Revista Opinión
Los días se volvieron tristes y oscuros, como presos de una amargura que nubla la vista y encoje el corazón, impidiendo que ningún atisbo de esperanza reluzca tímido tras los nubarrones. El viento y el frío acobardaron a los que pretendían no contagiarse de un ambiente apesadumbrado, reteniéndolos en el aburrimiento de sus confortables soledades. Algunos coches que huían de la intemperie, con ojos temblorosos y gafas empañadas, y el ulular esporádico de las sirenas, que rompían con sus estridencias el llanto melancólico de aquellas jornadas, eran testigos obligados de tanto desconsuelo. Febrero había llegado con la grisura del desánimo y el desaliento. Sólo tras los cristales de las ventanas podían contemplarse, sin lágrimas en los ojos, esos días mustios de un mes apenado.