Vivo en una confusión constante. Supongo que yo y el resto de la humanidad, pero las dudas de las que hablo se refieren a nuestra relación con la comida y, de forma especial, con la forma en la que la producimos. Llevo un tiempo en el que me debato entre las ganas de dejar de comer animales y la comprensión de que nuestro mundo dista mucho de permitir que ser vegetariano sea una elección, puesto que miles de personas mueren de hambre cada día y resulta hasta snob, al pensar en ellos, plantearse ningún debate sobre la carne y el pescado. Sin embargo, si queremos equilibrar este planeta nuestro nos vendría muy bien analizar, de forma tranquila y sin extremismos, qué dieta debería predominar en el primer mundo para no explotar los recursos naturales ni basar nuestra relativamente cómoda existencia en la pobreza de otros.
En 2007, el fotógrafo, escritor y monje budista Matthieu Ricard se hizo famoso por ser declarado el hombre más feliz del mundo. Asesor personal del Dalai Lama, científicos de una universidad estadounidense estudiaron su cerebro durante años para llegar a dicha conclusión. Ricard es feliz. A principios de este mes de noviembre, comenzó a viralizarse un vídeo de este monje budista en el que explica por qué es vegetariano. En él dice que “el consumir carne demuestra otro nivel de egoísmo en relación a nuestros semejantes”. Suena duro, sí, pero ese egoísmo lo demostramos cuando no queremos mirar de frente cómo se cría, alimenta y mata a los animales para que nosotros podamos escoger impolutas bandejas de carne en el supermercado. Pero la muerte nunca es limpia. Yo no he abandonado aún ese camino egoísta, pero empiezo a creer que si lo consiguiera, como en el caso de Matthieu Ricard, sería feliz.