Revista Educación

Feminismo de andar por casa

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Feminismo de andar por casa

Mi madre es la persona más feminista que conozco. Ella nunca ha sido de grandes frases ni de profundos discursos sobre la igualdad. Es una mujer de hechos. Para ella, el movimiento se demuestra andando. Ella no pudo estudiar. Tuvo que dejar el colegio para ponerse a coser trajes de hombre para un sastre. Hasta cinco americanas se hacía en una semana, día y noche pegada a una máquina de coser.

Es una pena porque si la hubieran dejado esa mujer habría llegado por lo menos a presidenta de gobierno. Es lista, independiente, decidida, eficiente, no se rinde.

Ella, que tuvo cuatro hijos, tres de ellos hombres, jamás me transmitió ni con un gesto que yo tuviera que hacer cosas a las que mis hermanos mayores no estaban obligados. No crean por eso que no me tocaba hacer de todo. Los sábados en mi casa se hacía la limpieza general y si querías salir a la calle a jugar, primero había que dejar el baño como los chorros del oro, pasar el polvo de toda la casa y ayudar a limpiar la cocina.

Su mirada de reprobación cada vez que me veía holgazanear y sus ánimos cuando me veía estudiando fueron decisivos para que yo pusiera siempre más empeño a pesar de mi tendencia natural a la gandulería.

Sus “me voy a morir sin verte terminar la carrera” me empujaron a acabar los estudios al mismo tiempo que trabajaba y criaba a una niña de pocos meses. Lo hice de muy mala gana, claro, pero cualquiera le decía que no.

Sé que tengo mucha suerte, no sólo por vivir aquí y ahora, que es determinante, sino también porque a lo largo de mi vida no he sufrido, que yo recuerde, una discriminación por ser mujer. Algunas groserías o algún episodio desagradable con un par de descerebrados pero nada más.

Cuestión de suerte, aunque me gusta pensar que también ha tenido mucho que ver el hecho de que alguien, con su forma de actuar a diario y con total naturalidad, me metió en la cabeza que yo tenía que ser independiente, que podía hacer lo que me propusiera si de verdad trabajaba para conseguirlo y que ningún hombre o mujer tendría derecho a pararme y mucho menos a menospreciarme.

La conclusión que saco ahora, con la complicada tarea de educar a dos niños, es que hay que seguir batallando por la igualdad a lo grande y que siguen haciendo falta personas valientes en todo el mundo que defiendan una sociedad más justa para todos. Pero también creo que la igualdad se aprende primero en tu casa y que se interioriza a través de gestos cotidianos, de esos que sin darte cuenta se te van metiendo, terminan formando parte de tu personalidad y te impiden aceptar determinados comportamientos, actitudes y expresiones.

 

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