Atrás ha quedado el 2012. Si anteayer miraba hacia atrás -donde no será malo de vez en cuando mirar de reojo para seguir aprendiendo, recordando y bebiendo en sus fuentes de inspiración- hoy, en esta primera entrada del año, es momento de mirar hacia delante. Tomo prestadas para ello imagen y palabras de la periodista y amiga Cristina M. Sacristán como ya hiciese a principios de 2012.
Ella caminaba con su grupo de siempre por un sendero ancho, recto, muy definido, y decidió desviarse, curiosa, en busca de nuevos paisajes. Los otros le gritaban “No vayas por ahí, es desconocido”. Determinada, siguió avanzando, y no tardó mucho en descubrir una bella pista llena de sol, que seguía la ribera de un río, donde algunas aves se bañaban… Pero, al seguir adelante, contenta, de pronto los árboles fueron cerrando el camino, y evitando la luz… Llegó un momento en que apenas podía ver nada: todo era oclusivo y parecía oscuro, gris y sin matices. Apenas podía respirar.
Entonces, decidió abrirse paso hacia la claridad, apartando las pertinaces ramas con sus dedos, haciéndose sangre. Cada paso parecía más difícil. Durante dos días intentó ver el cielo, mientras los sonidos del macabro bosque parecían decirle “No vas a poder…”. Cayó, cansada y llena de rasguños, desalentada. Y durmió un rato, para repostar…
Al día siguiente comenzó a distinguir, al fondo del bosque, un campo verde. Siguió avanzando, fortalecida por el descanso. El sol brillaba y se había hecho primavera. La variedad de colores de las flores era muy grande, y la fragancia, intensa. Iba saliendo, poco a poco, al aire libre… Al fondo, varias personas jugaban como chiquillos, alegres. Le lanzaron un gesto cómplice. Una suave brisa movía su pelo, días atrás enmarañado. Y una sonrisa se dibujó en su cara…
Y comprendió que había vencido al miedo:
Que el campo no tenía techo, que no había límites en el horizonte.
Que su mochila debía ser pequeña si quería abrazar las flores de colores.
Que las voces apocalípticas se habían quedado enredadas entre ramas tristes y oscuras…
Que la felicidad sólo dependía de la fortaleza de sus pies y de la grandeza de su espíritu.