Acabo de leer recientemente la entrada “Mujeres al poder” de Ambas Vegas (pueden leerlo aquí: https://www.nocreasnada.com/mujeres-al-poder/), donde la autora expresa su opinión sobre el movimiento feminisma. Y quiero expresarle publicamente mi agradecimiento, al motivarme a escribir y compartir la siguiente reflexión.
En lo personal, considero que el movimiento feminista más que buscar la igualdad entre mujeres y hombres, persigue la equidad o, para decirlo de otra manera, la igualdad en la diferencia. Esta no tan sútil distinción es tema de candentes debates a lo interno del movimiento porque, es necesario decirlo, el feminismo no es un movimiento monolítico, un bloque, sino que contiene en su seno una diversidad de ramificaciones. Es un rizoma. De allí que algunas historiadoras feministas hablen de tres o cuatro olas del feminismo para describir la historia de este movimiento (recomiendo la lectura del célebre libro de Nuria Varela, “Feminismo para principiantes”).
Este énfasis en la equidad es lo que desde el ámbito de las políticas públicas se llama (o al menos así entiendo) discriminación positiva, la puesta en marcha de acciones con el fin de favorecer a grupos históricamente oprimidos. Para el caso que nos atañe, esto se evidencia en el establecimiento de cuotas de género en puestos laborales o en instancias legislativas, por citar solo dos casos.
Ciertamente, como pregunta Ambar, y dado los casos mencionados, ¿es lo justo elegir a una mujer sólo por ese hecho o elegir a la persona que esté mejor capacitada? Creo que todas y todos, o al menos una buena parte, optaremos por la segunda opción. Sin embargo, ocurren situaciones donde siendo la mujer quien está mejor capacitada, no es escogida para el cargo en cuestión por ser mujer (aunque esto no siempre se diga de manera explícita).
Imaginemos una institución académica, por ejemplo, donde la mayoría del personal (científico, administrativo, estudiantil, mantenimiento) son mujeres, pero donde los hombres están en las instancias de toma de decisiones (gerencias, dirección, consejo directivo). Si lo vemos cuantitativamente, hay más mujeres y eso sería un sinónimo de avance en la lucha de las mujeres por su inserción en el mercado laboral (lucha que al día de hoy todavía es ardua en muchas partes del mundo, donde ocupando los mismos cargos que los hombres, obtienen un menor ingreso).
No obstante, lo que no nos dice esta mirada cuantitativa es que el proceso de toma de decisiones sigue siendo un ámbito masculinizado y con ello estoy lejos de querer sugerir que por ser hombres, son malos por naturaleza. Nada de eso. Los roles de género son procesos históricos y culturales, de manera que así como se han establecido con el tiempo algunos roles que parecerían “naturales” a nuestro sexo (“los hombres no lloran” o “las mujeres no se pueden sentar con las piernas abiertas”), las luchas del feminismo ayudan a comprender que dichos roles son sólo eso, un producto histórico y transitorio, por lo que podemos pensar (y es necesario hacerlo) otras formas de relacionamiento entre hombres y mujeres.
Creo que es por este tipo de situaciones que se establecen las llamadas discriminaciones positivas. Así que si, hay que escoger a las personas por sus capacidades, pero también hay que fomentar otras relaciones sociales estableciendo paridad de género en espacios de tomas de decisiones. ¿Quiere ello decir que las mujeres, por ser mujeres, tienen automáticamente una perspectiva diferente de los hombres? Díficil pregunta. Compleja respuesta.
Es uno de esos casos de “si y no”. Comenzaré con el “no” y pienso, como otro ejemplo, en la presidenta del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, quien siendo mujer y, en efecto, estando a la cabeza de una de las principales instituciones financieras mundiales, no necesariamente está proponiendo una economía feminista, como si lo han venido haciendo en diferentes trabajos las teóricas y activistas Vandana Shiva y Marie Mies (véase su clásico libro “Ecofeminismo: teoría, críticas y perspectivas”). Por el contrario, está a la cabeza de una de las principales instancias de sostenimiento de la economía capitalista mundial.
