Revista Educación

Febrero

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Febrero

Febrero pasa volando como si viajara en un avión supersónico y yo, dentro de él, acuso el jet lag y el mal de altura. Sin embargo, a pesar de la obviedad de que es el mes con menos días del calendario, para mí febrero es una de las épocas del año en las que siento que la vida se me acelera y me pasan cosas a un ritmo tan vertiginoso que cada vez me cuestan más asumir.

(Nota mental: Pedir a Iker Jiménez que investigue por qué unos meses deambulan a un ritmo tan cansino que parecen décadas y otros que transcurren a la velocidad de la luz).

En realidad, este mes chiquitito pero intenso me pilla siempre a contrapié y me sacude del plácido engodo en el que pico todas las navidades y vivo a remolque hasta que la cuesta de enero llega a la cima y el tobogán de febrero me despierta bruscamente a base de ingratas sorpresas.

Es así que este mes apresurado y rabioso supone para mí un momento revelador en el que descubro quiénes son las personas con las que realmente se puede contar más allá de los artificios de las felicitaciones y los efímeros deseos de prosperidad del año nuevo; en el que empiezo a identificar a la nueva tanda de amigos que se han convertido en bots que una vez al año te saturan el whatsapp y luego nunca están ni se les espera.

Aunque este año el frío no acompañe como indiscutible aliado de la melancolía, mis febreros (y este no iba a ser menos) son meses de soledades y también de avivar viejas tristezas.

No obstante, reconozco que es tan doloroso como útil ya que me sirve para abrir los ojos y cerrar compuertas, para airear el corazón, amueblar y redecorar la azotea y dar lustre a la armadura; para hacer purga de todo lo que no me conviene y para aprender que a veces es peor echar de más que echar de menos.


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