiants! (Rafiki Fariala, 2021).Premio Mejor Actriz:  Néhémie Bastien por Freda (Gessica Généus, 2021).Premio del Público: Lèv la tèt dann fenwar (Erika Etangsalé, 2021).III Premio ACERCA: Les voix croisés (Xaraasi Xane) (Raphaël Grisey, Bouba Touré, 2022).Mención Especial: Freda (Gessica Généus, 2021).

HIPERMETROPÍA

El escritor y compositor Saul Stacey Williams (1972, New York) viene desarrollando desde los años noventa una trayectoria musical en la que mezcla poesía y hip-hop, protagonizando la película Slam (Marc Levin, 1998), que logró el Gran Premio del Jurado en el Festival de Sundance, participando en el musical de Broadway Holler if ya hear me (2014), basado en canciones de Tupac Shakur y recientemente también como protagonista del film Akilla's escape (Charles Officer, 2020). Ahora debuta como director con Neptune frost (Anisia Uzeyman, Saul Williams, 2021), para el que ha contado con la producción ejecutiva del nominado al Oscar Lin-Manuel Miranda, y que se desarrolla como una especie de musical afrofuturista que comienza en una mina de coltán, uno de los componentes esenciales para la fabricación de móviles de Ruanda. En cierta manera, esta propuesta, que fue en principio ideada como una novela gráfica, después se quiso producir como un musical y finalmente ha tomado forma cinematográfica, sigue la estructura del característico estilo de Saul Williams en sus álbumes, una mezcla de conceptos e ideas que conforman un conjunto heterogéneo y ambicioso. Quizás este planteamiento no juega en favor de una narración tradicional, pero encuentra su particular camino de expresión una vez que el espectador asume las líneas distorsionadas de su escritura. 

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Seleccionada para la Quincena de Realizadores de Cannes 2021, también se ha podido ver en el Festival de Gijón 2021, y en Sundance 2022 y Rotterdam 2022, lo que demuestra su proyección internacional. La historia de Neptune frost se centra en Neptune, un hacker intersexual interpretado por Cheryl Isheja y Elvis Ngabo que a veces tiene aspecto masculino y otras veces adopta forma femenina, y que representa un planteamiento en torno a la identidad de género que se manifiesta a través del propio Saul Williams, que se define a sí mismo como queer. Neptune conecta con el espíritu cósmico de Matalusa (Bertrand Ninteretse), un minero de coltán que quiere provocar una revolución a través de un blackout tecnológico. Hay por tanto una pretensión anticapitalista en una historia que se desarrolla de forma desestructurada, con un lenguaje visual que resulta impactante por su imaginativo uso de las imágenes. Hay otras ideas, quizás muchas más de las que como espectadores somos capaces de captar, pero quien quiera ver este musical como una narración tradicional acabará decepcionado. Tiene, de hecho, una concepción visual que recuerda a aquella otra fantasía futurista africana que era Ar condicionado (Fadrique, 2020). 
Al margen de la propia música que estalla en sonoridades electrónicas y poéticas a través de las canciones de Saul Williams para algunos de sus últimos álbumes, especialmente el celebrado MartyrLoserKing (2016, FADER Label). Y hay que destacar especialmente el vestuario a cargo del artista ruandés Cedric Mizero que diseña espléndidos reflejos de una sociedad tecnologizada pero al mismo tiempo empobrecida, como los uniformes de los milicianos que están creados con chips y placas base, o las sencillas pero amenazadoras máscaras de los soldados represores. Hay muchos elementos absorbentes en esta película que quizás no consigue elaborar del todo sus discursos ideológicos, demasiado simples en algunas ocasiones. La propia visión que se nos ofrece del mundo de internet parece anacrónica, más cercana a los planteamientos de las películas de ciencia-ficción de los años noventa que a la actualidad. Pero las minas de coltán siguen existiendo, el 80% se encuentra en la República Democrática del Congo, aunque con notable influencia de Uganda y Ruanda, y la corrupción y la explotación sigue siendo el principal impulsor de la producción masiva de tecnología en el mundo occidental. Eso, desde luego, no es anacrónico.

