Revista Arquitectura
A Juan Ortiz Delgado
En esa obra maestra escrita por Rafael J. Salvia, Pedro Masó y Vicente Coello y dirigida por José María Forqué que es Atraco a las tres uno de los personajes se desvive por una cliente muy atractiva.
El personaje es Fernando Galindo, encarnado por José Luis López Vázquez. Es un probo empleado de banca (que está harto de ser probo), que vive en un ambiente paleto y sueña con más, con mucho más. De entre la clientela habitual y aburrida de esa sucursal habitual y aburrida destaca una mujer fascinante. Cada vez que entra por la puerta, Fernando Galindo se tira a sus pies declarando: "Fernando Galindo, un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo".
Ese ha sido mi grito de guerra durante años ante mis clientes. Bueno, no me atrevía a decírselo a la cara, pero cada vez que me despedía de ellos lo decía mentalmente para mí (y a veces en voz alta cuando no me oían): "José Ramón Hernández, un admirador, un amigo, un esclavo un siervo", degustando la primera sílaba de sieerrr-vo, casi balando ovejilmente. En el servilismo del Fernando Galindo de la película había un claro componente sexual. En mi caso era algo puramente comercial. Ya lo he contado más veces, y supongo que lo volveré a contar otras cuantas: Los arquitectos necesitamos a nuestros clientes. Trabajamos para ellos, cumpliendo sus encargos lo mejor que podemos.
Vaya por delante mi gratitud y mi simpatía por todos mis clientes: Ellos no tenían por qué estar formados en diseño arquitectónico, ni especialmente sensibilizados por él, pero yo sí. Confiaron en mí. Y yo debería haberles ayudado más de lo que lo hice. Yo tenía que haberles dado la mejor arquitectura de que hubiera sido capaz. Es cierto que la mayoría me lo ponían muy difícil, anclados en prejuicios muy profundos y completamente antiarquitectónicos, pero a pesar de todo siento que lo podría haber hecho mucho mejor.
Bueno: Y como yo todos mis compañeros. Mejores o peores arquitectos, todos hemos pasado por una escuela de arquitectura, donde hemos tenido que enseñar croquis a nuestros (mejores o peores) profesores, que nos han corregido y nos han dado mucha caña durante años, hasta que al final (mejor o peor) hemos salido de allí (por la puerta grande o por una trasera semiescondida) con licencia para matar.
Salgo de mi casa virtualmente, con el Google Street, y me doy un paseo de no más de 800 m. Estas son algunas de las casas que veo:
Sí, alguna la proyecté y dirigí yo. (No diré cuál). Todas ellas son casas adecuadas a sus propietarios, a su gusto, a sus planteamientos, y funcionan aceptablemente bien, pero todas exhiben un fernandogalindismo que, a mi juicio y por lo que sé de la película, significa un servilismo agradable y afable, una bajada de pantalones ante la perentoria necesidad de comprar zapatos, de ir de vacaciones de vez en cuando y de pagar las ortodoncias; pero también un hastaloscojonismo latente de todos estos arquitectos, unas ganas de rebelarse, un ansia desesperada de encontrar una oportunidad, un cliente medianaranja, hermanosiamés y almagemela que les permita, siquiera sea por una vez, hacer la casa que saben hacer, que quieren hacer, que se mueren por hacer y que jamás harán porque nadie, nunca, se la va a encargar.
Frank Lloyd Wright hizo en Oak Park, en 1895, la casa Nathan G. Moore, de la que se arrepintió siempre.
Contaba que la había hecho porque sus niños necesitaban zapatos. (Qué bonito apelar al pan de los hijos para tapar toda vileza propia). Pero el arrepentimiento fue sincero y se juró que no lo haría nunca más.
(De paso diré que no parece una casa de la que arrepentirse, ni mucho menos, pero él no la soportaba: Hasta tiene columnillas y arquitos neogóticos. Para colmo, en Oak Park fue la casa que más gustó de todas las suyas, e hizo que acudieran clientes pidiendo casas similares).
Subido a su pedestal, veía con superioridad olímpica a los arquitectos fernandogalindos que hacían este tipo de obras, y se cuenta que una vez le preguntó a uno por qué había hecho tal casa.
-Porque tengo que vivir -le contestó, molesto.
-¿Y por qué? -preguntó Wright.
Eso: ¿Por qué tenemos que vivir los fernandogalindos? Y además, ¿por qué tenemos que vivir llenándolo todo de trivialidad y de cascarria?
Pues no lo sé, pero se acerca la hora de comer y voy teniendo hambre.
Así son las cosas.
