Un día como hoy, 18 de agosto, fusilaron a Federico García Lorca. En un ejercicio de revisionismo histórico consciente, algunos especialistas lorquianos, de un tiempo a esta parte, se empeñan en desligar la implicación política y la orientación sexual del poeta, de las causas de su asesinato. Sin embargo, los hechos impugnan este empeño en blanquear y despolitizar el fusilamiento del poeta, tan comprometido con los parias por esa “comprensión simpática de los perseguidos. Del gitano, del negro, del judío… del morisco que todos llevamos dentro”.
Por Francis Reina Corbacho
Veamos, más allá del contenido social de sus obras -que, de por sí constituyen un claro ejemplo de implicación política para con la sociedad de la época-, algunos ejemplos:
En el año 1924, Lorca ya había formado parte de un sector que escribió a Primo de Rivera para defender el catalán como «idioma hermano» ante las medidas dictatoriales del Gobierno: «Es el idioma la expresión más íntima y característica de la espiritualidad de un pueblo, y nosotros ante el temor de que esas disposiciones puedan haber herido la sensibilidad del pueblo catalán, siendo en el futuro un motivo de rencores imposible de salvar, queremos con un gesto afirmar a los escritores de Cataluña la seguridad de nuestra admiración y respeto por el idioma hermano».
En 1928, escribió Romance de la Guardia Civil española, que le costaría una denuncia años más tarde. El poema, defensa del pueblo gitano y denuncia de la persecución criminal a un pueblo, definía así a los guardias civiles: “Tienen, por eso no lloran, de plomo las calaveras. Con el alma de charol, vienen por la carretera (…) Jorobados y nocturnos, por donde animan ordenan, silencios de goma oscura y miedos de fina arena”. Lorca, insisto, acabó denunciado por ello en 1936. No fue el único poema donde Lorca criticó el abuso de poder, en Reyerta, describe a la Guardia Civil como meras comparsas de la (in)justicia. En Romance sonámbulo: “Guardias civiles borrachos, en la puerta golpeaban”. En Prendimiento aparecen como máquinas de destrucción y muerte, símbolo de fuerza bárbara, “que arrasa las torres de canela y las inocentes alegrías”.
Mucho más conocidas, en 1932, destacan La Barraca y sus Misiones Pedagógicas en el marco de la II República. Escuelas ambulantes para fomentar la cultura en los pueblos de España. Música, literatura, teatro, poesía, con el granadino a la cabeza y la financiación del Ministerio de Educación que dirigía el socialista Fernando de los Ríos, amigo íntimo del poeta.
En el 33, más manifiestos, esta vez contra las encarcelaciones de los poetas alemanes, en mitad de la efervescencia del nazismo, alineándose al lado de los que no han «cometido más delito que defender al proletariado y unirse a él».
En junio del 36, Lorca reconocía en una entrevista a Luis Bagaría -cofundador de la española Asociación de Amigos de la Unión Soviética [1933] en la cual participó adhiriéndose a sus manifiestos- que Granada tenía la «peor burguesía de España». También aprovechó para sincerar su odio «al que es español por ser español nada más. Yo soy hermano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista abstracta por el solo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos».
En julio del mismo año, también en clave internacional, clamaba contra la dictadura de Salazar, a través de otro manifiesto político, criticando que «llenando de trabajadores y de hombres de izquierda las cárceles, no consigue destruir los motivos de la protesta popular». Por si fueran pocos ejemplos, ya en los meses previos al alzamiento franquista, Lorca se sincera con un gran amigo: «El Frente Popular se disgrega y el fascismo toma cuerpo (…), yo soy del partido de los pobres».
Parece evidente el compromiso político del poeta universal. Sin embargo, algunos ponen en cuestión el mismo de igual forma que discuten la relevancia de su homosexualidad para explicar su final. Pongamos algunos ejemplos de la homofobia incuestionable contra Federico, (otra) causa insoslayable de su asesinato.
