Título original : Fenitschka / Eine ausschweifung
Año de publicación : 1898
Editorial : Icaria Literaria
Año de esta publicación : 1988
Traducción : Angela Ackerman Pilári
Con algo de suerte este libro de Lou Andreas-Salomé (San Petersburgo, 1861 – Göttingen, 1937) me encontró. Estas narraciones desde ya se tornan interesantes al saber que fueron escritas hace 113 años, y más cuando la autora fue una de esas mujeres que se adelantaron a su época. Lo que debe haber sido conocer a finales del siglo XIX a una mujer con el temperamento de esta rusa, y es que ambas historias tienen como protagonistas a mujeres que no concebían ser consideradas como un artículo más del hombre, que les incomodaba el simple hecho de sentirse protegidas porque no lo necesitaban. Ambos personajes reflejan quizá mucho de la personalidad de la escritora.
En la primera obra hasta la descripción física y de la vestimenta inicial de Fenitschka es idéntica al de la fotografía de la autora que trae el libro. En esta narración la protagonista conoce en un bar parisino a Max Werner, quien tras doctorarse en psicología intenta llevar a la práctica en el mundo real lo aprendido. Werner quedará absolutamente perplejo ante las respuestas que Fenia (diminutivo de Fenitschka) tendrá para cada concepto suyo; simplemente no se lo esperaba. Ambos se embarcarán en conversas filosóficas, pero, tras un malentendido, Fenia dejará de frecuentar a Werner, reencontrándose un año después en la boda de su hermana y viendo cómo ella tenía una apariencia más femenina, muy diferente a cuando se conocieron.
Es aquí donde las conversaciones entre ambos se volverán cada vez más profundas y su amistad se consolidará, llegando ella a confesarle sobre su misterioso romance, hecho que lo sorprenderá, haciendo que él a su vez confiese tener una novia, Irmgard, una joven de la nobleza alemana, pero él con cada reflexión que desarrolle con Fenia irá cada vez más ilusionándose con esta rara mujer.
Las reflexiones de ambos no son en ningún momento tediosas, por el contrario, los conceptos y respuestas de Fenia son realmente interesantes: su sorpresa absoluta ante la proposición de matrimonio de su amante para cortar de raíz con los encuentros clandestinos representará en ella el sacrificio de su profesión y a la vez, de su libertad. Ella, sumamente impetuosa, no concibe alternar su vida al lado de un hombre, aunque sienta que lo ame, por temor a dejar de lado su desarrollo intelectual. Ojo, esto en plena mitad del siglo XIX. No es que se reprima, ya que en aquellos encuentros con su novio ruso parece abandonarse a él, pero no ve eso como parte del día a día en su vida futura.
En “Una divagación”, a diferencia de la primera narración, es un personaje secundario, Gabriela, quien anima a Adine para que desarrolle su pasión.
Adine recuerda cómo su nana, mientras cuidaba de ella, recibía tremendos golpes por parte de su marido. Lejos de quejarse, el rostro de la mujer era abordado por un gesto de satisfacción, algo así como el “más me pegas, más te quiero” que se daba en los andes –o quizá se dé todavía, no lo sé-. Es con ese recuerdo que Adine llega a entender cómo era el cotidiano de sus padres: él de fuerte temperamento, y ella acatando todo lo que el marido ordenara. Aunque es el padre quien insiste en los estudios de pintura de Adine, llegando a Brieg en Silesia, donde se reencontrará con su primo Benno Frensdorff, recién graduado en medicina, por quien Adine quedará enamorada. A la muerte del patriarca, ambas mujeres quedarán bajo la tutela de Benno, pidiendo éste a Adine como prometida, pasando ella a ocuparse de quehaceres del hogar como la costura. Ahí conocerá a la rebelde Gabriela, quien le recrimina el conformismo por contentarse con ser la prometida de un médico, y le aconseja que pinte y dibuje si es lo que realmente le gusta. Luego de la ruptura del compromiso por parte de Benno, Adine creerá que se le viene el mundo encima, pero al mismo tiempo, reconocerá una fuerza interior que le hará dar el paso para decidirse a vivir de su arte instalándose en un pequeño estudio en Paris.
Al igual que en “Fenitschka”, aquí el personaje principal a través de sus soliloquios filosofa sobre cómo era su vida y cómo lo es en su presente, como queriendo la autora mostrar el camino a las de su género, en una época donde eran pocas las que se aventuraban a cultivarse intelectualmente y desarrollar alguna profesión y/o trabajo, donde era hasta mal visto e inclusive menospreciado. Las mujeres siempre la tuvieron difícil; si los de mi género hubieran tenido que pasar la mitad de lo que pasaron las mujeres a través de la historia, creo que simplemente no hubieran conseguido el mismo resultado.
Adine retornará a su ciudad luego de una larga estadía, convertida en toda una artista. Benno confesará lo duro que fue para él dejarla partir, y cuando parece que todo se resolverá con la unión de ambos, algo sucederá en la relación, y es que ya no son los mismos, sobre todo ella.
Tanto Fenitschka como Adine consiguen desarrollar su pasión por los estudios y el trabajo, pero no consiguen llegar a ese equilibrio que las haga triunfar también consolidando una relación; quizá tampoco sentían que lo necesitaban, ambas tienen momentos de dudas, y son esos momentos los que más disfruté, toda esa rayada cavilación al respecto. Eran otros tiempos, muy difíciles; era tácito tanto para Max como para Benno el que ellas dejen de lado "ese capricho" por hacer cosas de hombres con el matrimonio, aunque en el fondo admiren lo decididas que eran ambas mujeres.
Louise Andreas-Salomé llegó a estudiar teología en Zurich y psicoanálisis en Viena. Fue hija de un general alemán de origen huguenote a servicio del ejército ruso. Amiga de la escritora alemana Malwida von Meysenbug -quien su padre era también descendiente de huguenotes, al igual que el de Lou- es quien la presenta ante el filósofo Paul Rée, quedando éste enamorado de Lou. En 1882 conoce a Friedrich Nietzsche en un viaje por Italia, y éste también se ilusiona con la rusa vanguardista, pero ninguno de los dos consiguen hacerse de ella -salvo en los momentos que ella los dejaba- , ya que en 1887 se casa con F. K. Andreas, un orientalista de la universidad de Göttingen, aunque extrañamente, al año siguiente inicia una amistad con el poeta austríaco Rainer Maria Rilke, llegando a realizar sendos viajes por Rusia junto a él durante 1889 y 1900. Por 1911 Lou contacta el círculo de psicoanálisis de Viena y estudia con Alfred Adler y Sigmund Freud, relacionándose con un alumno de éste último, el psicoanalista checo Viktor Tausk.
Lou escribió novelas, narraciones y ensayos de tipo psicoanalítico, generalmente publicados con el pseudónimo de Harry Lou. En pleno siglo XXI es muy poco lo que ciudadanos comunes y corrientes conocemos de esta escritora y psicoanalista rusa. Sus libros en castellano no son tan fáciles de encontrar.
No creo que ella haya sido la causa para los suicidios de Rée y Tausk, y el enloquecimiento de Nietzsche, pero vaya colección de amantes –entre otros- que se traía Lou.
Mucho libro, mucha mujer.