Hay una reafirmación constante en la película Nous, étudiants! (Rafiki Fariala, 2021), la primera producción centroafricana que ha llegado al Festival de Berlín, donde este año participó en la sección Panorama. Desde el mismo título hasta el signo de exclamación que exige atención en la palabra "estudiantes", pasando por el plano con el que se inicia, un primer plano de los ojos del director, que interpreta una canción de reivindicación de los derechos de la juventud. Los jóvenes que estudian en la Universidad de Bangui, la capital de la República Centroafricana, se enfrentan a un futuro incierto y a un sistema corrupto, debaten en clase temas de los que no pueden discutir fuera de ellas, pero expresan la necesidad de que sus voces sean escuchadas. Rafiki Fariala (1993, República Democrática del Congo) llegó a la República Centroafricana como refugiado junto a sus padres, y se ha convertido en un cantante de éxito bajo el seudónimo Rafiki RH20, autoeditándose su segundo album GO 24 (2022) este mismo año. También ha compuesto las canciones que los protagonistas de su documental cantan a capella expresando sus reflexiones sobre la sociedad centroafricana. Curiosamente, Rafiki Fariala interpretó el papel de un estudiante en la película Camille (Boris Lojkine, 2019), lo que parece una conexión muy significativa con su documental. 

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Nous, étudiants! funciona bien como un híbrido entre documental y ficción, o más bien recreación de escenas que ocurrieron en la realidad pero que no se pudieron grabar, como cuando uno de los protagonistas es acusado de violación por la tía de su novia en una comisaría. Los tres amigos protagonistas, Aaron, Nestor y Benjamin son también amigos del director, por lo que se establece una complicidad con la cámara de forma inmediata, que llega al punto de que Nestor le acusa de estar explotándole como personaje en vez de comportarse como un amigo cuando finalmente no supera el examen final. Aunque no es una película política, sobrevuela constantemente el fantasma de la corrupción en las conversaciones de los protagonistas, cuando hablan de tener que pagar a los profesores para poder superar los exámenes, o cuando manifiestan el sistema de abuso contra las jóvenes estudiantes, que se convierten en "patrimonio" del profesorado masculino. La película flaquea en su representación de las estudiantes, limitando ésta al de objetos sexuales, refiriéndose siempre a ellas como las novias y adjudicándoles protagonismo solo cuando aparece el estigma del embarazo no deseado. Se establece por tanto una mirada que acaba siendo limitada y machista. Pero por otro lado, Nous, étudiants! funciona como reflejo de la amistad de los protagonistas y como representación de una juventud que se enfrenta a una sociedad en la que la formación no es sinónimo de prosperidad si las voces de los jóvenes no son escuchadas. 

AFROSCOPE

Presente en la programación de Dokufest 2021, Visions du Réel 2021 y el Festival de Documentales de Guía de Isora. MiradasDoc 2022, el cortometraje Timkat (Ico Costa, 2021) se acerca a la antigua capital de Etiopía, Gondar, para explorar las ramificaciones sociales y religiosas de una celebración anual en la que se conmemora el bautismo de Jesucristo a orillas del río Jordán, pero que también se ha convertido en una reunión popular que recuerda con orgullo la resistencia del pueblo etíope ante el intento de colonización que llevó a cabo la Italia fascista en 1935. El timkat, que significa en el lenguaje américo "bautismo", se convierte así en una doble representación de la identidad religiosa y política de Etiopía que cada 19 de enero confluyen alrededor del Jordán. 

