Revista Opinión

Fenómenos psíquicos

Publicado el 11 noviembre 2019 por Carlosgu82

Son muy comunes los fenómenos psíquicos ligados a lugares. Algunos geólogos han investigado la clase de construcción, el sitio en que se asienta… Por ejemplo, creen que el tipo de piedra que se empleó en los castillos ingleses es bueno para grabar sonidos y, quizá, imágenes. Por eso en ciertas circunstancias se ve caminar a un caballero o se escucha un ruido de cadenas. Otros creen que hay sitios colocados sobre fallas geológicas. Estas emiten pequeñas porciones de magma, invisibles la mayor parte del tiempo, pero que se pueden percibir como luces o fantasmas. Lo raro con estos fantasmas o apariciones es que repiten actos, no piensan ni se comunican inteligentemente, parecen grabaciones de personas, no personas que sigan pensando y aprendiendo. No nos comunican nada nuevo. Parecen venir del pasado, no del presente o el futuro. Otros piensan que los autores de los fenómenos somos nosotros mismos. Que en momentos de desequilibrio emocional o sugestionados por los relatos de otros y en la oscuridad creamos fenómenos o alucinamos con ellos. Otros arguyen que, después de todo, vivimos en un espacio-tiempo. Quizá, en ciertas circunstancias, nuestros sentidos se aguzan de tal modo que no vemos solo lo que está lejos espacialmente, sino temporalmente. En todo caso, no se trata de un «alma en pena» lo que se manifiesta. Pues si se tratara de un alma esta evolucionaría, pensaría, estaría continuamente en el lugar. No tendría manifestaciones esporádicas y repetidas. Los sacerdotes católicos, que basan todo su mundo en la existencia del alma y de una felicidad en otra vida que no nos ha sido dada en esta, oficialmente rechazan la presencia de espíritus de difuntos en casas encantadas. «El alma sin el cuerpo no se puede manifestar», era el dogma que repetía el parapsicólogo jesuita Óscar González Quevedo. Por eso siempre buscaba al agente físico, generalmente un habitante de la casa, que provocara fenómenos tan asombrosos como la salida de sangre de alguna imagen o pared. La presencia de un agente físico, un ser vivo y material, es el tema central de un relato tan inquietante como La casa de los espíritus, de Bulwer Lytton.

Los teólogos han tratado a Dios y al diablo como fantasmas condenados a seguir el juego de la teología. Santo Tomás se atrevió a describir cómo será el juicio final, el aspecto de los condenados, el fuego que los quemará, el gusano que los roerá… aunque sean hechos que no han pasado sino que pasarán dentro de miles de años. ¿Nunca pensó Tomás de Aquino que Dios, como ser pensante, podía cambiar esos planes y simplemente no resucitar a nadie y crear una nueva especie, superior a la nuestra? La manía de hacer un Dios en función de los actos humanos, de castigarlos o premiarlos, pudo más en el teólogo. Lo mismo pienso con respecto al demonio. Unos jesuitas dicen que carece de poder, que todo endemoniado no es más que un desequilibrado y que el diablo no puede poseernos. En cambio, los exorcistas y el papa Paulo VI creen que es el causante de infinidad de males. Juan Pablo II dijo que urgía crear una demonología para fijar lo que puedo o no hacer Satanás. Eso me hizo mucha gracia. Unos teólogos se reúnen para decidir lo que puede hacer el príncipe de este mundo, el señor de las tinieblas. Supongo que si el diablo existiera se reiría de las pretensiones de esos dementes que creen poder fijar lo que él puede o no hacer. Al tratar de definir cielo e infierno, Dios o demonio, los teólogos convierten esos entes en seres detenidos, incapaces de cambiar. Les restan todo dinamismo. Mientras la física no se atreve a decir que tiene una imagen definitiva del cosmos que vemos, los teólogos tomistas juran tener una imagen definitiva de un mundo que nunca han visto.


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