Revista Cine
El cine español no es pródigo en mitos. Esta afirmación puede discutirse tanto como se quiera, pero si viene a cuento pronunciarla precisamente ahora es porque tal día como hoy, 6 de septiembre, hace setenta y cinco años, vino al mundo en la ciudad de Madrid un mito del cine, aunque entonces, naturalmente, sólo se trataba del niño Jacinto Molina Álvarez, quien habría de ser, con el andar de los años, reconocido mundialmente como Paul Naschy, el astro cinematográfico que daría vida al más popular licántropo de las pantallas, Waldemar Daninsky. Vaya hoy para el hombre nuestra calurosa felicitación y nuestros mejores deseos, y para el mito, uno de los contados que el cine español ha dado, nuestro reconocimiento.
Para este burgomaestre, por encima de los muchos méritos profesionales que sin duda ha cosechado Paul Naschy a lo largo de su extensa carrera cinematográfica y que le han sido reconocidos profusamente en forma de premios internacionales, el máximo galardón con el que el protagonista de “La noche de Walpurgis” ha sido distinguido es con el de haber visto cumplido su sueño infantil de dar vida a los monstruos que poblaban la mágica pantalla de una sala de cine. Con diez años de edad, en 1944, Jacinto Molina consigue que un acomodador le cuele en un cine de reestreno (el film no era tolerado para menores) para ver “Frankenstein y el hombre lobo”. Se trata de uno de los primeros “cócteles de monstruos” que rodará la productora Universal tratando de revitalizar el tirón comercial de su galería de personajes terroríficos. En él, Bela Lugosi encarna a la criatura del doctor Frankenstein, aceptando así el papel que había rechazado (por no disponer de diálogo en el que lucir su exótico acento) trece años antes. A su antagonista, el licántropo Larry Talbot, le prestó su presencia Lon Chaney hijo, un esforzado heredero de una leyenda del cine al que la angustia de no estar a la altura del padre le empujó a la bebida. Las consecuencias del choque en la pantalla de ambos monstruos ante los impresionables ojos del niño Jacinto, adquirieron forma definitiva veinticuatro años después, cuando en 1968 se estrenaba “La marca del hombre lobo”, el primer film que, dirigido por Enrique López Eguiluz , protagonizó Jacinto Molina desempeñando el papel que le otorgaría dimensión de estrella del género terrorífico y la admiración de fans de todo el mundo y que él mismo había escrito en su guión original: Waldemar Daninsky. A esta primera experiencia licantrópica (que quedará, probablemente, como la mejor, y que resiste aceptablemente las comparaciones con productos coetáneos de la británica productora Hammer) seguirían otras, en rápida sucesión. La primera, “Los monstruos del terror” (1969, Hugo Fregonese, Tulio Demicheli), recogía el espíritu del “cóctel de monstruos” (presente, asimismo, en la primera entrega), mezclado, además, con dosis de ciencia ficción “pulp”. Después llegaría a las pantallas (en España, muy aligerada de metraje), “La furia del hombre lobo” (1970), imposible realización del inefable José María Zabalza, el cual desaprovecha absolutamente las capacidades de su protagonista. La intensa mirada de Paul Naschy, capaz de imponerse a la gruesa capa de maquillaje y a los más poblados postizos pilosos, y su poderoso físico de campeón de halterofilia serían mucho mejor captados por la cámara del áspero León Klimovsky, un cineasta experimentado y de gran profesionalidad que servía los guiones de Jacinto Molina con crudeza llena de aristas. “La noche de Walpurgis” y “El doctor Jeckyll y el hombre lobo”, estrenadas en 1970 y 1971, respectivamente, llevan su firma. El éxito de la primera ocasionaría la consolidación del mito apuntado en “La marca del hombre lobo” y Paul Naschy, auxiliado en su quehacer actoral por el préstamo de las excelentes voces de José Guardiola o Simón Ramírez, entre otros, traspasaría en 1972 los estrechos márgenes de la industria cinematográfica española multiplicándose en hasta ocho títulos: “El gran amor del conde Drácula”, “El jorobado de la morgue” (ambas dirigidas por Javier Aguirre), “La rebelión de las muertas “ (León Klimovsky), “Los crímenes de Petiot” (José Luis Madrid), “Disco rojo” (Rafael Romero Marchent), “La orgía de los muertos” (José Luis Merino), y “El espanto surge de la tumba” y “Los ojos azules de la muñeca rota”, ambas dirigidas por Carlos Aured. De las ocho, Paul Naschy protagonizaba nada menos que seis, explorando las diversas variantes del género fantástico y terrorífico desde el clasicismo de la inmortal criatura de Bram Stoker en “El gran amor del conde Drácula” (que -¡ay!