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Durante la ceremonia, el Tabot, una especie de Arca de la Alianza, es trasladado por las calles con agua bendecida para renovar los votos de bautismo. A lo largo de sus trece minutos, el director Ico Costa (1983, Portugal), conocido por su largometraje Alva (Ico Costa, 2019), que fue seleccionado en Rotterdam 2019, utiliza una cámara de super 8 para filmar esta celebración a través de los rostros de los participantes, una mirada etnográfica que nos hace recordar a la incursión en la India del director francés Louis Malle en documentales como Calcuta (Louis Malle, 1969). El director fusiona la visión de las masas de personas con los retratos más cercanos, y solo introduce breves explicaciones narradas por algunos de los participantes en torno al significado de esta celebración de la iglesia ortodoxa, una epifanía etíope que durante tres días se celebra entre miles de asistentes. 

EN BREVE

El cortometraje egipcio Microbus (Maggie Kamal, 2021) es una aproximación contundente a la violencia machista en Egipto que se ejerce de una forma agresora aunque no exista contacto físico. Cuando la joven Nour (Dalia Shawky) necesita tomar un microbús porque su hermano se ha retrasado para recogerla y llevarla al trabajo, experimenta una tensa situación que se va haciendo cada vez más incómoda conforme los pasajeros del microbús van llegando a sus paradas. Desde el momento en que ella se queda a solas con el conductor (Sabour Abu El Dahab), éste entabla una conversación en la que hay insinuaciones y comentarios que la hacen sentir cada vez más amenazada, a pesar de sus palabras: "No entiendo por qué me tienes miedo". 

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La directora norteamericano-egipcia Maggie Kamal, afincada en Nueva York, ofrece una visión compleja de las situaciones a las que se enfrentan las mujeres jóvenes en un país en el que el acoso sexual se ha convertido en un problema que sin embargo no es abordado de forma seria por las autoridades, cuyas leyes encuentran espacios de impunidad para muchos acosadores. Y aunque ha habido recientemente algunos mensajes de contundencia por parte de las autoridades, no parece que exista una intención real de acabar con el problema, que no solo afecta a las mujeres egipcias. Hace unas semanas, trece adolescentes eran arrestados por acosar a dos mujeres turistas mientras visitaban las pirámides de Giza. La historia de Microbus se desarrolla en un espacio cerrado durante buena parte de sus nueve minutos de duración, una situación de aparente cotidianeidad que sin embargo transmite una sensación angustiosa. Y consigue de una forma sutil, apuntando más que mostrando, reflexionar sobre la institucionalización de las diferentes formas de acoso, que se expresa sobre todo en una escena espléndida en la que no vemos los rostros de los dos personajes, pero que consigue transmitir la indefensión y el hostigamiento. 

LA TERCERA RAIZ

ganadora del Premio a la Mejor Fotografía en la pasada edición del Festival de Cine Iberoamericano de Huelva y la primera película dominicana seleccionada en el Festival SXSW 2021, Bantú mama (Iván Herrera, 2021) es una reflexión sobre la identidad afroeuropea y afrocaribeña, estableciendo un triángulo de conexiones que convergen en el personaje central, Emma (Clarisse Albrecht), una mujer francesa de origen camerunés que nunca ha conocido el continente africano, y a la que encontramos al comienzo de la película en un resort de la República Dominicana, que también establece el vínculo con la cultura afrocaribeña. En esta sección que plantea precisamente la relación entre los continentes africano y americano, con especial atención este año a la República Dominicana, esta película establece estas alianzas culturales de una forma notable. Pero las apacibles vacaciones de Emma se confirman sin embargo como una postal ficticia de su vida, casi como una metáfora de la imagen que se difunde de un Santo Domingo idílico, y la realidad se presenta de forma inevitable a través de una llamada telefónica que le recuerda cuál es su cometido. Las circunstancias, algo inverosímiles, acabarán provocando la huida de Emma, lo que la lleva a esconderse en una casa de un barrio olvidado donde solo habitan tres hermanos, el veinteañero $hulo (Arturo Pérez), que sueña con convertirse en rapero, la adolescente Tina (Scarlet Reyes) y el niño Cuki (Euris Javiel). 