9 de agosto, 1936. Una amiga de la familia, en 1966, confesó lo que ocurrió aquella tarde, estando el poeta en busca y captura por los sublevados: «A Federico le dijeron allí dentro «maricón», le dijeron de tó. Y le tiraron por la escalera y le pegaron (…) Yo estaba dentro (…) y le dijeron «maricón». Al padre no le hicieron ná. Fue al hijo». Es cuando Lorca pide auxilio a los Rosales. Se queda en su casa, supuestamente protegido. Pocos saben que Benet, un barbero falangista, reveló que «a Lorca le torturaron, sobre todo en el culo; le llamaban maricón y ahí le golpearon. Apenas si podía andar».
Madrugada del 18 de agosto. Hoy, en 1936. El final que todos tristemente conocemos. José Luis Trescastro, militante de Acción Popular, esa misma mañana, lo anunciaba con alegría por Granada: «Acabamos de matar a Federico García Lorca. Yo le metí dos tiros en el culo por maricón”. Tiempo más tarde, seguía vanagloriándose: “Yo he sido uno de los que hemos sacado a Lorca de la casa de los Rosales. Es que estábamos hartos ya de maricones en Granada».
El Lorca «socialista», «amigo de Fernando de los Ríos», «masón», y ejecutor de «prácticas de homosexualismo y aberración», tal y como señalaba un informe policial fechado el 9 de julio de 1965, había sido asesinado. Informe donde el poeta estaba conceptuado como «socialista por la tendencia de sus manifestaciones y por lo vinculado que estaba a Fernando de los Ríos, como también por sus estrechas relaciones con otros jerifaltes de igual signo político».
Sin duda, su compromiso político, social, cultural y su condición sexual fueron claves para entender el motivo de su fusilamiento. Bastaba ver, antes del asesinato, cómo trataba la prensa fascista a Lorca. Por ejemplo, Gracia y Justicia, órgano extremista del humorismo nacional, fundada en 1931 por Manuel Delgado Barreto, director de La Nación, difundía titulares como “Federico García Lorca o cualquiera se equivoca”. Lorca, por su homosexualidad. La revista ultraderechista El Duende, en su caso, acusó a La Barraca de ser “una pandilla de sodomitas”, denunciando que “También el Estado da dinero para La Barraca (…) ¡Qué vergüenza y qué asco!”. En junio de 1934, el órgano falangista FE recoge el testigo y acusa a La Barraca de estar pervirtiendo a los honrados campesinos españoles con “costumbres corrompidas propias de países extranjeros”, con “su promiscuidad vergonzosa” y su obediencia a los dictados del “marxismo judío”.
Pararé aquí. Hay muchas más evidencias igual de incontestables, sólo hay que buscar y, sobre todo, no querer tapar bajo el manto de las mentiras premeditadas la verdad irrebatible de que Lorca fue asesinado por motivos ideológicos y políticos, lo que, sumado a su condición sexual y a las rencillas familiares, hicieron del poeta crisol de todo lo que el franquismo quería destruir: disidencia, homosexualidad, cultura, libertad. Por cierto, sus verdugos murieron en paz. Algunos incluso ascendieron de rango y fueron condecorados con honores por sus servicios. Franco goza de un monumento en su honor sostenido con dinero público, franquistas tienen calles y Lorca sigue en una cuneta.
A mi juicio, Lorca fue asesinado por llorar cuando le daba la gana. Por ser un niño vencido en el colegio y el vals de la rosa herida. Por gemir como un pájaro con el sexo atravesado por una aguja, enemigo del sátiro, enemigo de la vid y amante de los cuerpos bajo la burda tela. Por tener la barba llena de mariposas. Por bordar en la bandera de la libertad el amor más grande de su vida. Hoy, 83 años después, su mirada verde, el forcejeo aniquilante entre el ser y la externa presión del parecer y aquel matiz que no era la verdad de su corazón son legado. Su trágico final, impulso. Le pese a quien le pese.
Francis Reina Corbacho / El Salto