- no le iba en absoluto) hasta el “giallo” más en boga de “Los ojos azules de la muñeca rota”, pasando por el patetismo de “El jorobado de la morgue” (que le valió el premio de interpretación del Festival de cine fantástico de París en 1973) o el “tour de force” de “La rebelión de las muertas”, film en el que interpretaba un triple papel (dos hermanos hindúes, Krisna y el desfigurado Kantaka, más el mismísimo Satanás en una perturbadora escena onírica). Al frenesí de 1972 siguió otro año de similar intensidad, con nuevas incursiones en el terreno de sus queridos monstruos, atreviéndose con el mito de la momia en “La venganza de la momia” (Carlos Aured) y renovando el triunfo de su más popular criatura en “El retorno de Walpurgis” (nuevamente, Aured). Son estos primeros años setenta los de expansión del género terrorífico en España, pero la euforia es efímera y pronto la producción de títulos mengua de manera tajante, pudiendo tomarse el final del franquismo y la desaparición de la censura como un referente válido para certificar la angostura del torrente fílmico fantaterrorífico. No obstante, Paul Naschy no sólo no se arredra, sino que toma las riendas y dirige sus propios films. Todavía bajo la batuta de otro (el eficacísimo Miguel Iglesias Bonns) y producida por “Profilmes” (una empresa especializada en el género) dará vida nuevamente a Waldemar Daninsky en “La maldición de la bestia”, que producida en 1975 llegaría a las salas comerciales en enero de 1978, y ya asumiendo él mismo la dirección, en “El retorno del hombre lobo” (1980) y en “La bestia y la espada mágica” (rodada en régimen de coproducción con Japón) y, en una revisión tardía “aggiornada”, en “Licántropo”, que dirigió Francisco Rodríguez Gordillo.
Pero no es esta una entrada que trate de glosar la carrera de Paul Naschy, sino tan sólo una simple felicitación. Editados hay libros (sin ir más lejos, su “Paul Naschy. Memorias de un hombre lobo”, Alberto Santos, editor) que se han ocupado de ello, y prolijas páginas web confeccionadas en su homenaje. Jacinto Molina Álvarez, “Paul Naschy”, una estrella, un mito, un actor mundialmente conocido, un cineasta valiente, atrevido (ahí están “El huerto del francés” (1977), “Madrid al desnudo” (1978), o “El carnaval de las bestias” (1980), que lo atestiguan), cumple hoy setenta y cinco años. Admirable sobre todo por su convicción, por su integridad, me atrevería a decir que hasta por su inocencia, por ser “de una pieza”, y rechazado por los escrupulosos guardianes de las sagradas esencias de la cultura, tiene el cariño de una verdadera legión de fans que sin duda hoy le cantarán (o quizá, mejor, “le aullarán”): “¡Feliz cumpleaños, Paul Naschy, y que cumplas muchos más!”
PD (y advertencia): si hoy tienen la simpática ocurrencia de felicitar personalmente a Jacinto Molina por su aniversario, no lo dejen para el anochecer, por si las moscas... Hay plenilunio.
Para este burgomaestre, por encima de los muchos méritos profesionales que sin duda ha cosechado Paul Naschy a lo largo de su extensa carrera cinematográfica y que le han sido reconocidos profusamente en forma de premios internacionales, el máximo galardón con el que el protagonista de “La noche de Walpurgis” ha sido distinguido es con el de haber visto cumplido su sueño infantil de dar vida a los monstruos que poblaban la mágica pantalla de una sala de cine. Con diez años de edad, en 1944, Jacinto Molina consigue que un acomodador le cuele en un cine de reestreno (el film no era tolerado para menores) para ver “Frankenstein y el hombre lobo”. Se trata de uno de los primeros “cócteles de monstruos” que rodará la productora Universal tratando de revitalizar el tirón comercial de su galería de personajes terroríficos. En él, Bela Lugosi encarna a la criatura del doctor Frankenstein, aceptando así el papel que había rechazado (por no disponer de diálogo en el que lucir su exótico acento) trece años antes. A su antagonista, el licántropo Larry Talbot, le prestó su presencia Lon Chaney hijo, un esforzado heredero de una leyenda del cine al que la angustia de no estar a la altura del padre le empujó a la bebida. Las consecuencias del choque en la pantalla de ambos monstruos ante los impresionables ojos del niño Jacinto, adquirieron forma definitiva veinticuatro años después, cuando en 1968 se estrenaba “La marca del hombre lobo”, el primer film que, dirigido por Enrique López Eguiluz , protagonizó Jacinto Molina desempeñando el papel que le otorgaría dimensión de estrella del género terrorífico y la admiración de fans de todo el mundo y que él mismo había escrito en su guión original: Waldemar Daninsky. A esta primera experiencia licantrópica (que quedará, probablemente, como la mejor, y que resiste aceptablemente las comparaciones con productos coetáneos de la británica productora Hammer) seguirían otras, en rápida sucesión. La primera, “Los monstruos del terror” (1969, Hugo Fregonese, Tulio