Nací el mismo día que quemaron mi inocente cuerpo en la pira.
Los ojos acusadores clavándose en mi piel, los salivazos en mi rostro, los insultos, los golpes, el fuego...nada huyó de mi memoria cuando volví a abrir los ojos.
Era yo, pero, a la vez, era otra persona. Con menos miedo, con más maldad, con un poder desconocido que iba a usar y que no dejaría a nadie escapar de mi furia.
Montada sobre mi escoba, sobrevolé la ciudad que dormía ajena a mi presencia. Solo necesité un chasquido de mis dedos. Por un instante me sentí Nerón. Después me senté en la ladera de la colina a observar como las llamas hacían el trabajo sucio por mí.