Y “si” porque, como comenta una teórica estadounidense, Nancy Hartsock (1943-2015), la experiencia de vida de las mujeres (una experiencia situada histórica y culturalmente) les da en ciertos casos y momentos una perspectiva diferente a la de los hombres, quienes se relacionan con el mundo desde lo que ella llama la “masculinadad abstracta”. Esa abstracción, que realmente es el resultado de cómo han sido socializados en un espacio y tiempo determinados, dificulta más no impide que contemplen otros procesos que serían, en este caso, la cara oculta de lo que reproduce material y afectivamente la vida de todas y todos. Esto, en las vertientes académicas del feminismo, la propuesta teórica del punto de vista feminista (feminist standpoint theory, en inglés).
Con este último punto cerraré mi entrada comentando rápidamente el artículo de Miriam Gartor, “Apuntes para un diálogo entre la economía ecológica y la economía feminista”, publicado en la conocida revista española “Ecología Política. Cuadernos de debate internacional” (el artículo puede leerse y descargarse a través del siguiente enlace: https://www.ecologiapolitica.info/?p=3586).
Brevemente, la economía ecológica y la economía feminista comparten sus críticas a la economía neoclásica (o neoliberal) que ignora todo aquello que no es (o no ha sido aún) mercantilizado. Sin embargo, si bien la primera pone el dedo en la llaga del capitalismo, al mostrar su insostenibilidad ecológica, continúa ignorando lo que denuncia la segunda (y que sintetiza la imagen de esta entrada), que -en palabras de Miriam Gartor- “la reproducción social y la reproducción del propio sistema económico descansan sobre los trabajos de cuidados asignados históricamente a las mujeres, realizados de forma gratuita e invisibilizada fuera del mercado”.
De esta manera, la economía ecológica, con todo y sus buenas intenciones, sólo alcanza a identificar y denunciar un intercambio ecológicamente desigual (o deuda ecológica), donde las economías llamadas desarolladas se mantienen gracias a los recursos y servicios ecosistémicos de los países “en vías de desarrollo” (incluidos los sumideros, véase mi “Países vertedero”: https://www.nocreasnada.com/paises-vertederos-del-primer-mundo/). ¿Estas omisiones evidenciarán un carácter androcéntrico en la economía ecológica? Dejaremos la pregunta abierta.
La economía feminista, partiendo de un punto de vista diferente pero no necesariamente antagónico (el ecofeminismo sería una propuesta que conjuga este diálogo que propicia Miriam Gartor), pone de relieve que “el sistema económico produce flujos asimétricos de cuidados, ya sea entre personas y grupos sociales -de mujeres a hombres, y entre clases sociales-, como también entre países -del sur al Norte-”. Esto originaría una deuda de cuidados. Continúa la autora: “este intercambio desigual de cuidados ha adquirido en las últimas décadas una característica novedosa: su alcance global. De esta forma, se conforman cadenas globales de cuidados, por las cuales cada vez más mujeres migrantes del Sur asumen trabajos de cuidados en el Norte, transfiriendo a su vez las responsabilidades de cuidados depositados sobre ellas a otras mujeres en sus países de origen”.
Como vemos, todavía hay mucho por lo cual luchar desde los feminismos. No olvidemos que si bien las mujeres pueden, en algunos casos, hacer las mismas cosas que los hombres, generalmente tienen dos, tres y hasta cuatro jornadas en su vida cotidiana (como trabajadora, hija, esposa, madre). Esas jornadas “extra” son las que garantizan la reproducción de la vida en sociedad e históricamente la mayoría de los hombres se han librado de esa responsabilidad. El cuido de la vida es un asunto común y las responsabilidades son compartidas.
La igualdad en la diferencia, esto es, la equidad, evitará que la sociedad patriarcal siga construyendo diferencias y jerarquías sociales sobre la base de diferencias sexuales y biológicas.
[La imagen de la entrada ha sido tomada de https://vientosur.info/spip.php?article12669: una entrevista realizada a la economista feminista española Amaia Pérez Orozco]