Demicheli), recogía el espíritu del “cóctel de monstruos” (presente, asimismo, en la primera entrega), mezclado, además, con dosis de ciencia ficción “pulp”. Después llegaría a las pantallas (en España, muy aligerada de metraje), “La furia del hombre lobo” (1970), imposible realización del inefable José María Zabalza, el cual desaprovecha absolutamente las capacidades de su protagonista. La intensa mirada de Paul Naschy, capaz de imponerse a la gruesa capa de maquillaje y a los más poblados postizos pilosos, y su poderoso físico de campeón de halterofilia serían mucho mejor captados por la cámara del áspero León Klimovsky, un cineasta experimentado y de gran profesionalidad que servía los guiones de Jacinto Molina con crudeza llena de aristas. “La noche de Walpurgis” y “El doctor Jeckyll y el hombre lobo”, estrenadas en 1970 y 1971, respectivamente, llevan su firma. El éxito de la primera ocasionaría la consolidación del mito apuntado en “La marca del hombre lobo” y Paul Naschy, auxiliado en su quehacer actoral por el préstamo de las excelentes voces de José Guardiola o Simón Ramírez, entre otros, traspasaría en 1972 los estrechos márgenes de la industria cinematográfica española multiplicándose en hasta ocho títulos: “El gran amor del conde Drácula”, “El jorobado de la morgue” (ambas dirigidas por Javier Aguirre), “La rebelión de las muertas “ (León Klimovsky), “Los crímenes de Petiot” (José Luis Madrid), “Disco rojo” (Rafael Romero Marchent), “La orgía de los muertos” (José Luis Merino), y “El espanto surge de la tumba” y “Los ojos azules de la muñeca rota”, ambas dirigidas por Carlos Aured. De las ocho, Paul Naschy protagonizaba nada menos que seis, explorando las diversas variantes del género fantástico y terrorífico desde el clasicismo de la inmortal criatura de Bram Stoker en “El gran amor del conde Drácula” (que -¡ay!- no le iba en absoluto) hasta el “giallo” más en boga de “Los ojos azules de la muñeca rota”, pasando por el patetismo de “El jorobado de la morgue” (que le valió el premio de interpretación del Festival de cine fantástico de París en 1973) o el “tour de force” de “La rebelión de las muertas”, film en el que interpretaba un triple papel (dos hermanos hindúes, Krisna y el desfigurado Kantaka, más el mismísimo Satanás en una perturbadora escena onírica). Al frenesí de 1972 siguió otro año de similar intensidad, con nuevas incursiones en el terreno de sus queridos monstruos, atreviéndose con el mito de la momia en “La venganza de la momia” (Carlos Aured) y renovando el triunfo de su más popular criatura en “El retorno de Walpurgis” (nuevamente, Aured). Son estos primeros años setenta los de expansión del género terrorífico en España, pero la euforia es efímera y pronto la producción de títulos mengua de manera tajante, pudiendo tomarse el final del franquismo y la desaparición de la censura como un referente válido para certificar la angostura del torrente fílmico fantaterrorífico. No obstante, Paul Naschy no sólo no se arredra, sino que toma las riendas y dirige sus propios films. Todavía bajo la batuta de otro (el eficacísimo Miguel Iglesias Bonns) y producida por “Profilmes” (una empresa especializada en el género) dará vida nuevamente a Waldemar Daninsky en “La maldición de la bestia”, que producida en 1975 llegaría a las salas comerciales en enero de 1978, y ya asumiendo él mismo la dirección, en “El retorno del hombre lobo” (1980) y en “La bestia y la espada mágica” (rodada en régimen de coproducción con Japón) y, en una revisión tardía “aggiornada”, en “Licántropo”, que dirigió Francisco Rodríguez Gordillo.
Pero no es esta una entrada que trate de glosar la carrera de Paul Naschy, sino tan sólo una simple felicitación. Editados hay libros (sin ir más lejos, su “Paul Naschy. Memorias de un hombre lobo”, Alberto Santos, editor) que se han ocupado de ello, y prolijas páginas web confeccionadas en su homenaje. Jacinto Molina Álvarez, “Paul Naschy”, una estrella, un mito, un actor mundialmente conocido, un cineasta valiente, atrevido (ahí están “El huerto del francés” (1977), “Madrid al desnudo” (1978), o “El carnaval de las bestias” (1980), que lo atestiguan), cumple hoy setenta y cinco años. Admirable sobre todo por su convicción, por su integridad, me atrevería a decir que hasta por su inocencia, por ser “de una pieza”, y rechazado por los escrupulosos guardianes de las sagradas esencias de la cultura, tiene el cariño de una verdadera legión de fans que sin duda hoy le cantarán (o quizá, mejor, “le aullarán”): “¡Feliz cumpleaños, Paul Naschy, y que cumplas muchos más!”
PD (y advertencia): si hoy tienen la simpática ocurrencia de felicitar personalmente a Jacinto Molina por su aniversario, no lo dejen para el anochecer, por si las moscas... Hay plenilunio.