Federico Jiménez Losantos hace, en la radio, un programa muy divertido, muy ingenioso y muy ameno, que consiste en dejar claro todas las mañanas quién es el protagonista de la información: él. La información no sirve para que los hechos lleguen allí donde a nadie le importan (algo así dijo Chesterton), la información sirve para que cuatro grupos potentes ganen mucho dinero a costa de decir sólo lo que su público quiere escuchar. El público de Jiménez Losantos no quiere saber la verdad, quiere saber la verdad de Jiménez Losantos, quiere el espectáculo del locutor escupiendo cosas brillantes y cosas idiotas, según se levante el de Teruel. Esta mañana ha dicho algo así como que la manifestación de ayer fue minoritaria (cuatro gatos) y que los manifestantes atacaron a la policía; también ha llamado fascistas a los manifestantes. Ya está. Ni una palabra de los 64 heridos (27 de ellos policías) y los 35 detenidos. Ni un solo dato que muestre los hechos con algún grado de verdad. Nada más. Me encanta Jiménez Losantos, su discurso es demoledor, tan demoledor como su falta de imaginación. Luego de hacer este análisis tan sesudo ha pasado a su obsesión última, o primera: Catalunya. Una pena que esRadio no revise la información Internacional y descubra las portadas de NewYork Times, Le Monde o BBC, donde podemos leer, por ejemplo, esto: «La táctica de mano dura de la policía, pese a que no sufrió grandes provocaciones, muestra quizá que las autoridades temían una escalada de la situación». Ahora bien, estoy de acuerdo con Federico: el 25-S ha sido un fracaso, la violencia deslegitima cualquier orden (también el policial), pero ¿quién pegó primero?
El país y El mundo (es absurdo buscar opiniones enfrentadas en La razón y en ABC) no lo dejan claro. Algunos periodistas apuntan a los manifestantes aquí, otros a la policía aquí, lo cierto es que, para el poder político, el restablecimiento del orden sólo es posible utilizando la violencia y mientras que el Estado puede ejercerla de forma legítima, el pueblo sólo puede sufrirla. No cuestionamos el delito (siempre y cuando esté escrito, es decir, tipificado), cuestionamos la naturaleza de la ley. Sin ley no hay delito, y no a la inversa.
Que 6.000 personas traten de rodear el Congreso creo que es un hecho lo suficientemente grave, importante, revelador e intenso, como para dedicarle algún tipo de explicación y/o análisis. Pero FJL está en otra batalla: Catalunya. Ya hemos dicho en este blog que los nacionalismos son un principio de inseguridad, ya hemos polemizado con el coqueteo separatista de los catalanes. Ahora que Artur Mas ha disuelto el Parlamento catalán y ha convocado elecciones para Noviembre, se va dibujando un nuevo mapa en la Península Ibérica, y esto molesta profundamente a Federico. Ignoro las razones intelectuales por las que FJL defiende la idea de una España unida, comprendo las personales: Tierra Lliure. La pasión que pone Federico en la defensa de una España que nunca ha existido resulta cuando menos sospechosa. Quizá su defensa sea más bien una forma de atacar, una forma de poner al servicio del espectáculo mediático ciertas ideas históricas difíciles de encajar. En cualquier caso, para FJL, el culpable, el verdadero artífice de la escisión, hay que buscarlo en el año 2006, cuando el Gobierno de Zapatero aprueba en las Cortes una nueva reforma del Estatuto de Cataluña. Ahí empezó todo, por ahí se fue desangrando la herida de la unidad nacional, algo así nos dice Federico desde la intimidad de su radio. Ni una palabra de la negativa de Rajoy a la petición de reforma fiscal. Dá igual cuál sea el suceso, la noticia, la cosa, el protagonista siempre es el mismo: él.