Estabamos llejosde casa, alguien había logrado impresionarla, todas las versiones coincidían en que yo tenía la culpa, cobré el precio estipulado por contar un mal chiste, pagaste contenta, con una felicidad llena a sabor a cerveza mejicana mezclada con un toque de limón. No eras la que peor estabas, tampoco la más serena. Tus padres se asustaron con tantas ínfulas de macho. Todo salió mal, pero hoy no voy a pasar por nuestra calle, la calle de los presagios cumplidos, la calle que compartimos entre apuntes, platos sin lavar e inocencia corrompida, pero aún así todavía inocencia.
No me digas que ya lo sabías. No hay clemencia para los perdedores. La competencia es abrumadora. Hay un concurso de celebridades en un poblado gitano. Ya no crees en Dios, tampoco en la Virgen. Rezas al becerro de oro, lloras de rodillas y suplicas otro duples de rayas. No te olvido.
Recuerdo un círculo mágico en tu vientre, la postura del misionero y tu padre protestando. No hay clemencia para los perdedores. La lista de caricias se marca a fuego en tu espalda. Somos los amos del planeta de mis versos. La aspiración de un poeta corrompido por las palabras que no son mías.
Éramos felices y todo salió mal o simplemente no salió. Llego la hora y decidimos decirnos adiós. No sabíamos si fuimos amantes, amigos o compañeros, recuerdo tu risa y el primer beso… Ahora sustituyo aquella felicidad por el placer sin más.