La capital cubana ha estado de fiesta. Los amantes de la cultura disfrutaron de las múltiples actividades de la Feria del Libro, que se extendieron del 12 al 22 de febrero, en la Fortaleza San Carlos de la Cabaña y otras sedes. Se presentaron libros de una gama muy amplia de temas y autores, como Las damas de Social, de Nancy Alonso y Mirta Yáñez, y Agenda de la República, de Ciro Bianchi, para destacar solo dos que tratan del período republicano, así como lo más reciente de la ensayística, narrativa y poesía cubanas. Se ofrecieron por igual un gran número de mesas redondas, paneles y coloquios de los más diversos temas: libros electrónicos, cocina, violencia contra la mujer y relaciones internacionales, entre otros.
Especialmente los fines de semana, un gran número de habaneros acudieron con entusiasmo a la Feria. Los ómnibus que salían del cine Payret no daban abasto. Familias enteras, algunos con bebés en brazos, abarrotaban la Fortaleza. Además de los actos y de la oferta de libros en pesos cubanos, que se vendían como pan caliente, también podían comprarse enseres escolares y artesanías de la India, país al que estaba dedicada la Feria. Había asimismo actividades para los niños. Hileras de timbiriches de cuentapropistas despachaban refrescos, pasteles, helados y otras chucherías.
La Feria estuvo dedicada a Olga Portuondo Zúñiga (Camagüey, 1944), doctora en Ciencias Históricas, historiadora de Santiago de Cuba, merecedora de múltiples galardones y autora de más de una docena de libros, entre los que se destaca La Virgen de la Caridad del Cobre, símbolo de cubanía, ya en su quinta edición.
El momento más emocionante para mí, y la razón principal por la que asistí a la Feria, fue la presentación de la nueva edición bilingüe de mi novela The Memory of Silence/Memoria del silencio, junto a mi traductor Jeffrey Barnett, Sarita Cooper, editora de Cubanabooks, y las narradoras Mirta Yañez y María Elena Llana. Cuando publiqué en 2002 con Ediciones Universal esta historia de dos hermanas –Lauri y Menchu– separadas por la Revolución, en quienes, pese a distancias y diferencias ideológicas, persiste el amor fraterno, nunca pensé que algún día podría presentarla en mi Patria. Ver la sala repleta de público, explicarles la trama de la novela, y leer con mi traductor un diálogo en que las protagonistas se confrontan y reconcilian, me parece aún irreal. Solo las fotos me comprueban que no fue un sueño. La acogida que recibimos me hizo confirmar que la reconciliación entre cubanos es ya una realidad. Fue como si la trama de la novela cobrara vida, y a través de las palabras y el aplauso los hermanos cubanos nos abrazáramos como lo hacen Lauri y Menchu en las páginas del libro y en su adaptación al teatro.
No olvido que La Cabaña tiene un triste pasado, que la mayoría en la Isla desconoce. Tengo amistad con varios cubanos que sufrieron largos años en sus cárceles. Recuerdo también a los tantos que fueron fusilados en ese lugar. Algún día habrá que colocar placas contando su historia. Me es difícil entrar a la fortaleza y para hacerlo, me repito a mí misma: “qué bueno que ahora hay libros y no presos”. Es un signo alentador.
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