Revista Cultura y Ocio
Fenomenología de la mediocridad o cómo Marilyn y Hegel fueron abroncados por Wert en la barra de un bar
Por CalvodemoraSospecho que el ministro Wert tiene sentido del humor. No hay ninguna evidencia que contradiga esa idea mía de que debajo de lo visible está el humor. Las personas, en comparecencias públicas, suelen callar lo más acendradamente humano que poseen, se cuidan mucho de que lo privado no aflore, de que la calidad humana (lo íntimo, lo compartible) no distraiga del cometido de su discurso. El de Wert no es de ninguna manera grato para casi nadie. Creo que ni siquiera para él, aunque venda su moto con absoluta convicción, creyendo en todo momento en la bondad del producto. No ha habido, que yo sepa, constancia mediática de un político que se salga demasiado del guión, pero ésos son los que ganan adeptos y hacen que sus causas prosperen. Un poco como Rivilla, ese señor cántabro que es un showman en sí mismo, sin que intermedie una cámara o habiéndolas a cientos. La política persevera a costa de que se sacrifique el lado humano. Por eso Wert no puede mojarse en lo que pregona y solo transmite insulsamente un inventario atropellado de medidas que, a lo visto, van a ser demolidas en cuanto la oposición se apoltrone cuatro años en el poder. Y no avanzamos.
Sin entrar en detalles, la LOMCE no es la gran Ley de Ordenación Educativa en la que confiar o sobre la que apoyar el futuro. Es otro fracaso más (no la ha sufragado nada más que el partido que la ha diseñado) y lo es sin menosprecio de que, en su cuerpo legislativo, albergue aspectos valorables. Cito ahora uno que me parece remarcable: que no se pase de curso sin que se aprueben las materias instrumentales. Cito también el valor que da al esfuerzo, asunto que otras leyes derogadas no miraban con tanto fervor. No hay nada que sea enteramente bueno o malo, nada que no aliente valores sustanciables, iniciativas racionales, conductos viables para que se alcance ese bien deseable, la educación de calidad que la sociedad exige. No sé qué sociedad tenemos. Si es una que solo ahora, habida cuenta del roto grande del traje que la viste, se esmera (manifestaciones, consenso entre distintos, sensibilidad ciudadana) en corregir los errores, en producir un modelo durable, fiable, del que no se condena nada en exceso y al que se aferren, sin marcas partidistas ni intereses bastardos, unos y otros, en aras de un bienestar mayor, útil para todos, beneficioso para quien comprende que la educación es la única llave del progreso. Es probable que sea esto precisamente lo que falle: que no se haya comprendido la importancia de educar y de prestigiar el esfuerzo pedagógico. Los maestros somos una especie continuamente zarandeada. Nuestro oficio es un pato de feria al que las escopetillas de plomillos se afanan en derribar y a lo que lleva este atropello en lo pedagógico y en lo pecuniario es que la escuela, la pública, siga ocupando corrillos en los supermercados, conversaciones casuales en las barras de los bares, en las que siempre pierda el maestro o pierda el colegio como institución. Hasta que no exista un convicción fuerte de que con las cosas de la educación no se juega, no se legisla a la ligera o no se recorta cazurramente no habrá progreso verdadero y seguiremos en esas listas terribles de países ocupados todavía en desescombar la cultura, en demostrar a los otros que el tiempo se ha detenido dentro de sus fronteras y que seguimos, pese al gol de Iniesta y al número uno de Nadal, en el furgón de cola del mundo civilizado. Del otro, del pobre, del que se bate en duelo por el hambre o por las guerras, no se hacen estadísticas. El estómago vacío no se alimenta con libros, aunque haya por ahí un libro (Javier Lostalé, creo) cuyo título viene a decir que vivimos más si leemos. De ahí, muy probablemente, que Wert, el ministro de su ley, no exhiba una brizna de humor o lo expulse de su cuerpo socarrona y bastardamente, en plan cínico, como lo hacen en ocasiones los políticos cuando se ven cercados, expuestos, vulnerables. El botín es el futuro. De eso se habla cuando hablamos de educación. A eso conduce el saqueo. Anteponer intereses partidistas al bien general no es un procedimiento de nuevo cuño: ha sido moneda de cambio habitual, el signo de unos gobiernos a los que les cegó el poder y que emitieron leyes que, en la mayoría de las casos, solo estaban formuladas para enterrar las leyes que las precedieron, ad nauseam.