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Con su madre muerta y su padre en la cárcel, los jóvenes se cuidan entre ellos y cuidan a Emma, hasta que ella lentamente se convierte en una figura maternal, especialmente para el más pequeño. Escrita y producida por la actriz protagonista Clarisse Albrecht, la película asume su propia condición humilde en el retrato de este Santo Domingo que no se ve, oculto como Emma, oscurecido por la falta de recursos. La virtud del trabajo de dirección de Iván Herrera (1977, República Dominicana) es mostrar una especie de folclore barrial con apuntes sutiles, a través de escenas cotidianas de la vida diaria, pero sin subrayar los aspectos más negativos y sin caer en el embellecimiento de la miseria. La sombra de la persecución continúa siempre presente, y hay una inevitable aceptación del destino, reforzado con la intención (quizás solo el sueño) de la protagonista de regresar a sus orígenes, a ese Camerún que no conoce. Hay una interesante reflexión sobre la identidad y las raíces, pero también hay algunos desvíos de guión que resultan poco creíbles, especialmente en la parte final. De alguna forma, parece que se pretende encontrar la mirada optimista hacia los personajes, aunque ésta requiera por parte del espectador de una cierta credulidad ciega.
Uno de los festivales en los que se ha programado el documental Mal de caña (Juan A. Zapata, 2021) es el Festival de Cine y Arquitectura de Rotterdam 2021, lo cual puede parecer extraño teniendo en cuenta que es una película que aborda la problemática de las plantaciones de azúcar de caña en la República Dominicana. Pero su director, Juan A. Zapata, dominicano afincado en España, es también arquitecto y su visualización de las plantaciones que gestionan las grandes corporaciones norteamericanas muestra auténticos planos arquitectónicos a vista de pájaro (de dron en este caso). La realidad que describe la película muestra un sistema esclavista, en el que muchos trabajadores de origen haitiano, la mayor parte de ellos sin papeles, dedican toda su vida a las plantaciones a cambio de un salario miserable y de vivir en barracas rudimentarias dentro del mismo terreno, con escasez de agua potable, luz y servicios sanitarios. La llegada de los trabajadores haitianos a la República Dominicana surgió de acuerdos bilaterales entre ambos países que ya no existen, pero aún así continúan llegando debido a las relaciones entre las empresas y el gobierno de Haití porque, aun pareciendo una situación extrema, sigue siendo una vida mejor que la podrían tener en su país. 
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La estrategia de las grandes corporaciones norteamericanas que gestionan estas grandes plantaciones de caña de azúcar es tan lógica como explotadora. Los niños solo pueden acceder a cuarto grado en las escuelas, porque el mayor conocimiento provoca mayores reivindicaciones, que se evitan también separando a los trabajadores de las plantaciones en bateys, comunidades pequeñas que no tienen capacidad para organizarse y plantear mejoras en sus condiciones de vida. En todo caso, cuando lo hacen son amenazados con la deportación porque estos trabajadores son considerados "ciudadanos sin país". Todo parece estratégicamente planificado para mantener un sistema esclavista que aprovecha la mano de obra inmigrante para satisfacer las necesidades de producción. El sector de la caña de azúcar en la República Dominicana está concentrado en solo tres empresas, que controlan el 75% de las plantaciones: el Consejo Estatal de Azúcar, la Casa Vicini, una empresa dominicana, y la Central Romana, una corporación norteamericana. En esta última es en la que se detiene la mirada del documental, pero las condiciones de trabajo son parecidas en casi todas las plantaciones. 
El director habla con trabajadores, a los que suponemos una gran valentía por hablar sobre su forma de vida, y con algunos activistas, que denuncian auténticas violaciones de los derechos humanos, pero hay una especial atención a la representación "arquitectónica" de las plantaciones, como grandes núcleos comunales en los que se encuentran incrustados los bateys, pero también a las condiciones en las que se hacinan en los barracones. Estas imágenes contrastan con las que muestran, también en planos cenitales, los grandes complejos hoteleros que ocupan buena parte de la costa dominicana, que es un reflejo de dónde acaban los beneficios de las muy lucrativas plantaciones de caña, repartidas entre las grandes fortunas que invierten en el sector turístico y las administraciones oficiales que no hacen nada para impedir un sistema esclavista en su propio territorio. El contraste entre la extrema riqueza y la extrema pobreza muestra la injusticia de una complicidad criminal. 

