
Pregunté por activa y por pasiva, incluso en los más bajos fondos, malgastando mi casi irreconocible para entonces integridad más por pasiva que por delante. Pregunté en ellos traspasando mis líquidos con las preguntas, pregunté allí por ser los lugares más complejamente familiares para un huérfano. Nunca recibí respuestas coherentes e inteligibles aunque difícil de comprender donde coexiste la sonrisa y miradas confidentes como reclamo.
Atravesé los consejos de gurís y libros despiadados que mendigan los euros para
encontrarla y convertirse en un dinosaurio plácidamente esposado a ella. Los atrapé en una bolsa grande de diez céntimos de comercio generoso con el medio ambiente. Aplasté en el fondo a ellos y a sus magníficas palabras que no constituyen frases dignas de manchar estanterías de olvidadas tiendas de novela barata.¿Dónde está el estado de la felicidad? Cansado, sentado en las calles, mendigando con un roto cartel de cartón húmedo por la perversa lluvia que me azota, esforzado con mi íntegra dignidad de compañera que me asusta cuando dice que quiere dejarme, grito una pregunta que nadie conoce o quieren mantener en secreto para su disfrute. ¿Dónde está el estado de la felicidad?
Despiadadamente muestro, a los ojos que miran, mis odios, mis desprecios, mis conjuras y asesinatos, mis lejos de cualquier Dios religión, echo en cara más que enseñar. Cruel escaparate de perdones, condenas, indultos, jubileos, espalda traspasada por cien miles jirones de sangre seca y frente marcada por espinas de desprecio. Estoy en el derecho de encontrar el estado de la felicidad, estoy preparado y exijo la nacionalidad, reclamo la deportación, solicito ser un exiliado. Busco en estaciones, aeropuertos, paradas de metro y en la red, pero no encuentro mención. Nadie me contesta.
Texto: Ignacio Álvarez Ilzarbe