(Si te ha gustado clica el botón g+1. Muchas gracias).
En esa obra maestra escrita por Rafael J. Salvia, Pedro Masó y Vicente Coello y dirigida por José María Forqué que es Atraco a las tres uno de los personajes se desvive por una cliente muy atractiva.
El personaje es Fernando Galindo, encarnado por José Luis López Vázquez. Es un probo empleado de banca (que está harto de ser probo), que vive en un ambiente paleto y sueña con más, con mucho más. De entre la clientela habitual y aburrida de esa sucursal habitual y aburrida destaca una mujer fascinante. Cada vez que entra por la puerta, Fernando Galindo se tira a sus pies declarando: "Fernando Galindo, un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo".
Ese ha sido mi grito de guerra durante años ante mis clientes. Bueno, no me atrevía a decírselo a la cara, pero cada vez que me despedía de ellos lo decía mentalmente para mí (y a veces en voz alta cuando no me oían): "José Ramón Hernández, un admirador, un amigo, un esclavo un siervo", degustando la primera sílaba de sieerrr-vo, casi balando ovejilmente. En el servilismo del Fernando Galindo de la película había un claro componente sexual. En mi caso era algo puramente comercial. Ya lo he contado más veces, y supongo que lo volveré a contar otras cuantas: Los arquitectos necesitamos a nuestros clientes. Trabajamos para ellos, cumpliendo sus encargos lo mejor que podemos.
Vaya por delante mi gratitud y mi simpatía por todos mis clientes: Ellos no tenían por qué estar formados en diseño arquitectónico, ni especialmente sensibilizados por él, pero yo sí. Confiaron en mí. Y yo debería haberles ayudado más de lo que lo hice. Yo tenía que haberles dado la mejor arquitectura de que hubiera sido capaz. Es cierto que la mayoría me lo ponían muy difícil, anclados en prejuicios muy profundos y completamente antiarquitectónicos, pero a pesar de todo siento que lo podría haber hecho mucho mejor.
Bueno: Y como yo todos mis compañeros. Mejores o peores arquitectos, todos hemos pasado por una escuela de arquitectura, donde hemos tenido que enseñar croquis a nuestros (mejores o peores) profesores, que nos han corregido y nos han dado mucha caña durante años, hasta que al final (mejor o peor) hemos salido de allí (por la puerta grande o por una trasera semiescondida) con licencia para matar.
Salgo de mi casa virtualmente, con el Google Street, y me doy un paseo de no más de 800 m. Estas son algunas de las casas que veo:
Sí, alguna la proyecté y dirigí yo. (No diré cuál). Todas ellas son casas adecuadas a sus propietarios, a su gusto, a sus planteamientos, y funcionan aceptablemente bien, pero todas exhiben un fernandogalindismo que, a mi juicio y por lo que sé de la película, significa un servilismo agradable y afable, una bajada de pantalones ante la perentoria necesidad de comprar zapatos, de ir de vacaciones de vez en cuando y de pagar las ortodoncias; pero también un hastaloscojonismo latente de todos estos arquitectos, unas ganas de rebelarse, un ansia desesperada de encontrar una oportunidad, un cliente medianaranja, hermanosiamés y almagemela que les permita, siquiera sea por una vez, hacer la casa que saben hacer, que quieren hacer, que se mueren por hacer y que jamás harán porque nadie, nunca, se la va a encargar.
Frank Lloyd Wright hizo en Oak Park, en 1895, la casa Nathan G. Moore, de la que se arrepintió siempre.
Contaba que la había hecho porque sus niños necesitaban zapatos. (Qué bonito apelar al pan de los hijos para tapar toda vileza propia). Pero el arrepentimiento fue sincero y se juró que no lo haría nunca más.
(De paso diré que no parece una casa de la que arrepentirse, ni mucho menos, pero él no la soportaba: Hasta tiene columnillas y arquitos neogóticos. Para colmo, en Oak Park fue la casa que más gustó de todas las suyas, e hizo que acudieran clientes pidiendo casas similares).
Subido a su pedestal, veía con superioridad olímpica a los arquitectos fernandogalindos que hacían este tipo de obras, y se cuenta que una vez le preguntó a uno por qué había hecho tal casa.
-Porque tengo que vivir -le contestó, molesto.
-¿Y por qué? -preguntó Wright.
Eso: ¿Por qué tenemos que vivir los fernandogalindos? Y además, ¿por qué tenemos que vivir llenándolo todo de trivialidad y de cascarria?
Pues no lo sé, pero se acerca la hora de comer y voy teniendo hambre.
Así son las cosas.
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