Revista Cómics
“Entra en el fuego sin miedo, porque renacerás de tus cenizas”, le habían dicho los dioses. Se esforzaba en recordar aquella promesa mientras las llamas abrasaban su carne, el calor resecaba sus mucosas y el humo inundaba sus pulmones. Se esforzaba en recordarla mientras el fuego le sumergía en una polifonía de dolores agónicos. “Pero renaceré de mis cenizas” gritó, superponiéndose por última vez al dolor, antes de que su lengua, ya reseca, se ennegreciera y carbonizara dentro de su boca.
Finalmente el dolor, tan intenso, tan inmenso, le venció, y se desplomó inerte sobre las llamas. Su carne chisporroteó, se ennegreció y se sublimó convertida en un humo grasiento que, al elevarse, dejó a la vista los huesos carbonizados y quebradizos, a los que pronto el calor hizo estallar, convirtiéndolos en cenizas. Y finalmente las llamas se apagaron, el humo se dispersó y las cenizas se fueron enfriando, poco a poco, transformándose en un polvo fino que el viento, al levantarse, iba dispersando, hasta que de ellas no quedó nada. Y ningún fénix resurgió de ellas.
Entonces se oyó tronar la voz de los dioses. “Desde luego, hay quien se cree cualquier cosa” dijeron, entre carcajadas.