Fue un fin de semana especial, puesto que de nuevo regresaba a la Feria del Libro de Guadalajara (la española, no la mejicana) con un nuevo libro debajo del brazo: ¡Que vengan cuando quieran! Amenazaba lluvia pero el agua nos respetó durante toda la mañana, lo cual permitió a los paseantes disfrutar de la feria y de los puestos con un cálido sol asomando entre las nubes. Yo acudí algo nervioso, lo reconozco. Me presenté a las diez menos cuarto de la mañana y resultaba que se abría la Feria a las 11 (soy un fenómeno), así que me tocó irme a dar un paseo y tomarte el tercer café de la mañana y leer un poco a Chandler, para ver si me tranquilizaba. Craso error: revisando los mensajes que los lectores me dejan en Facebook, me encuentro con uno muy especial de un lector al que admiro que me dejó emocionado, pues había leído ¡Que vengan cuando quieran! de un tirón y me agradecía el haberlo escrito. El mensaje transmitía emoción y agradecimiento, así que los nervios crecieron de manera inexplicable.
Hacía frío a las 11 de la mañana, el sol aún se cubría entre las nubes y los toldos que se habían instalado en la Plaza Mayor para proporcionar sombra a los paseantes. El suelo mojado de las lluvias de la noche te recordaban la amenaza del agua como si de una espada de Damocles se tratara. Yo me puse a la faena y distribuí las novelas en el stand de manera que se pudieran apreciar las dos portadas de la novela y resultase atractivo para el posible lector.
Comenzaron a acudir los paseantes, y cuando cayeron las primeras ventas me tranquilicé por completo. Algunos lectores que tenían pendiente venir a recoger la novela cumplieron con su propósito y aprovecharon para conocerme y charlar un rato. Es una pasada cuando alguien te dice que viene desde Aranjuez, Toledo o Madrid solo para comprarme la novela y saludarme. Muchas gracias, amigos.
La gente siguió paseando por el stand, y a medida que pasaba el tiempo me sentía mucho más cómodo y tranquilo. La novela seguía vendiéndose. La visita casi obligada de la familia y amigos fue breve, puesto que la gente acudía con interés y había que atenderles. Quizá fue el trato cercano que ofrezco al salir del stand lo que les animó a tomar entre sus manos la novela y echarle un vistazo. Y es muy curioso que aquellos que conocían a mi familia en plan ¿Eres hijo de Antonio Carnicero? ¿Eres familia del aparejador? “Conozco a tu familia desde hace tiempo” y cosas parecidas… no compraron la novela ni uno de ellos. Cosas del clasismo rancio de las ciudades pequeñas, en las que la envidia se instala en el alma de muchos de sus habitantes y no caduca con el tiempo. En fin.
La mañana finalizó de la mejor manera: vendiendo libros. Fue una jornada extraordinaria, la mejor de las que he tenido en una Feria del Libro, así que José Luis (el dueño de la librería Walkyria, el stand donde firmaba) me propuso volver el domingo por la mañana, y acepté sin dudarlo.
Pero, amigos míos, las intenciones del Astro Rey y de sus acólitos son procelosas, y podríamos decir incluso que la mano del maléfico Barbarroja es alargada, puesto que durante toda la mañana del domingo las puertas de los cielos se abrieron y arrojaron un mar de agua sobre Guadalajara capaz de ahogar al propio Acuaman. Los pocos y valerosos paseantes correteaban por las casetas como hormigas, y apenas permanecían en ellas un instante antes de buscar el cobijo de un buen techado que les alejara de la lluvia. Aún así la jornada no fue en balde, puesto que algunos lectores se acercaron a comprar la novela y otros muchos se llevaron información sobre ella. Además, y para poner la guinda al pastel del fin de semana, en la caseta vecina firmaba ejemplares de “Cuando éramos invencibles” Jesús Ángel Rojo, novela imprescindible para los aficionados a la historia de nuestros Tercios, y que me regaló mi hermano mayor para mi cumpleaños. No pude llevarla para que me la firmara porque… desconocía que acudiría ese día a firmar.
Cosas de la publicidad, o mejor dicho de la ausencia de publicidad.
Se llevó, por supuesto, un ejemplar de ¡Que vengan cuando quieran!, ya que me comentó que estaba estudiando el asedio de Castilnuovo ya que muchos lectores se lo habían propuesto. Charlamos un rato pero en cuanto la lluvia ofreció una ligera tregua los paseantes aparecieron por las casetas, así que ambos nos dedicamos a lo nuestro. La mañana me pareció extraña pero enriquecedora, y me confirmo en mi teoría de firmar las novelas e interactuar con los lectores fuera del stand, sin la barrera de los libros que se interpone entre los lectores y el escritor. La posibilidad de hacerte una fotografía cómoda con un lector, poder hablar con él cara a cara sin limitaciones, y acudir a un desconocido para ofrecerle la novela y que éste te atienda con interés y se la lleve, no tiene precio.
No hablaré de números, por supuesto, pero las ventas fueron muy buenas durante todo el fin de semana. El 25 % de ellas fueron realizadas a familiares y amigos y el resto a desconocidos que les interesó la novela. Algunos incluso compraron dos ejemplares para regalar a conocidos suyos. Es una sensación increíble ver que alguien ojea la novela y se la lleva con la mirada brillante de expectación.
Como siempre, amigos, no puedo decir más que: MUCHAS GRACIAS Y… ¡Que vengan cuando quieran!