El 9 de noviembre de 1997 alrededor de las 7 de la tarde, María Emilia Gonzáles de 24 años, su hermana Paula Micaela de 17 y su amiga Verónica Villar de 22, salieron a dar una caminata por la calle San Luis en Cipolleti, Provincia de Río Negro, Argentina. No sabían que ese día salieron de sus casas por última vez. Fue la última tarde que se las vio con vida. El 12 de noviembre sus cuerpos fueron encontrados sin vida cerca de las vías del ex ferrocarril, tapados con hojas y basura. El peritaje evidenció que fueron golpeadas, violadas y asesinadas
El cuerpo de Verónica se encontraba con las manos atadas con los cordones de la zapatilla, con un gran pañuelo que la tenia amordazada, y su muerte se produjo por un profundo corte en el cuello, que aparentemente se hizo con un cuchillo. A pocos metros del cuerpo, se encontraban semienterradas las hermanas González. María Emilia tenía un tiro en la cabeza a la altura del oído y Paula tenía un tiro en la espalda y otro en la cabeza, ambas estaban maniatadas y amordazadas.
La sinuosa investigación policial llevó a los jueces a apresar a unos marginales que vivían en uno de los barrios más pobres de Cipolletti, Los Hornos. Hilario Sepúlveda y Horacio Huechemir, eran dos hombres pobres de la ciudad que fueron tomados como sospechosos, atacados a balazos por la policía y procesados por los homicidios, sólo por su cualidad de marginados sociales. Nunca se descubrió a o a los autores de este triple feminicidio.
Pero los crímenes no se detuvieron ahí. Otras mujeres murieron víctimas de la violencia:
Janet Opazo. La asesinaron el 26 de junio de 1993 cuando caminaba por el barrio Labraña. Un hombre salió de una alameda y les disparó a ella y a una amiga. No hay acusados.
Daniela Calfupán. El 2 de enero de 1995 el cuerpo de la adolescente fue hallado en un descampado. Había salido con una amiga y desapareció cuando volvía a casa. Sin acusados.
Ana Zerdán. El 18 de setiembre de 1999, alguien entró a su consultorio, la ató, la amordazó y la mató a golpes.
Diana del Frari. El 14 de agosto de 2001, esta kinesióloga apareció muerta en su consultorio. La golpearon y la apuñalaron. Un sospechoso apareció muerto en la cárcel.
23 de mayo de 2002 uno o más desconocidos entraron a un laboratorio de análisis clínicos, en pleno centro de Cipolletti.
En menos de 20 minutos redujeron a las mujeres que estaban allí: la psicóloga Carmen Marcovecchio (39), una paciente suya, Alejandra Carbajales (37) y a la bioquímica Mónica García (30).
Según la reconstrucción hecha en el juicio —que empezó el 4 de octubre— las mujeres fueron atadas y amordazadas. Luego las llevaron a una pequeña sala y las tiraron al piso.
El informe del forense Ismael Handam, dice que fueron atacadas con un cuchillo, con perversidad y en forma compulsiva. “Destruyó sus vidas haciéndolas padecer”, dijo. La bioquímica recibió seis puñaladas en distintas partes del cuerpo y un disparo en la cabeza. La psicóloga, 29 puñaladas en el pecho y la espalda y fuertes golpes en la cara. Carbajales murió degollada. Tenía 31 puñaladas en su cuerpo. Luego les tiraron ácido acético.
Una cuarta mujer, Ketty de Bilbao, de 71 años, ingresó al laboratorio cerca de las 20.20. El atacante la redujo, la tiró al piso y le pegó un tiro en la cabeza. A ella también la roció con ácido, pero sobrevivió. No vio a su agresor.
A ellas se sumaron, en una trágica lista: Otoño Uriarte, Leticia Baltar, Diana del Frari y Elvira Abaca, quienes han sido las víctimas fatales de la violencia de género en Cipolletti durante los últimos 15 años y todavía esperan justicia.
Esta situación es algo único en el país, con tantos casos en un período de tan sólo 15 años, y que además todos hallan quedado impunes. Las organizaciones de mujeres y familiares de las víctimas reclaman que esto no es casualidad. Por supuesto no es casualidad. No es posible que 13 mujeres sean asesinadas durante 15 años y que la Policia no haya encontrado nada. Hasta ahora no hay ningún culpable por ninguno de los crímenes.
La impunidad no es sólo una sensación para los habitantes de Cipolletti. Es una realidad tan absurda y violenta como los crímenes que cubre. La gente sabe que uno o más asesinos andan sueltos por las calles.. La impunidad en la que han quedado estos crímenes tiene mucho que ver con el manejo del caso de la policía, el encubrimiento judicial: Carlos Aravena, testigo de la detención ilegal de dos hombres acusados falsamente por el triple crimen de las chicas, apareció decapitado en julio del 1998.
A las mujeres de Cipolleti las han matado de manera salvaje, injusta e innecesaria y las vuelven a matar en cada nuevo día de indignación y dolor que pasa sin justicia. En una ciudad de 80.000 habitantes que catorce personas mueran asesinadas en una década, y que en todos los casos no haya culpables, la situación es grave y sospechosa. No sólo porque demuestra la ineficacia de los poderes públicos, cuya misión primera es proteger a la sociedad, sino porque pone en evidencia algo mucho más grave: que los asesinos andan sueltos, acechando, sin castigo y protegidos por alguien.
La Impunidad derivada de la corrupción judicial y el silencio social es un crimen que convierte a la Memoria en una forma de Justicia vital.