Creo firmemente en el humor. En el de Wert, si lo tiene, y en el de el posible anti-Wert que hiberne en algún lugar, a salvo de la quema de los medios, preparado para liderar algo, no sé, una visión humanista de las cosas, un retorno a la bondad, un hacer que todo prospere sin que unos salgan muy perjudicados y otros, en este caso, en tantos, muy beneficiados. Pero lo que me duele más adentro, aparte del tema recortes, tan familiar, literalmente, es que la ley de marras se haya cebado con la Filosofía, con la Ética, con todo la bendita metafísica. Será que no hay sitio para las cábalas del pensamiento y todo debe ser práctico, de utilidad inmediata, de efectos visibles al poco de inyectar una medida. La Filosofía, la que yo amé y a la que todavía me entrego cuando puedo, está desahuciada. A Wert o a quienes lo asesoran o a todos, en alegre comandita, les vino bien eliminar la Historia de la Filosofía. Relegada a ser una optativa entre muchas, la Filosofía, o una buena parte de ella, pasa a ocupar el mismo rango academico que la Religión, que ha sido escalafonada a un rango que hace tiempo que no tenía. Otro asunto es si de verdad merecía la pena eliminar de un plumazo (abruptamente) una asignatura como Educación para la Ciudadanía en Primaria. Supongo que hará daño. Eso de hablar de la dignidad o de la justicia o de cultura no cuadrará en no sé yo qué cabezas. No sé en la Secundaria de pago qué harán, pero en la pública no se puede borrar algo tan de fundamento para que un país, España, este mismo, prospere, no se arredre ante la adversidad (económica, moral, la que sea) y encuentre su lugar en el mundo. El nuestro, como nación, está en entredicho. No porque haya un índice de paro escandaloso, infame, o porque peligren las pensiones (en treinta años el 35 por ciento de la población será mayor de 65 años) sino porque estamos desvalijando el futuro.
Si estrangulamos a Kierkeegaard, a Kant, a Epicuro de Samos y a la madre que parió a mi querido Nietzsche (qué buenos ratos me diste, en tabernas, en bibliotecas, en mi cama de noche, mirando al abismo y dejando que el abismo me mirase) estamos quitando de enmedio la biblia del pensamiento, una biblia mucho más importante que cualquier libro de cualquier creencia religiosa, uno que ha hecho que seamos esto que somos. Claro, viendo lo visto, quizá no hayamos llegado demasiado lejos. En cuanto nos distraemos un poco, llega un funcionario asustado por el cariz terrible de los acontecimeintos (ya saben, pongan el telediario, enciendan la radio, lean la prensa, salgan a la calle, observen las colas del INEM, vean a la gente saqueando los contenedores) y asesina por la espalda a una parte fundamental de la cultura. Quizá la más importante, la que nos hace criaturas que piensan y hacen que pensar no sea una actividad de riesgo. Querrán que lo sea. No sé. Son malos tiempos. A Marilyn y a Hegel les hubiese encantado encontrarse en la barra de un bar. Hubiesen discutido alegremente de lo divino y de lo humano. Seguro que Wert los hubiese abroncado. No es solo un síntoma de algo que ocurra ahora o que sospechemos que únicamente puede pasar ahora. Es que ya hemos visto demasiadas veces mandobles alojados en el costado de la criatura. La están zaheriendo sin pudor. Lo hacen en la creencia de estar salvándola. No es un volunto de un wert eventual. Ha habido muchos. Algunos han lastimado un órgano y otros, según las tornas, otro. En conjunto, sin adelantar quién asestó el golpe más terrible, la están derribando entre todos. Le daremos sepultura. Lo de menos, de verdad, es que sea cristiana. Humor. Humor inteligente, del bueno. Deberían programarlo.