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Reconozco que cuando un querido amigo, oficial en ejercicio de la Guardia Civil, me envió un mensaje con el siguiente texto: “Gran Cruz de la Orden del Mérito de la Guardia Civil concedida al General Mohammed Haramou, de la Gendarmería Francesa”, pensé que era una de esas crípticas bromas que mi amigo gusta gastar. Pero el que sería habitual siguiente mensaje con unos iconos de carcajadas no llegó. De modo que unas horas más tarde me dediqué a buscar en el Boletín Oficial del Estado temiéndome lo peor.
Y ahí estaba. El Real Decreto 550/2019, de 20 de septiembre, por el que el Rey Felipe VI, en connivencia con el Presidente del Gobierno en funciones y falsario mayor del reino, Pedro fake-doctor Sánchez, y con el Ministro de Interior Fernando Grande-Marlaska, conceden dicha distinción a Haramou.
De la misma forma, estos mandatarios españoles condecoran también a Abdellatif Hammouchi, director general de la policía y director general de seguridad de Marruecos, según el Real Decreto 549/2019 de 20 de septiembre.
Es muy revelador que el gobierno socialista en funciones, con el indecente Pedro Sánchez a la cabeza, haya decidido premiar con honores a dos mandos estratégicos del Reino de Marruecos. Un país que, mediante una operación de invasión bien planificada, nos envía cada año miles de sus ciudadanos, no pocos de ellos auténticos indeseables, a vivir de nuestros recursos y colapsar nuestros servicios sociales. Un Marruecos que colabora o mira hacia otro lado con cierto tráfico de sustancias estupefacientes que llegan a España desde sus costas. El Gobierno de España, una banda de traidores, cobardes y vendidos botarates, premia al enemigo al que con anterioridad, y asiduamente, financia con dinero y equipamiento para sus fuerzas de seguridad, las cuales no parecen afanarse mucho en contrarrestar la ola de inmigrantes y drogas que se dirige hacia nuestras costas, si nos atenemos a los resultados de sus intervenciones.
El malestar entre no pocos agentes de la Guardia Civil es verdaderamente profundo. No pasa un solo mes sin que alguno de ellos resulte herido en las líneas fronterizas de Ceuta y Melilla, aunque más de la mitad de esos casos no aparezcan publicados en ninguno de los medios de comunicación que viven del sistema.
De semejante malestar, que se traduce lógicamente en enorme desconfianza de muchos agentes de la Guardia Civil hacia las autoridades y gobernantes, no se escapa Felipe VI.
Hace años hubo quien, con toda la ingenuidad del mundo, esperaba que este rey sería distinto a su padre en ciertas cuestiones. Vana ilusión si se es consciente de que la figura del rey en España es poco más que la de un maniquí institucional que no sirve prácticamente para nada. Con el escaso poder que tiene Felipe VI, ¿quién espera que vaya a resistirse a refrendar los desmanes de un gobierno de traidores incapaces? Aunque, pensándolo bien, ¿se puede esperar que este rey plantaría cara a esta humillación a la Guardia Civil, teniendo las manos atadas por los intereses y aventuras de su padre Juan Carlos I y de no pocos políticos, empresarios y gente famosa en ese país enemigo de España?
A los portavoces de la Guardia Civil no les ha quedado otro remedio que declarar que ambas condecoraciones, aprobadas por el camarote de los hermanos Marx más conocido como Consejo de Ministros, son el reconocimiento a los méritos de Haramou y Hammouchi por su colaboración con España respecto al grave problema de la inmigración ilegal proveniente del propio marruecos y de algunos países más al sur. Enorme falsedad.
La Guardia Civil traga amargamente esta humillación, porque no le queda otro remedio. No es la primera vez que desde el gobierno, y con la firma del rey, los que se han significado abiertamente en contra de nuestra nación obtienen prebendas y reconocimientos. Y así como los españoles tenemos que aguantar que quienes asesinaron a guardias civiles, militares,policías y a un sinfín de víctimas, tengan hoy cargos de relevancia en las instituciones, tenemos que contemplar cómo se condecora a marroquíes de oscuro historial, solo superado por el de su propio rey despótico, que les hace responsables de no pocos problemas que venimos sufriendo no solo con la inmigración ilegal y el tráfico de drogas; también con la traición a esa supuesta colaboración marroquí con España que solo favorece realmente a Francia, o con la red de espionaje que el inmensamente rico Mohamed VI, tan amigo él de Juan Carlos I, mantiene en España involucrando a políticos, agentes de la autoridad, empresarios y ciertas famosas de televisión.
Los españoles tienen la memoria muy corta y sus gobernantes rara vez han conocido la dignidad. Aquí todo es presentar a Marruecos como el “amigo magrebí”; amigo que no es, jamás ha sido, y que solo se porta bien con los españoles que depositan allí su dinero o venden información sensible. Para los demás españoles de a pie Marruecos es la sanguijuela que sangra nuestros recursos, bien con sus propios emigrantes, bien con las dádivas del gobierno de España. Pero nuestros agentes de la autoridad son quienes soportan la presión en nuestras fronteras del sur. No solo no tienen permiso para repeler las invasiones y las agresiones con contundencia y disuasión, como sucedería en un país que defiende su soberanía; además tienen que convivir con las críticas continuadas de partidos políticos pro agenda globalista y de medios y comunicadores que ven como algo terrible que España limite sus fronteras, pero que no dedican un solo minuto de su tiempo a informar sobre el enorme cáncer que Marruecos nos está inyectando.
Así que, visto lo que hay, que nadie se extrañe si el próximo gobierno de España, con la firma de Felipe VI mediante, acabe por condecorar a los descendientes de Napoleón, al presidente de Gibraltar, o a algún etarra especialista en asesinatos y secuestros. Cualquier cosa es posible.
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