Durante el tardofranquismo los estudiantes de izquierdas triunfaban cuando ligaban a chicas de derechas para adoctrinarlas, mientras las del partido propio eran incómodas vigilantes ideológicas que se enorgullecían de vestir como chinas y de no maquillarse ni usar desodorantes.
Ellos imitaban a Fidel, al Che, a Mao, y también eran más feos, bajitos y sudorosos que los chicos de derechas; lo que los salvaba de complejos era ese honor revolucionario de derrotar al enemigo de clase ligándose a sus chicas.
Para compensar, a los guapos de derechas le gustaban las inteligentes, desarrapadas y bravías misioneras rojas, que se dejaban ligar, decían, para hacer proselitismo.
En la revista Triunfo, portavoz progresista, el comunista Manuel Vázquez Montalbán justificaba la guapura de las derechas: su cuidada alimentación y el gimnasio –hoy dicen “fitness”-- elaboraban esas “carnes de primera”.
Pasaron décadas y hoy las chicas de izquierdas comen como las de derechas, proceden de iguales familias burguesas, y hacen “fitness” como ellas pero sólo por razones de salud, no por estética.
Por eso suelen rechazar el embellecimiento como imán genético de la hembra; olvidan los afeites de las mujeres primitivas y o el embelleciendo súbito de las tigresas en celo, artimañas para atraer al otro sexo.
En los machos como el urogallo, el pavo real o el playboy de playa es él quien se acicala.
Pero escribir ahora sobre guapura/fealdad se censura más que durante el franquismo: los playboys de playa denunciarán ahora a este cronista y además le dirán que es feo, lo que el cronista aceptará como un juicio, al menos, discutible. Pero allá ellos.
Ahora unas feministas han boicoteado un diario digital donde alguien escribió que ellas son “más feas que las mujeres normales”, afirmación que deberían aplaudir y agradecer: la superioridad intelectual no se identifica con la belleza, mientras la fealdad cultivada es el triunfo de la ideología de género sobre el estereotipo de la mujer objeto.
En cualquier caso es una percepción estética, por lo que las radicales que chantajearon a varias empresas para que retiraron la publicidad de esa publicación demuestran cero sentido del humor y cien fealdad moral y espíritu fascista.
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SALAS