SESIÓN ESPECIAL

La directora marroquí Dalila Ennadre (Marruecos, 1966-2020) consideró al escritor y poeta francés Jean Genet (Francia, 1910-1986) como un alma gemela, por la percepción que tenían ambos de las clases menos favorecidas, y su intento de reflejarlas en su obra pero al mismo tiempo de servir de apoyo en sus vidas. En Jean Genet, notre-père des fleurs (Dalila Ennadre, 2022), que se ha convertido en la película póstuma de la directora, fallecida hace dos años, la sombra del poeta se encuentra presente en el denominado "cementerio español" de la localidad marroquí de Larache, principal escenario de la película, el lugar donde Jean Genet quiso ser enterrado, con una sola piedra que indicara su nombre, frente al Atlántico. Aunque no se menciona en el film, en este mismo lugar fue enterrado también el escritor español Juan Goytisolo en 2017, junto al poeta francés y a los restos de españoles que murieron durante los conflictos coloniales con Marruecos entre los años veinte y cincuenta. 

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Hay varias coincidencias que conectan la obra de Jean Genet y Dalila Ennadre, pero sobre todo en la última parte de sus vidas la tragedia del cáncer, la enfermedad que sufrieron ambos. El cáncer se convierte en una especie de prisión que somete a un régimen férreo a quienes lo padecen, y de alguna forma este encarcelamiento del cuerpo se representa a través de la elección del título, una referencia a Santa María de las flores (1943, Ed. Alba Editorial), la primera novela escrita por el autor francés mientras se encontraba en la prisión de Fresnes (París). La presencia de Jean Genet en la película está mostrada también a través de las conversaciones con el cuidador del cementerio y algunos habitantes de la localidad que recuerdan todavía al poeta y que intentan mantener limpia su sepultura. El cementerio es un espacio de tranquilidad, con tumbas encaladas de blanco que contrastan con el azul del cielo y del Atlántico, formando uno de esos paisajes idílicos de la costa marroquí. Allí, recuerdan, iba el poeta a leer mientras se sentaba frente al mar. Dalila Ennadre quiso terminar la película antes de fallecer, pero finalmente fue concluida por un grupo de cineastas y su hija Lilya Ennadre como reflejo de ese cine comprometido de la cineasta. 
La filmografía de Dalila Ennadre está formada por películas que tienen un nexo en común, una vinculación con la vida cotidiana de Marruecos, como en Par la grâce d’Allah (1987), sobre un molinero que habitaba las montañas; El Batalett, Femmes de la Médina (2001), donde mostraba la vida de las mujeres en el barrio de Casablanca en el que ella misma nació; La caravane de Mé Aïcha (2003), sobre una poetisa del desierto; Fama... une héroïne sans gloire (2004), sobre la activista Me Fama, que luchó contra la colonización de Francia y España; o J'ai tant aimé… (2008), que se centraba en una prostituta marroquí empleada por el ejército colonial francés. La cineasta se reflejaba en la propia obra de Jean Genet, que fue una de sus principales influencias, pero también en los paralelismos de sus vidas. Es un hermoso retrato de la soledad y del dolor que permanece tras la muerte, pero también contiene reflexiones sobre la inmigración a través de dos jóvenes que esperan tener la oportunidad de cruzar el Atlántico (una travesía que supone poner en peligro la propia vida), o sobre las diferencias sociales (el cementerio está situado frente a un barrio empobrecido en lo alto de una pared montañosa que muestra un grave riesgo de derrumbe, lo que acabaría sepultando a quienes allí viven). La muerte está siempre presente, dentro y en los alrededores del cementerio.

Ar condicionado se puede ver en MUBI. 


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