(A @oscarjosegm, que se lo sabe)
En 1924 había mucha zozobra e inquietud en la Bauhaus. Alemania estaba en la ruina y se iba por el sumidero del abismo. La hiperinflación de la República de Weimar es algo de lo que, por mucho que leamos, no podemos hacernos idea: Billetes de mil marcos sobremarcados con un rótulo de mil millones de marcos, niños jugando con montones de billetes de banco que no valían ni siquiera lo que el papel en que estaban impresos, monedas de porcelana...
Nada de esto pintaba bien para que una "escuela de arte" se desarrollara con normalidad.
Aparte de eso, en el plano puramente escolar, La Bauhaus había abandonado su tendencia expresionista y había abrazado la objetivista, lo que implicaba un cambio radical de orientación y de valores. Además, la escuela se estaba preparando para emigrar de Weimar a Dessau.
Demasiados cambios en unos tiempos muy turbulentos. Demasiados motivos de preocupación y de angustia para su fundador y director, Walter Gropius.
El 11 de mayo de 1924 el suplemento Zeitbilder del periódico Vossische Zeitung publicó una fotografía en la que se veía un receptor de radio con bocina colocado en el alféizar de una ventana en un piso alto, que daba los resultados de las elecciones a una atenta y preocupada multitud que escuchaba en el exterior, al sol.
La fotografía no dejaba de ser inquietante: Por una parte, la angustiosa situación política, económica y social del país no hacía presagiar nada bueno. Por otra, el gentío expectante, atento a un cacharro mecánico, dotaba a toda la escena de una desazonadora sensación de deshumanización y alienación.
Pero a László Moholy-Nagy, uno de los profesores de la Bauhaus, la escena le sedujo. Él estaba muy interesado por la máquina, la producción en serie, la comunicación y las nuevas relaciones entre el público y la técnica. Además, la foto era de una gran plasticidad: En primer plano un aparato emisor de sonido encajonado entre dos bandas verticales oscuras, en un espacio reducido que se viene más acá del plano de la foto, e incluye al espectador. Y allá, al fondo, una gran multitud de gente anónima, indistinguible, en un espacio muy amplio y muy iluminado.
Verdaderamente, era una foto muy buena.
Una semana más tarde, el día dieciocho, era el cumpleaños del director. Gropius cumpliría cuarenta y un años. Moholy-Nagy propuso a cinco compañeros suyos que prepararan una obra en papel basada en esa fotografía, para regalar a Gropius una carpeta con las seis obras. Los compañeros acogieron la propuesta con entusiasmo.
El día de su cumpleaños, Walter Gropius recibió una carpeta con estas seis láminas:
László Moholy-Nagy.
Lápiz, tinta china y acuarela sobre papel de acuarela.
Paul Klee.
Témpera sobre cartón, montado sobre cartón.
Vasily Kandinsky.
Tinta china, acuarela y pintura opaca sobre papel.
Oskar Schlemmer.
Tinta china y acuarela sobre lápiz, todo sobre cartón.
Georg Muche.
Lápiz, tinta china y acuarela sobre papel.
Lyonel Feininger.
Tinta china y acuarela sobre papel.
Feliz cumpleaños, Herr Gropius.
He traído aquel episodio al blog, primero, porque tal vez alguno de vosotros no conociera estas obras, y merecen la pena. Aparte de que cada una de ellas es buena por sí misma, el conjunto añade más valores y las hace muy interesantes: Cómo reacciona de manera tan diferente cada uno de los artistas, y al mismo tiempo cuántos elementos tienen en común las diversas obras.
Pero, sobre todo, he comentado todo esto porque quiero pensar que el arte es una forma de vida, una manera de sobrevivir al caos y a la angustia.
No son obras expresionistas. Se nota el giro radical de la Bauhaus. No hay terror, grito, desgarro. Son obras plásticas. Son exploraciones del plano pictórico, apropiaciones del espacio, operaciones de forma que trascienden la angustia y la inquietud.
Quiero señalar que estos artistas se sobreponen a sus propias angustias personales, a su plano físico y humano, y saltan a otro plano. En el panorama terrorífico que los envuelve y los atenaza, ellos se ponen a trabajar, a investigar.
Quisiera pintarlos como alegres enanitos de Blancanieves, como gnomos y duendecillos saltarines que viven en su mundo de fantasía y alegría apartados de la realidad. A veces me gustaría verlos así, a salvo, como seres ingenuos, como niños, como alegres inconscientes. Pero no; nada de eso: El arte no es una broma, ni un jijijí jajajá estúpido e insensato. Estos artistas son gente muy seria que trabaja muy concienzudamente. No hay más que verles las caras y las corbatas.
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