¡Feliz cumpleaños, querido mío!
Siete años como siete soles. Y todavía te llamo para pedirte algo ultramonguer y sin sentido, como es el tumbarte en el sofá conmigo para hacernos una foto con las piernas en alto… Y vienes. Vienes sin preguntar. Te sumas al juego sin rechistar. Lo aceptas sin cuestionarte nada y con una sonrisa, fiándolo todo a la curiosidad y al dejarse llevar por la nueva extravagancia de papá . Y te vas tan contento. -«¿Qué tendrá mi padre en la cabeza…? Bueno… ¡Qué más da!»- Pensarás.
Qué rápido pasa todo. Y es que ha sido un año con sus cosas, ¿verdad? Dejar infantil y pasar a primaria… Empezar a tener una habitación para ti solito… Y en otras cosas en cambio parece que todo siga congelado en el tiempo, bribón. Pero hoy no toca quejarse. Son cosas de padre. Cosas que, de hecho, sé perfectamente que incluso empezaré a echar de menos dentro de unos cuantos años, cuando eche la vista atrás y vea que no queda nada del niño que eres todavía hoy. Y se me partirá el corazoncito. Un poco, al menos, seguro. Pero no es momento de adelantar acontecimientos.
Siete años como siete castillos. Y todavía esperas ese beso de despedida en la puerta del colegio, que me das justo antes de entrar por esa puerta tan grande. Ese beso, que en realidad son dos. Nunca entendí de dónde sacaste esa liturgia de darnos un beso en la frente y otro en la mejilla. Como si fueras el mismísimo Papa de Roma, bendiciendo a tus feligreses y perdonándonos todos nuestros pecados. Pero te gusta, y así es como lo quieres. Y a mí me parece estupendo. Porque quizás sea un poco así, a lo mejor. Pese a todas nuestras cagadas y nuestros gruñidos, cada día haces borrón y cuenta nueva, y es amor lo que te brota y te nace del pecho.
Siete años como siete primaveras. Y todavía quieres que leamos juntos cuentos, y cómics, y cualquier cosa que pillemos y llevemos a la cama, o al sofá, o en la sala de la biblioteca del barrio. Y vienes a enseñarme tus nuevos juguetes. Y me los cuentas. Y vienes a acurrucarte conmigo al sofá. Y te ríes cuando te hago cosquillas. Y es que todavía papá te parece un tipo gracioso. Alguien que mola. Alguien que todavía puede llevarte, muy de vez en cuando, subido sobre los hombros para ver el mundo desde un poquito más arriba.
Siete años ya. Y todavía se te ilumina el rostro cuando te pido un abrazo y vienes corriendo a treparme por encima como un monito. Y sigues tan parlanchín, tan movido tan impertinente, tan inoportuno, tan cabezota, tan pasota, tan pesado… ¿Pero sabes una cosa, querido mío? Que así es como eres, y no querría que fueras de ninguna otra manera. Aunque a veces se me pasa por la cabeza.
Siete. Es solamente una cifra. Un número. Pero a veces se me olvida que las transiciones son traicioneras. Ilusorias. Una ficción. Un engaño. Un día tienes seis y al siguiente, como por arte de magia, tienes siete. Pues no. Parece un salto de un año, pero en realidad eres exactamente igual que ayer. Es la dolorosa y desconcertante trampa del calendario.
Siete años desde aquel mediodía en que te vi salir del vientre de tu madre, en aquella habitación del hospital donde naciste, y donde te mecí en mis brazos, extenuado y dormidito como estabas, por primera vez. Desde que sentí el tacto y el calorcillo de tu pielecita recién estrenada, y por qué no decirlo también, de rezar igualmente y a mi manera por primera vez porque tu madre regresase pronto del quirófano. Tanto tiempo he retrasado por unas razones u otras el contaros cómo fue el día en que naciste, que debería ir solucionando esa cuestión de una vez por todas.
Siete años juntos, ya. Y estoy que parece que casi no me lo creo. Hoy es tu cumpleaños, y lo que tenía claro es que no quería esta vez cagarla como la he cagado todos estos años anteriores, dejándote de lado por aquí. Siempre has sido el gran ausente, porque mi energía o mis ganas, o mi entusiasmo, o lo que fuera, ya no daban para más. Y sé bien que este sitio ya no es lo mismo, pero en lo esencial este sigue siendo mi pequeño rincón para vosotros, mis pequeños. Mi pequeña casa virtual, que también es la vuestra. Y todavía no se me ha olvidado.
Es más, me gusta pensar como el Asno de la peli de Shrek, cuando decía aquello de que tengo una dragona y no tengo miedo de utilizarla… Pues yo, igual: -«Tengo un blog, ¡y por Crom, que no tengo miedo a utilizarlo!«-.
Por eso mismo, en la realidad, y desde el cyberespacio, quiero decirte que te quiero infinito, y que felicidades por tu 7º cumpleaños. Sigue igual de feliz por muchos, muchos, muchos años más.
PD: verás que los siete, molan. Molan mucho. Tanto o más como han molado los seis. Ya lo verás. Te lo dice papá, que ya pasó por ahí.